13 Tema 10- La Identidad de Jesucristo

La Identidad  de  Jesucristo

Reflexión bíblica.

Lectura, o guión para el que dirige

Del Evangelio según San Juan. 10,30-28.

Dijo Jesús a los judíos: «Yo y el Padre somos uno». Los judíos tomaron otra vez piedras para apedrearlo. Jesús les dijo: «Muchas obras buenas de parte del Padre les he mostrado. ¿Por cuál de esas obras quieren apedrearme?». Le respondieron:

«No queremos apedrearte por ninguna obra buena, sino por una blasfemia y porque tú, siendo hombre, te haces a ti mismo Dios».

Jesús les respondió…: «Si hago las obras de mi Padre…, crean por las obras, y así sabrán y conocerán que el Padre está en mí y yo en el Padre», PALABRA DEL SEÑOR.

«Me he propuesto no saber otra cosa que a Jesucristo», escribía San Pablo (7Corintios 2,2).

Para enamorarnos de Jesucristo y seguirle, antes hemos de conocerlo. ¿Sé quién es Él?… ¿Sabría responderle adecuadamente a Jesús, si me preguntase como a los apóstoles: «¿Quién dicen por ahí que soy yo?»… (Mateo 16,13).

Si no supiera contestar, ignoraría lo más elemental de nuestra fe católica.

Jesús, ante todo, es Dios. El Hijo de Dios. Nacido del Padre antes de todos los siglos. Hace miles de millones de años que existe el Universo…, pues antes que él existía el Hijo de Dios, eterno como el Padre, inmenso como el Padre. Hermosura soberana.

Santidad, sabiduría y poder infinitos…

Es el Cristo, el Mesías prometido a la Humanidad para su salvación, el esperado durante siglos, el invadido por el Espíritu Santo en todo su ser, porque en Él habitará «toda la plenitud de la divinidad corporalmente» (Colosenses 2,9)

Será el «Emmanuel», o sea, el Dios-con-nosotros, el nacido de María, y que llevará por nombre Jesús. Un hombre como nosotros, igual en todo a sus hermanos, el Salvador que con su pasión y muerte nos rescatará del poder de Satanás.

Una vez haya realizado la redención, resucitará de entre los muertos, subirá al Cielo, y, sentado a la derecha del Padre, será Señor, «nombre que está sobre todo nombre» (Filipenses 2,9).

Jesús glorificado, Dios Salvador, un hombre con igual poder y gloria que el mismo Dios.

«¡Hijo de Dios, Cristo Jesús, Señor!»…

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Estas palabras lo dicen todo. Jesucristo es todo eso. De Él dice San Antonio de Padua:

«Sobrepasa a todos los hombres y ángeles. Ante Él se dobla toda rodilla. Lo predicas, y ablanda los corazones más duros.

Lo invocas, y se desvanecen las tentaciones más seductoras.

Lees acerca de Él, y te ilusiona la mente.

Piensas en Él, y te llena el corazón».

Ante esta Hostia Santa, nosotros repetimos ahora estas palabras como una oración que no cansa nunca, a la vez que confiesan todo lo que es Él: «¡Hijo de Dios, Cristo Jesús, Señor!»…

Hablo al Señor. Todos

Me hallo, Señor Jesucristo, casi en éxtasis delante de ti. Como Tomás, te digo:

«¡Señor mío y Dios mío!». Y con estas palabras te confieso, Jesús, como el dueño absoluto de mi corazón.

Te adoro como a mi Dios. Te quiero como a mi hermano.

Te invoco siempre como a mi Salvador.

Quiero que Tú, y sólo Tú, seas la ilusión de mi vida, porque no vale la pena vivir sino por ti, por tu gloria, por tus intereses, que son el Reino, mis hermanos, y suspirar por estar siempre contigo en la casa del Padre.

Contemplación afectiva. Alternando con el que dirige

Señor, el Hijo Unigénito de Dios.

— ¡Hijo de Dios, Cristo Jesús, Señor! Señor, el infinito y eterno, porque eres Dios.

— ¡Hijo de Dios, Cristo Jesús, Señor! Señor, el Cristo, el ungido por el Espíritu.

— ¡Hijo de Dios, Cristo Jesús, Señor! Señor, el Mesías esperado por los siglos.

— ¡Hijo de Dios, Cristo Jesús, Señor! Señor, el Jesús nacido de María.

— ¡Hijo de Dios, Cristo Jesús, Señor! Señor, el Hombre en todo semejante a nosotros.

— ¡Hijo de Dios, Cristo Jesús, Señor! Señor, el Redentor nuestro, muerto en la cruz.

— ¡Hijo de Dios, Cristo Jesús, Señor! Señor, el Resucitado de entre los muertos.

