15 Tema 12- Jesucristo, el Pobre

Jesucristo, el Pobre

Reflexión bíblica.

Lectura, o guión para el que dirige

Del Evangelio según San Lucas. 9,57-58.

Mientras iban caminando, uno le dijo: «Te seguiré adondequiera que vayas». Jesús le dijo: «Las zorras tienen guaridas, y las aves del cielo sus nidos; pero el Hijo del hombre no tiene donde reclinar la cabeza», PALABRA DEL SEÑOR.

En este hecho se nos presenta Jesús dando testimonio de Sí mismo sobre un punto de suma importancia en el Evangelio. El que viene a anunciar la Buena Noticia a los pobres de espíritu, quiere empezar por ser pobre ante todo Él mismo.

San Pablo nos dice: «Conocen la generosidad de nuestro Señor Jesucristo, el cual, siendo rico, se hizo por ustedes pobre, para enriquecerles a ustedes con su pobreza» (2 Corintios 8,9). ¿Era rico Dios?…. ¡Qué pregunta tan inútil!

Lo sorprendente es que Aquel que era infinitamente rico, cuando decide nacerse hombre no quiere la seguridad y la comodidad de la riqueza, sino que se abraza con la pobreza en su realidad más dura.

San Bernardo comentará agudamente: «No se encontraba en el Cielo la pobreza, mientras que abundaba en la tierra, y el hombre desconocía su valor.

El Hijo de Dios la escogió para Sí y de este modo nos descubrió a nosotros su preciosidad». Jesús dirá un día:

«¡Dichosos los pobres!». «No pueden servir a Dios y al dinero».

«Si quieres ser perfecto, ve a tu casa, vende todo lo que tienes y da el dinero a los pobres» (Mateo 5,3; 6,24; 19,21)

El que iba a decir esto no hubiera tenido ninguna autoridad si no hubiese sido pobre de verdad.

Y pobre, con una pobreza real, no fingida. La Divinidad que habitaba en Él no le sirvió de nada en su pobreza. No le defendió nunca.

Jesús ayudó a los demás en su necesidad; a Sí mismo no se ayudó jamás.

Nació pobrísimo, sin otra cuna que un pesebre de animales hendido en la roca de una cueva, y murió pobrísimo también, desnudo del todo en un madero, despojado hasta de sus propias vestiduras.

No tuvo más seguro de vida que una confianza total en la Providencia del Padre. Al demonio que le tentaba a que realizara un milagro para socorrerse, le respondió: ¡No quiero!…

Así nos liberó Jesús del miedo a la pobreza. ¿Le falló Dios a Él?  ¿No?… Pues, tampoco nos fallará a nosotros.

Por su pobreza el cuerpo mortal asumido en el seno de María, nos comunicó todos los bienes de Dios, «los tesoros de gloria y la herencia de los santos», como los llama Pablo (Efesios 1,18)

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Entre esos tesoros destaca la Eucaristía, a la que se acercan, como canta la Iglesia, «el pobre, el esclavo, el humilde», todos esos de quienes nos dice la Palabra de Dios que son «pobres en bienes terrenos, pero ricos en la fe» (Santiago 2,5)

Hoy, con nuestra sensibilidad ante la pobreza que agobia a tantos hermanos, hemos de pensar que en ellos se revela especialmente el rostro de Cristo, el cual los enriquece a ellos de modo especial también con los bienes de Dios. 

Hablo al Señor. Todos

Hijo de Dios, que atesoras todas las riquezas del Cielo.

Al hacerte hombre asumes la condición de los pobres, sin buscar ningún privilegio ni excluir ningún sacrificio.

Con esa pobreza nuestra, que haces tuya, Tú nos das tu riqueza con todos los tesoros de Dios.

Dame el espíritu de las bienaventuranzas, para que, despegándome de los bienes de la tierra, o dándoles su justo valor, vea claramente la vaciedad de los bienes terrenos, y sólo busque los bienes del Espíritu que duran eternamente.

Contemplación afectiva. Alternando con el que dirige

Jesús, Hijo de Dios, riqueza infinita del Cielo.

Dame la riqueza de tu gracia y de tu amor.

 Jesús, que al venir del Cielo escogiste nuestra pobreza.

Dame la riqueza de tu gracia y de tu amor.

 Jesús, que te hiciste pobre para enriquecernos a nosotros.

Dame la riqueza de tu gracia y de tu amor.

 Jesús, que escogiste por Madre a una mujer pobre.

Dame la riqueza de tu gracia y de tu amor.

 Jesús, que viviste en Nazaret con el trabajo de tus manos.

Dame la riqueza de tu gracia y de tu amor.

 Jesús, que rechazaste la tentación de ser rico.

