«Ardientemente He Deseado»
Reflexión bíblica. Lectura, o guion para el que dirige
Lectura de los Santos Evangelios.
«Antes de la fiesta de la Pascua, sabiendo Jesús que había llegado su hora de pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en este mundo, los amó hasta el fin» (Juan 13,1-2).
«Cuando llegó la hora, se puso a la mesa con los apóstoles y les dijo: Ardientemente he deseado comer esta pascua con ustedes antes de padecer; porque les digo que ya no la comeré más hasta que halle su cumplimiento en el Reino de Dios» (Lucas 22,14-16).
«Y mientras estaban comiendo, tomó Jesús pan y lo bendijo, lo partió, y dándoselo a sus discípulos, dijo: Tomen, coman, esto es mi cuerpo.
Tomó luego una copa y, habiendo dado gracias, se la pasó diciendo: Beban de ella todos, porque esta es mi sangre de la Alianza, que es derramada por todos para el perdón de los pecados» (Mateo 26,26-28).
«Hagan esto en conmemoración mía» (Lucas 22,19). PALABRA DEL SEÑOR.
El Corazón de Cristo vibra en la Última Cena con unos sentimientos sublimes, imposibles de expresar ni comprender. Jesús nos abre su alma de par en par.
Esta noche, ante el odio de los enemigos que han jurado su desaparición, parece como si Jesús dijera:
-Los hombres me quieren echar del mundo, ¡pues yo no me quiero ir! Los hombres me gritan: ¡Fuera!… Y yo les respondo: ¡No me voy! ¡Con los míos me quedo!…
Es entonces cuando toma el pan y agarra la copa, mientras nos dice:
-Yo les doy esto; me doy yo, y no por un instante, no por esta noche nada más, sino para siempre, hasta que vuelva a ustedes al final del mundo.
Encargo que recogió San Pablo: «Por lo mismo, cada vez que coman este pan y beban este cáliz, anuncien la muerte del Señor hasta que vuelva» (1 Corintios 11,16)
Y aquí tenemos nosotros a Jesús, en forma de pan y de vino, como Víctima en el Altar, como comida en la Comunión, como compañero en el Sagrario.
Jesús no permite que nos presentemos ante Dios con las manos vacías, y se nos pone en ellas sobre el Altar como la Víctima del Calvario ya glorificada, para que podamos tributar con esta Víctima al Padre, en la unidad del Espíritu Santo, todo honor y toda gloria…
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Jesús no quiere que en el peregrinar pasemos hambre, y, quien es en el Cielo el pan que sacia a los Ángeles, se nos da a nosotros en comida por la Comunión para henchirnos de la vida de Dios…
Jesús no tolera una separación definitiva de nosotros, y en el monumento del Jueves Santo, o expuesto muchas veces en la custodia, y siempre en el sagrario, se queda para hacer a la Iglesia de la Tierra la misma compañía que hace a la Iglesia del Cielo: allí entre los esplendores de la gloria, aquí en las sombras y en el ámbito de la fe…, pero tan realmente en la Tierra como está en el Cielo. Así será hasta el fin. Hasta que Jesús responda definitivamente al grito de su Iglesia: «¡Ven, Señor Jesús!» (Apocalipsis 22,20)
Hablo al Señor. Todos
Mi Señor Jesucristo, mi Señor del Jueves Santo.
Quiero penetrar en los sentimientos de tu Corazón.
Al darte Tú en la Eucaristía, estás ardiendo en amor por mí.
Yo quiero también arder de amor por ti.
Quiero que tu Altar, tu Mesa y tu Sagrario sean el centro donde gravite mi vida entera.
Contigo me ofrezco como hostia al Padre.
Con tu Cuerpo y tu Sangre sacio mis ansias de ti.
Y en tu Sagrario, tu tienda de campaña entre nosotros, yo me encierro para estar siempre contigo, Señor.
Contemplación afectiva. Alternando con el que dirige
Señor, mi Señor de la Última Cena.
— Te amo ardientemente, Jesús.
Señor, que en la Ultima Cena te nos diste sin reserva.
— Te amo ardientemente, Jesús. Señor, que te pusiste en nuestras manos como Víctima santa.
— Te amo ardientemente, Jesús. Señor, que nos haces una hostia contigo. — Te amo ardientemente, Jesús. Señor, que nos diste tu Cuerpo como alimento celestial.
— Te amo ardientemente, Jesús. Señor, Pan que por mí bajas del Cielo.
— Te amo ardientemente, Jesús. Señor, Pan que me llenas hasta saciarme con la vida de Dios.