— ¡Hijo de Dios, Cristo Jesús, Señor! Señor, el que te sientas a la derecha del Padre.

— ¡Hijo de Dios, Cristo Jesús, Señor! Señor, el dador del Espíritu Santo a la Iglesia.

— ¡Hijo de Dios, Cristo Jesús, Señor!

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Señor, El Juez que un día volverás con gloria.

— ¡Hijo de Dios, Cristo Jesús, Señor!

Señor, el premio de todos los elegidos.

— ¡Hijo de Dios, Cristo Jesús, Señor!

TODOS

Señor Jesús, Tú eres el más grande de los hombres, eres el Hijo del Dios altísimo.

Te adoro y te amo. Lléname del conocimiento tuyo y abrásame con el amor más ardiente a ti.

Sé Tú mi única ilusión, el anhelo de mi corazón y la dicha y el premio en la eternidad que me espera.

Madre María, ¿quién más dichosa que Tú, que eres la Madre de Jesús, de ese Jesús que llena el Cielo y la Tierra?

Tu Corazón es el cielo más límpido del Verbo Encarnado, el más claro libro de sus grandezas y el mejor archivo de sus recuerdos.

¡Hazme arder en el amor de ese tu Hijo, Jesús!

En mi vida. Autoexamen

¿Conozco de veras a Jesucristo?… ¿Sé que esto exige estudio, leer el Evangelio, trato íntimo con Él, oración, mucha oración?…

Decía el Papa Pablo VI: «Todos nos sentimos invitados, casi obligados, a conocer mejor a Jesús, a formarnos de Él un concepto más claro, más concreto, más completo.

Nos apremia una pregunta implacable, insaciable: ¿Quién es Jesús? Jesús debe ser estudiado con toda la tensión de nuestra capacidad comprensiva, y la capacidad comprensiva del amor supera la de la inteligencia».

La intimidad con Él en el Sagrario me hará crecer en el conocimiento de Jesús más que los libros de las bibliotecas… ¿Trato con intimidad a Jesús?…

PRECES

Conocer a Jesucristo es la ciencia más subida; ignorarlo es no saber nada, porque Él es la Sabiduría de Dios.

Nosotros le decimos: — Muéstranos tu rostro, Señor.

Si Tú eres la fuente de la alegría para todos los hombres, — que todos encuentren en ti el sentido para sus vidas y crezcan en la esperanza de una salvación eterna.

La serenidad de la vida no está ligada a los acontecimientos que pasan, sino a los bienes que nunca acabarán;

— haz, Señor, que todos soñemos en los bienes del Reino que Tú nos trajiste y que nos dispensas siempre por medio de tu Iglesia.

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Tú, Señor Jesús, Tú no quieres la pobreza injusta; – inspira a todos, en especial a los gobernantes, sentimientos de solidaridad con los más necesitados.

Antes de separarnos de tu presencia en el Sacramento, – danos tu bendición a nosotros, a nuestros familiares y amigos, y el descanso a las almas de nuestros seres queridos que nos dejaron para irse contigo a la Gloria. Padre nuestro.

Señor Sacramentado, toda tu Persona adorable, infinita y eterna, se encierra en esta Hostia Santa para dársenos y estar siempre con nosotros.

Te adoramos y te amamos.

Y te pedimos que nos hagas conocerte cada vez más, para amarte cada vez más también, para llenarnos de dicha al confesarte con ardor:

«¡Hijo de Dios, Cristo Jesús, Señor!». Así sea.

Recuerdo y testimonio…

1. El apóstol de la Eucaristía, Beato Manuel González, Obispo, escribe al rector de su Seminario esta felicitación tan original de Año Nuevo:

«Le envío una bendición de Año Nuevo y bueno para que en él aprenda a ser: todo ojos para no ver más que a Jesús; todo lengua para no hablar más que de Él; todo manos para hacerlo todo como Jesús; todo pies para llevarlo a todas partes».

Y el mismo Obispo adquirió el profundo conocimiento que tenía de Jesucristo contemplándolo innumerables veces ante el Sagrario:

«El Corazón de Jesús en el Sagrario me mira. Me mira siempre. Me mira en todas partes. Me mira como si no tuviera que mirar a nadie más que a mí. ¿Por qué? Porque me quiere, y los que se quieren ansian mirarse».

2. Ante Jesucristo palidecen todas las grandezas humanas. Lo entendió bien el Emperador Carlos V, que celebra en Zaragoza la fiesta del Corpus de 1518.

Sustituyendo a los hombres del pueblo, tiene a gran honor el llevar personalmente las varas del palio que cobija la Custodia, y hace que le acompañen humildemente los embajadores de los grandes reinos y repúblicas de entonces: el de Francia, Portugal e Inglaterra…

«¡Sólo Tú altísimo, Jesucristo!»…


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