El Jesús de Sagrario
Reflexión bíblica. Lectura, o guion para el que dirige
Del Evangelio según San Juan. 14,1-4; 17,24-25.
Les dijo Jesús: «No se turbe su corazón. En la casa de mi Padre hay muchas mansiones; si no, se lo habría dicho; porque voy a prepararles un lugar.
Y cuando me haya ido y les haya preparado un lugar, volveré y los tomaré conmigo, para que donde esté yo estén también ustedes. Y adonde yo voy saben el camino»…
Y dirigiéndose al Padre, dijo: «Padre, quiero que donde yo esté, estén también conmigo los que tú me has dado, para que contemplen mi gloria, la que tú me has dado, porque me has amado antes de la creación del mundo», PALABRA DEL SEÑOR.
«Mis delicias son estar con los hombres», dice la Biblia sobre la Sabiduría eterna (Proverbios 8,31). Juan nos asegurará al principio de su Evangelio, al hablarnos de la encarnación del Hijo de Dios:
«Y echó su tienda de campaña entre nosotros». A Juan y Andrés, que le preguntan dónde tiene su morada, les contesta: «Vengan y vean».
Jesús está entre nosotros, está con nosotros, pero, a estas horas, aún seguimos oyendo el reproche del Bautista: «Está en medio de ustedes, y no le conocen» (Juan 1, 14. 38. 26)
Mirando al Israel peregrino por el desierto, vemos cómo Dios habita en el Arca, colocada en el campamento, signo visible de la presencia permanente de Dios con su pueblo (Éxodo 40,1 -34)
El instinto cristiano, guiado siempre por el Espíritu Santo, ha adivinado en todos estos pasajes bíblicos una imagen de la realidad que vivimos en la Iglesia.
El Jesús del Altar que es nuestro sacrificio, el Jesús del Comulgatorio que es nuestro alimento, ese mismo Jesús es en el Sagrario el compañero de nuestra peregrinación.
Sin ningún mandato suyo, la Iglesia ha entendido el querer de Jesús y mantiene el Sacramento en todas las iglesias con nosotros, para que nosotros le hagamos constante compañía y sea Él, en todas las circunstancias de nuestro caminar, el verdadero imán que nos atraiga a Sí para llenarnos de sus bendiciones y de sus gracias.
El Catecismo de la Iglesia Católica, haciéndose eco de este sentir cristiano, lo comenta así:
«Por la profundización de la fe, la Iglesia tomó conciencia de la adoración silenciosa del Señor presente bajo las especies eucarísticas.
Por eso, el Sagrario debe estar colocado en un lugar particularmente digno de la iglesia, de tal forma que manifieste la verdad de la presencia real de Cristo en el Santo Sacramento».
«La visita al Santísimo Sacramento es una prueba de gratitud, un signo de amor y un deber de adoración hacia Cristo nuestro Señor». Y pide con palabras vivas del Papa Juan Pablo II:
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«Jesús nos espera en este Sacramento del amor. No escatimemos tiempo para ir a encontrarlo en la adoración, en la contemplación llena de fe y abierta a reparar las faltas graves y delitos del mundo.
Que no cese nunca nuestra adoración» (CEC, 1379, 1380, 1418)
Hablo al Señor. Todos
Mi Jesús del Sagrario, nunca pueblo alguno ha tenido sus dioses tan cerca como tuvo a su Dios el pueblo de Israel.
Esto que el profeta decía entonces, ¡qué lejos se queda de la gran realidad que vive dichosamente tu Iglesia!
Aquí estás conmigo, Señor. ¡Aviva mi fe!
Aquí te tengo presente, Señor. ¡Enciende mi corazón!
Aquí me estás haciendo compañía, Señor. ¡Que vaya a ti!
Que cuanto más me acerque yo a tu Sagrario, más adentro me encierres Tú dentro de tu Corazón.
Contemplación afectiva. Alternando con el que dirige
Jesús, Dios que te hiciste hombre por nuestro amor.
— Quiero estar siempre contigo, Señor.
Jesús, que echaste tu tienda de campaña entre nosotros.
— Quiero estar siempre contigo, Señor.
Jesús, que tienes tus delicias en estar con los hombres.
— Quiero estar siempre contigo, Señor.
Jesús, que eres el Arca santa del Israel de Dios.
— Quiero estar siempre contigo, Señor.
Jesús, que estás como desconocido en medio del mundo.
— Quiero estar siempre contigo, Señor.
Jesús, que nos invitas a ir a la morada de tu Sagrario.
— Quiero estar siempre contigo, Señor.
Jesús, que pasas los días y las noches esperándonos.
