07 Tema 4- El Jesús del Comulgatorio

El Jesús del Comulgatorio

Reflexión Bíblica. Lectura, o guión para el que dirige

Del Evangelio según San Juan. 6,51-58.

Dijo Jesús a los judíos: «Yo soy el pan vivo, que ha bajado del cielo. Si uno come de este pan vivirá para siempre, y el pan que yo le voy a dar es mi carne para la vida del mundo».

Discutían entre sí los judíos, y decían: «¿Cómo puede éste darnos  a comer su carne?».

Jesús les dijo: «En verdad, en verdad les digo: si no comen la carne del Hijo del hombre, y no beben su sangre, no tendrán vida en ustedes.

El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, y yo lo resucitaré el último día.

Porque mi carne es verdadera comida, y mi sangre es verdadera bebida.

El que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí, y yo en él.

Lo mismo que el Padre, que vive, me ha enviado y yo vivo por el Padre, también el que me coma vivirá por mí.

Este es el pan bajado del cielo; no como el que comieron sus padres, y murieron; el que coma este pan vivirá para siempre», PALABRA DEL SEÑOR.

¿Para qué se ha quedado Jesús en el Sacramento?

¿Cuál es el fin de la Eucaristía?…

Jesús se ha quedado para ser el alimento de nuestra vida divina: «Coman este mi cuerpo». «Beban esta mi sangre».

El alimento de la vida divina que El nos iba a comunicar en el Bautismo tenía que estar proporcionado a la misma vida divina, y ese alimento no podía ser otro que el mismo Jesús.

Por eso resolvió darse como comida nuestra en forma de pan y de vino.

Hoy va a ser San Ambrosio, gran Padre y Doctor de la Iglesia, quien con ponderadas expresiones bíblicas nos interprete estas palabras de Jesús, que contrapone el Pan de su propio Cuerpo con el maná que Dios hizo descender de las alturas para alimentar a los israelitas en el desierto:

«Es admirable que los alimentase cada día con aquel manjar celestial, del que dice el salmo: el hombre comió pan de ángeles.

Pero todos los que comieron aquel pan murieron en el desierto; en cambio, el alimento que tú recibes, este pan vivo que ha bajado del cielo, comunica el sostén de la vida eterna, y todo el que coma de él no morirá para siempre, porque es el cuerpo de Cristo.

«Considera qué es más excelente, si aquel pan de ángeles o la carne de Cristo.

Aquel maná caía del cielo; éste está por encima del cielo. Aquél era del cielo; éste, del Señor de los cielos.

Aquél se corrompía si se guardaba para el día siguiente; éste no sólo es ajeno a toda corrupción, sino que comunica la incorrupción a todos los que lo comen con reverencia.

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«A ellos les mandó agua de la roca, a ti sangre del mismo Cristo.

A ellos el agua les sació momentáneamente, a ti la sangre que mana de Cristo te lava para siempre.

Los judíos bebieron y volvieron a tener sed; pero tú, si bebes, ya no puedes volver a sentir sed, porque aquello era la sombra, esto realidad».

Hablo al Señor. Todos

Mi Señor Jesucristo, en este Sacramento, al entregarte en comida y en bebida, nos has dado la prueba más espléndida de tu amor, al ser Tú mismo el alimento de la vida que nos diste en el Bautismo.

Cuando te recibo en la Comunión, lléname de tu gracia.

Repara las fuerzas que pierdo con las debilidades de cada día.

Robustéceme para las luchas por la virtud cristiana.

Embelléceme con tu misma hermosura, para agradar en todo a Dios y dejar traslucir a todos la huella de tu imagen, que dejas prendida en mí.

 Contemplación afectiva. Alternando con el que dirige

Jesús, que en el Cielo eres el Pan de los ángeles.

Dame hambre de ti, Señor.

Jesús, que te encarnaste para ser Pan de los hombres.

Dame hambre de ti, Señor.

Jesús, Pan amasado en las entrañas puras de María.

Dame hambre de ti, Señor.

Jesús, Maná verdadero del Israel de Dios.

Dame hambre de ti, Señor.

Jesús, Pan de los hijos de Dios en tu Iglesia santa.

Dame hambre de ti, Señor.

Jesús, Pan que encierras todos los sabores del Cielo.

Dame hambre de ti, Señor.

Jesús, Pan que, al comerte, me transformas en ti.

Dame hambre de ti, Señor.

Jesús, Pan que alimentas la vida divina de mi Bautismo.

