06 Tema 3- El Jesús del Altar

El Jesús del Altar

Reflexión bíblica. Lectura, o guión para el que dirige

Del profeta Malaquías. 1,11.

«¡Ojalá alguien de ustedes cerrara las puertas para que no enciendan mi altar en vano! No me gustan nada, dice Yahvé de los Ejércitos, ni me agrada la oblación que traen.

Desde levante hasta poniente, es grande mi Nombre entre las naciones, y en todo lugar ofrecerán a mi Nombre sacrificios de incienso y oblaciones puras, pues grande es mi Nombre entre las naciones». PALABRA DE DIOS.

Dios estaba harto de los sacrificios rituales ofrecidos sin espíritu, y anuncia el sacrificio del Mesías que vendrá.

Sacrificio que empieza al entrar en el mundo el Hijo de Dios y asumir un cuerpo mortal en el seno de María.

Por eso exclama: «No has querido sacrificio ni oblación, pero me has formado un cuerpo. No te han agradado holocaustos y sacrificios por el pecado. Entonces dije: ¡He aquí que vengo para hacer, oh Dios, tu voluntad!» (Hebreos 10,5-7)

Y cuando llegó la hora…, tomó el pan, dio gracias y se lo dio diciendo:

«Esto es mi cuerpo, que se entrega por ustedes… Este cáliz es la nueva Alianza en mi sangre, que por ustedes es derramada» (Lucas 22,14-20)

Jesucristo ofreció un solo sacrificio, y «de una vez para siempre» (Hebreos 10,10).

Pero se hace presente en el altar para aplicarnos todos los frutos de la Redención, y para que nosotros realicemos con El nuestro propio sacrificio:

«Les recomiendo que se ofrezcan como víctima viviente, santa, agradable a Dios» (Romanos 12,1), nos encarga San Pablo.

El Jesús del Cielo es el mismo que el de la Cena y el de la Cruz.

Es, por lo tanto, el mismo sacrificio el del altar que el del Calvario.

Porque es el mismo Sacerdote y la misma Víctima. Aunque entonces sufría todos los horrores de la crucifixión, y ahora es la Víctima que está glorificada en el Cielo, aceptada por el Padre y premiada para siempre.

¿Y para qué sigue Jesús ofreciéndose hoy?

Para conseguirnos del Padre y aplicarnos las mismas gracias que nos mereciera en la Cruz.

Jesús, que está en el Cielo «siempre viviente para rogar por nosotros» (Hebreos 7,25), se pone en nuestras manos para que lo ofrezcamos al Padre, como sacrificio único de la Iglesia.

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Y el Padre, al recibir por Cristo «todo honor y toda gloria», se muestra aplacado y nos «otorga el perdón hasta de los pecados más grandes», nos dice el Concilio de Trento.

Por eso, el Papa Juan Pablo II pudo decir, durante una visita pastoral a Milán, que «una sola Misa puede más que todo el mal del mundo».

Nosotros estamos convencidos de que la Santa Misa, por ser el mismo Sacrificio de Jesús en el Calvario, es lo máximo que ejerce nuestro sacerdocio real, lo más grande que ofrecemos a Dios, lo que más nos santifica a los que participamos en la Misa, lo más eficaz que realizamos para bien del mundo.

Hablo al Señor. Todos

Señor Jesucristo, que en la cruz te ofreciste por mí en sacrificio para pagar por mis pecados y salvarme.

En el altar sigues renovando tu oblación para atraerme todas las gracias de Dios.

Yo me ofrezco al Padre contigo: que mi oración, mi amor, mi pureza, mis deberes, todo lo que hago y vivo cada día, sean la ofrenda mía que yo llevo al altar junto contigo para gloria de Dios, santificación mía y bien del Reino.

Contemplación afectiva. Alternando con el que dirige

Porque te ofreciste como Sacrificio en el Calvario.

Gracias, Señor Jesús.

Porque nos salvaste con el precio de tu Sangre.

Gracias, Señor Jesús.

Porque renuevas en el Altar cada día tu Sacrificio.

Gracias, Señor Jesús.

Porque nos dejaste la Misa, memorial de tu Pasión.

Gracias, Señor Jesús.

Porque confiaste a tu Iglesia tu mismo Sacrificio.

Gracias, Señor Jesús.

Porque nos comunicas con la Misa toda tu gracia.