Dame la riqueza de tu gracia y de tu amor.

 Jesús, que proclamaste «¡Dichosos!» a los pobres.

Dame la riqueza de tu gracia y de tu amor.

 Jesús, que nos pides compartir los bienes con los necesitados.

Dame la riqueza de tu gracia y de tu amor.

 Jesús, que das el ciento por uno a los pobres voluntarios.

Dame la riqueza de tu gracia y de tu amor.

 Jesús, que nos colmas con los bienes del Espíritu.

Dame la riqueza de tu gracia y de tu amor.

 Jesús, que serás en el Cielo nuestra riqueza suma.

Dame la riqueza de tu gracia y de tu amor.

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TODOS

 Señor Jesús, que naciste pobre, viviste pobre y moriste en una pobreza total, absoluta, para enriquecernos a nosotros con los bienes de Dios.

Hazme vivir el espíritu de pobreza y enséñame a compartir mis bienes con los pobres, para tener un tesoro en el Cielo y poder seguirte mejor.

Madre María, Virgen Hija de Sión, Virgen pobre y humilde, que no tuviste más riqueza que tu Jesús. Enséñame a amar el espíritu de pobreza, a dar con generosidad a los necesitados y a confiar en la Providencia paternal de Dios, tal como lo viste en Jesús y tal como lo viviste Tú misma.

 En mi vida. Autoexamen

Los hombres corremos jadeantes tras los bienes de la tierra, que son dones de Dios, pero relativos: en tanto valen en cuanto nos llevan al mismo Dios, y en tanto nos perjudican en cuanto nos impiden los bienes eternos.

¿Tengo yo bien claros estos criterios?

¿Soy consecuente en mi vida?

Lo que yo poseo, mucho o poco, ¿lo sé compartir con amor con el hermano necesitado, depositándolo así en el Banco del Cielo?…

Santo Tomás de Aquino tiene una sentencia grandiosa: «El bien de un solo grado de gracia es mayor que el bien creado de todo el Universo».

¿Puedo decir entonces cuánto vale, por ejemplo, una sola Comunión?…

PRECES

La Iglesia en nuestros días, amando a todos sus hijos por igual, ha optado sin embargo de modo preferencial por los pobres. Nosotros le decimos al Señor:

¡Que descubramos la riqueza que entraña la pobreza del Evangelio!

 Para que los creyentes sepamos adivinar la voz de los nuevos profetas que Dios manda también hoy al mundo;

— te rogamos, Señor Jesús, que tu Espíritu Santo abra nuestros oídos y disponga nuestros corazones para conocer tu voluntad.

Que desaparezca la pobreza injusta, contraria al querer de Dios, necesitan nuestros hermanos más pobres.

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Al despedirnos ahora de ti, Señor Jesús, – enriquécenos abundantemente con los bienes del Espíritu y da el descanso y la paz eterna a los hermanos difuntos.

Padre nuestro.

 Señor Sacramentado, Tú eres en la Eucaristía la riqueza suma que nos dejaste en la tierra.

Teniéndote a ti, recibiéndote a ti, contando contigo, ¿qué más podemos desear en esta vida?

Poseyéndote a ti, aunque sea en fe, sin verte todavía, lo tenemos todo, no nos falta nada.

Sólo nos queda ya el contemplarte en los esplendores de tu gloria. Tú que vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén.

 Recuerdo y testimonio…

 1. El apóstol de la Eucaristía, y Obispo, Beato Manuel González, repetía con frecuencia:

«Me gustaría morir o a la puerta de un Sagrario o junto a la puerta de un pobre».

2. En 1885 un Padre Redentorista en Inglaterra predica una misión para niños, en su mayoría pobres, misión que debía acabar con una Primera Comunión.

Para no apurarlos en su presentación, les predica una plática dedicada al «Niño Jesús Pobre».

Podían comulgar con la ropa que llevaban, para ser como el Niño Jesús.

Pero los pequeños se sentían incómodos ante los compañeritos de posición más holgada.

Los niños se presentaron muy limpios, pero a la mayoría no les llegó el dinero para comprarse zapatos, y llegaron descalzos.

Comenzada la Misa (que el sacerdote celebraba de espaldas al público), el Misionero estaba sorprendido y apurado porque los niños no venían, pues no se escuchaba el ruido de sus pisadas al entrar en la iglesia.

El Padre se vuelve preocupado, y se emociona visiblemente… Los niños de familias pudientes se habían quitado sus zapatos y entraban los primeros.

Llegaron al comulgatorio descalzos y mezclados entre los demás, a los que así no humillaban, y sí los enaltecían al hacerse, a su manera infantil, «pobres con los pobres» y con el pobre Jesús…

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