— Quiero estar siempre contigo, Señor.
Jesús, que nos llenas de tu amistad cuando te visitamos.
— Quiero estar siempre contigo, Señor.
Jesús, que nos colmas de gracia cuando estamos contigo.
— Quiero estar siempre contigo, Señor.
Jesús, que oras con nosotros al Padre cuando vamos a ti.
— Quiero estar siempre contigo, Señor.
Jesús, que eres el compañero de nuestra peregrinación.
— Quiero estar siempre contigo, Señor.
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Jesús, que en tu Sagrario eres nuestro amigo y confidente.
— Quiero estar siempre contigo, Señor.
TODOS
Señor Jesús, que en tu Sagrario me esperas para llenarme de tu amistad, de tu gracia y de tu fuerza. Por amor te quedaste con nosotros, y sólo con amor se corresponde dignamente a tanta dignación tuya.
Atráeme a ti. Encadéname a ti. Sólo así haré que mi vida de la tierra sea como la que tendré en el Cielo.
Madre María, tu casita de Nazaret fue un Sagrario en el que Tú y Jesús compartíais la vida entera.
Así quiero yo estar con el Jesús de nuestras iglesias, como Tú en Nazaret: en silencio respetuoso, en adoración silenciosa, en contemplación incesante, en charla familiar, amorosa y confiada.
En mi vida. Autoexamen
Es Jesús el primer habitante de nuestra ciudad y el primer miembro de nuestra parroquia, y no entra en ninguna estadística. Como si no existiese.
Lo malo es que esto le pasa a veces conmigo, ¿no es verdad?…
¿Lo tengo en cuenta de veras? ¿Le manifiesto con mi visita diaria que creo en su presencia entre nosotros, que pienso en Él, que le quiero?…
Tengo tiempo para mil entretenimientos, para muchas visitas, para tantos amigos y amigas, ¿y no me queda un ratito para Jesús?…
¿Adivino la alegría que le causo a Él cuando le dedico un pequeño espacio de mi jornada, y la Gracia y las gracias que yo me llevo cuando me retiro de su presencia?…
¿Hay algún tiempo mejor empleado en mi vida?…
PRECES
Rogamos ahora, en la presencia del Señor que nos acompaña, y le pedimos:
Aviva nuestra fe, Señor Jesucristo, y escucha nuestras plegarias.
El amor te impulsó a ti a quedarte en el mundo a la vez que te ibas al Cielo;
— haznos vivir ya en el Cielo a la vez que estamos en el mundo. Haz que nuestros corazones estén fijos allí donde están los gozos verdaderos;
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– a fin de que, por las cosas que perecen, no peligre nunca nuestra salvación.
Tú que gozas en estar con nosotros tus hermanos, que necesitamos de ti;
– guía nuestros corazones a los hermanos nuestros más necesitados, que no desdeñemos su compañía, y que les ayudemos en su pobreza y en todas sus angustias.
Padre nuestro.
Señor Sacramentado, Divinidad escondida, nosotros te adoramos.
Nuestro corazón se te rinde todo entero.
En tu contemplación, desfallecemos de amor. No te ven nuestros ojos, pero te adivina nuestra fe.
El Ladrón te reconoció en la cruz; nosotros te reconocemos aquí, y como él te decimos:
«En tu Cielo, ¡acuérdate de nosotros, Señor!». Tú que vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén
Recuerdo y testimonio…
1. San Enrique Ossó dispuso que el Sagrario tuviera siempre flores y que derramase un poco de perfume.
Era frase suya: «En el culto del Señor, de lo bueno, lo mejor». Lo visitaba siempre al mediodía, «porque es la hora en que está más abandonado».
Y repetía a las almas confiadas a él en su convento: «Habéis de procurar que os encuentren siempre en la habitación o al pie del Sagrario».
Dirigía a todos certeramente:
«¿Tienes alguna pena? -Vete al Sagrario a contársela a Jesús Sacramentado.
¿Estás con alguna tentación? -Vete al Sagrario.
¿Necesitas consuelo, fortaleza y luz? -Vete al Sagrario».
2. El santo Padre William Doyle, que pasaba horas y horas ante el Sagrario, se lamentaba:
«¿Por qué Jesús me hace sentir tan vivamente su soledad en el Sagrario y sus ansias de que alguno le acompañe, y al mismo tiempo llena mis manos de tantas cosas que hacer?».
La devoción a Jesús Sacramentado «es un tesoro tal que no puede comprarse a costo excesivo, porque, una vez logrado, asemeja esta vida al Cielo como jamás hubiéramos podido esperar».
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