Gracias, Señor Jesús.

Porque nos otorgas dar a Dios toda gloria.

Gracias, Señor Jesús.

Porque eres nuestra perfecta acción de gracias.

Gracias, Señor Jesús.

Porque eres la remisión plena de nuestros pecados.

Gracias, Señor Jesús.

Porque nos aceptas en un sacrificio contigo.

Gracias, Señor Jesús.

Porque nos haces participar de la Hostia Santa.

Gracias, Señor Jesús.

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Porque con la Misa nos enriqueces sin medida.

Gracias, Señor Jesús.

 TODOS

 Señor Jesús, Víctima por nuestros pecados en el Calvario y sacrificio perenne de tu Iglesia. Hazme una sola hostia contigo.

Sobre el Altar, en el que haces presente tu oblación, pongo yo también mi vida entera para que sea siempre agradable a Dios.

Madre María, que asististe al sacrificio de Jesús en la cruz y allí te mantuviste firme, inmolando con Él tu Corazón.

Que en cada Misa sepa yo verme a tu lado, con los mismos sentimientos que te animaban a ti mientras Jesús moría.

En mi vida. Autoexamen

Si la Santa Misa es la acción más grande que realiza la Iglesia, ¿se explica la apatía de muchos cristianos, que ni cumplen con la obligada del domingo?…

Y yo, ¿la aprecio como debo? ¿Participo en ella poniendo en la misma toda mi alma?…

¿Sé llevar al altar mis sacrificios de cada día, mi trabajo, mis pesares, mis dolores, mis alegrías, mi amor, a fin de que todo se haga un solo sacrificio con el de Cristo, para gloria de Dios?…

Si puedo, aunque sea con algún esfuerzo, ¿tengo generosidad con Dios, y no me contento con las Misas obligadas, sino que participo en muchas más?…

PRECES

 Con una confianza grande en nuestro Sacerdote y Mediador Jesucristo, que vive siempre a la derecha de Dios intercediendo por nosotros, nos dirigimos por Él al Padre, y le decimos:

¡Padre, escucha nuestra oración!

Padre nuestro, por Jesús en el Espíritu Santo te ofrecemos el único Sacrificio que te agrada, tu Hijo inmolado en la Cruz; — derrama por Él en nosotros la abundancia de todos tus dones, la remisión de los pecados y la gracia de una santidad excelsa para todos tus hijos.

Si en el mundo abunda el mal y sube hasta ti el clamor de tantas culpas;

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– por la Sangre de tu Hijo muerto en la Cruz y ofrecido ahora en el Altar, salva a los pecadores más necesitados de tu misericordia.

Al ofrecerte, Padre, tu Hijo en sacrificio agradable a tus ojos, y al ofrecernos nosotros con Él;

– haz que nuestra vida entera sea una alabanza perfecta a tu Nombre y un testimonio de nuestra fe para todo el mundo.

Padre nuestro.

Señor Sacramentado, gracias por haber dejado a tu Iglesia este memorial de tu Pasión y Muerte redentoras. Haznos vivir el misterio de la Misa. Que adoremos en ella contigo al Padre. Que nos sepamos unir a tu sacrificio redentor. Que por ti alcancemos para el mundo todas las gracias de Dios. Así sea.

Recuerdo y testimonio…

  1. San Pedro Julián Eymard, joven estudiante, ha de abandonar el seminario por su desesperada salud. Agonizante en la casa paterna, exclama angustiado:

– ¡Dios mío, concédeme la dicha de celebrar al menos una Misa, una sola Misa!

– Pero, si tocan las campanas de la parroquia porque te traen los Últimos Sacramentos.

– ¡Tanto mejor! Están muchos rezando por mí. Jesús me bendice. Empiezo a sentirme más aliviado. Curó.

Ya sacerdote, fue un gran apóstol de la Eucaristía, y celebró no una, sino muchas Misas… 

  1. Manzoni, el mayor escritor italiano moderno, era un gran católico.

Enfermo, quiere ir a Misa. Pero no se lo permiten.

– ¿No ve que no puede?

– ¡Claro que puedo!

Si se tratara de ir al banco a cobrar el billete de la lotería que me hubiese tocado, me arroparían, me cuidarían y me llevarían.

¿Por qué no hacen lo mismo para que no pierda la Misa?…

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