Dame hambre de ti, Señor.

Jesús, Pan que me acrecientas sin cesar la vida de Dios.

Dame hambre de ti, Señor.

Jesús, Pan que me robusteces para la lucha cristiana.

Dame hambre de ti, Señor.

Jesús, Pan que reúnes en banquete al Pueblo de Dios.

Dame hambre de ti, Señor.

Jesús, Pan que eres signo y prenda del banquete celestial.

Dame hambre de ti, Señor. 

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 TODOS

 Señor Jesús, Pan de los grandes, que me transformas en ti cuando yo te como. Yo quiero unirme íntimamente a ti.

Acreciéntame el amor a tu divina Persona. Lléname de la Gracia de Dios y llévame hasta la resurrección futura.

 Madre María, que amasaste en tu seno el Pan de la Eucaristía, Cristo Jesús, Hijo de Dios e Hijo tuyo.

Dispensadora de las gracias divinas, alcánzame, Madre, que no me falte nunca la gracia grande de la Comunión. Con este alimento celestial, por largo que sea el camino, llegaré hasta el monte de Dios para contemplar su gloria.

 En mi vida. Autoexamen

Sé que Dios me llama a la perfección cristiana. La santidad es para mí una obligación. Y yo me esfuerzo por alcanzarla.

Sin embargo, experimento cada día mi debilidad. Mis faltas me desaniman.

¿Por qué mis ansias vuelan tan alto, y la realidad de mi vida es tan diferente?…

No tengo que decaer. En la Comunión está la fuerza. Quien se alimenta bien goza de rica salud y tiene energías para todo.

En la Comunión frecuente, de cada día si puedo, recibida con verdadero afán, encontraré esa robustez de espíritu que necesito para hacer frente a todos mis deberes cristianos. Contando con Jesús que se me da en comida, ¿por qué estoy débil?…

 PRECES

Cuando comemos el Pan y bebemos el Vino del Señor, saciamos nuestra hambre de Dios y manifestamos al mundo que formamos un solo cuerpo los que comemos del mismo pan.

Pidamos ahora por nosotros y por toda la santa Iglesia de Dios:

Señor Jesucristo, bendícenos, y escucha nuestra oración.

Jesús, Señor nuestro, que te compadeciste de las turbas hambrientas y las saciaste con el pan que se multiplicaba en tus manos; — sacia con el Pan del cielo el hambre de Dios que padece el mundo.

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Lleva, Señor, a tantos hermanos nuestros que no te conocen a la verdadera fe; – para que conociendo tu Verdad te amen y deseen ardientemente comerte a ti, Pan de la Vida.

No permitas, Señor Jesús, que los que ya te conocemos y sabemos que nos pides recibirte en la Eucaristía, dejemos de acudir a la Comunión; – sino que te recibamos siempre con ansias crecientes de llenarnos hasta la saciedad de la vida de Dios.

Jesús, Señor nuestro, abre los senos de nuestro corazón cuando te recibimos en el banquete de tu amor;

– a fin de que no haya entre nosotros hermanos necesitados mientras los demás nadamos tal vez en la abundancia.

 Padre nuestro.

 Señor Sacramentado, reúne en torno a ti a la Iglesia, extendida por el mundo, y estréchanos a todos en el amor.

Atrae a ti especialmente al pobre, al esclavo, al humilde, para que todos juntos no formemos sino un solo corazón y una sola alma.

Así haremos brillar ante todos los pueblos el testimonio de que solo Tú eres nuestra esperanza y nuestra paz. Así sea.

Recuerdo y testimonio…

El Beato Fray Diego José de Cádiz, misionero de fuego, oraba sentado en una banca de la iglesia, cuando oye una voz imperiosa: – ¡Acércate a mí!

El santo capuchino siente de dónde le viene la voz, se sube con audacia en el Altar, adosado al retablo, apega su pecho al Sagrario, hace reposar en él la cabeza, y escucha estas palabras salidas de dentro:

– «Si yo, en fuerza de mi amor a los hombres, me quedé sacramentado con ellos en las iglesias y sagrarios materiales, y en ellos recibo con agrado los obsequios que se me rinden, ¿con cuánto más gusto y complacencia

no estaré en sus pechos por la Comunión? Entiéndelo así para tu enseñanza, y predícalo a todos a fin de que mi amor sea correspondido».

Fray Diego José, el apóstol de Andalucía, formuló entonces un propósito: «No me daré un momento de reposo hasta que vea a todo el mundo hincado en el comulgatorio».

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