— Te amo ardientemente, Jesús. Señor, que me embriagas con tu Sangre divina.
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— Te amo ardientemente, Jesús. Señor, que en la Comunión me unes estrechamente contigo.
— Te amo ardientemente, Jesús. Señor, que por mí te quedas siempre en el Sagrario.
— Te amo ardientemente, Jesús. Señor, que me esperas de continuo para darme tu amor.
— Te amo ardientemente, Jesús. Señor, mi Señor de la Ultima Cena.
— Te amo ardientemente, Jesús.
TODOS
Señor Jesús, Tú nos amaste siempre, pero en la última noche hiciste llegar tu amor hasta el fin. Es imposible contemplarte en la Ultima Cena y no abrasarse de amor por ti.
«¡Permanezcan en mi amor!», nos dijiste emotivamente. Y en tu amor yo quiero vivir y morir.
Madre María, Tú nos diste a Jesús, fruto de tus entrañas, y nos lo sigues dando como un latido de tu Corazón.
Haz que yo lo sepa recibir y encerrar dentro de mí con el mismo amor con que lo recibías Tú cuando te lo alargaban las manos de los Apóstoles, en espera de la comunión eterna del Cielo.
En mi vida. Autoexamen
Ardientemente deseó Jesús celebrar aquella Cena para dárseme del todo a mí.
¿Siento yo por Él lo mismo que Él sintió por mí?…
Si su Corazón arde tan intensamente por mí, ¿arde el mío de igual manera por Él?…
¿Es la Misa la cumbre hacia la que tiende y de la que deriva mi vida entera?…
¿Me acerco con hambre insaciable cada día, o cada semana al menos, a la mesa de la Comunión?…
El Sagrario del templo, donde Jesús espera, ¿me deja indiferente?…
¡Mi Señor Jesucristo, conforma mi corazón con aquel Corazón tuyo de la Ultima Cena!
PRECES
Nos dirigimos en estos momentos a Jesucristo, que nos dijo: «Lo que me pidan en mi propio nombre, yo se lo daré», y le decimos con fe profunda:
Escúchanos, Señor Jesús.
Al darte gracias por el amor inmenso con que nos amaste al instituir la Sagrada Eucaristía; — haz que tanto amor te lo paguemos con un gran amor de nuestros corazones.
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Tú que renuevas sobre el Altar tu sacrificio del Calvario, – une nuestros sacrificios de cada día a tu misma oblación para gloria del Padre, bien de nuestras almas y salvación del mundo.
Cuando te das a nosotros en la Comunión, – llénanos de tu vida divina y enséñanos a darnos también sin reservas a los hermanos que nos necesitan.
Porque Tú permaneces en el Sagrario con presencia viva entre nosotros, – concédenos a nosotros permanecer siempre unidos a ti, hasta que nos lleves contigo a tu Reino glorioso, sin que nos arranquen de tu Corazón las cosas de este mundo que pasan.
Padre nuestro.
Señor Sacramentado, no permitas que tu presencia en la Eucaristía resulte estéril por nuestra apatía y desamor. Haz que cada uno de nosotros te ame. Que te desee. Que te reciba. Que te haga compañía constante.
Si deseaste con ardor darte a nosotros, ardientemente también queremos nosotros estar contigo. Así sea.
Recuerdo y testimonio…
El llamado Santísimo Misterio de San Juan de las Abadesas.
En 1231 fue depositada una Forma consagrada en el interior de la cabeza de Cristo Crucificado. Se perdió la memoria de tan singular Sagrario.
En 1426 apareció incorrupta la Hostia cuando se quiso restaurar la imagen. Ahí empezó la veneración del «Santísimo Misterio».
La imagen fue destruida en la persecución religiosa de 1936.
Es una idea genial la de este Sagrario. Porque sólo en el cerebro de Cristo pudo anidar la idea de la Eucaristía como memorial de su Pasión. San Juan Bautista Vianney lo expresaba con sencillez profunda en sus catequesis:
«Hijos míos, cuando el Señor quiso dar alimento a nuestra alma para sostenerla en la peregrinación por el mundo, paseó su mirada por todas las cosas creadas y no encontró nada digno de ella. Entonces se reconcentró en sí mismo y resolvió entregarse».
Esta idea del amor de Cristo al darse en la Eucaristía la expresó mejor que nadie el encantador San Gerardo Mayela cuando oye al Señor que le dice desde el Sagrario:
– Tú estás un poco loquillo. A lo que contesta el simpático religioso:
– Jesús, más loco estás Tú, que te has hecho prisionero por mi amor…
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