16 Tema 13- Jesucristo, el Obediente

Jesucristo, el Obediente

Reflexión bíblica.

Lectura, o guión para el que dirige

Del Evangelio según San Lucas. 22,39-42.

Jesús salió y, como de costumbre, fue al monte de los Olivos; los discípulos le siguieron. Llegado al lugar, les dijo:

«Rueguen para no caer en tentación». Se apartó de ellos como un tiro de piedra, y puesto de rodillas oraba: «Padre, si quieres, aparta de mí este cáliz sin que yo lo beba: pero no se haga mi voluntad, sino la tuya», PALABRA DEL SEÑOR.

«Cristo se humilló a sí mismo y se hizo obediente hasta la muerte, ¡y una muerte de cruz!», nos dice San Pablo. Aceptando ser enviado a la tierra para salvarnos, el Hijo de Dios se somete a todas las leyes humanas, sin privilegio alguno: «Se anonadó a sí mismo, tomando la naturaleza de esclavo, hecho semejante a los hombres, y reducido a la condición humana» (Filipenses 2,7-8)

Entonces Cristo, viendo en todo la voluntad del Padre, obedeció a todas las leyes de la naturaleza y a todos los hombres con los cuales tuvo que convivir.

Sometido a sus padres en Nazaret, al ambiente de su tierra, a las leyes de su pueblo, a los caprichos, envidietas y traiciones de los hombres, a las autoridades que lo juzgan, a los verdugos que lo atormentan, a las condiciones climatológicas, a todo lo de los hombres cuya naturaleza ha asumido.

Y en cada caso va diciendo: «No hago lo que me gusta a mí, sino lo que le agrada a mi Padre» (Juan 5,30)

Obediencia que llegará al colmo cuando, «a pesar de ser el Hijo de Dios, se sometió a la pasión, para aprender, con la experiencia del sufrimiento, lo que es el obedecer» (Hebreos 5,8)

Habiendo obedecido en todo y siempre, acabará su vida en la cruz con este grito: «¡Todo se ha cumplido!» (Juan 19,30). No le faltó hacer ni un detalle de lo que el Padre quería.

¿Qué nos trajo a nosotros esta obediencia de Jesús? Nada menos que la reconciliación con Dios. La raza de Adán, el rebelde del paraíso, quedó redimida y salvada por un hijo de Adán, por un hombre, Jesús, el Hijo del hombre, que era también el Hijo de Dios.

Jesús obedeció no como un soldado en el cuartel, ni como un esclavo, a la fuerza, sino con el amor de un hijo, y Dios, satisfecho con esta obediencia, nos devolvió a todos su amistad y su gracia.

Y a Jesús, como premio de su obediencia humilde, lo sentó a su derecha, constituido «Señor», que tiene sometidos a su voluntad a todos los hombres, la Historia y el Universo entero.

Aunque Él mismo, llevado de su amor, obedece a su ministro, y al conjuro de sus mismas palabras, «esto es mi cuerpo, esta es mi sangre», se hace presente en el Altar y con nosotros está para que lo ofrezcamos al Padre, para que lo comamos, para hacernos compañía…

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Hablo al Señor. Todos

Mi Señor Jesucristo, humilde y obediente,

que, con sólo mirarme, contemplas mi orgullo

y quieres poner un freno a mi independencia desenfrenada.

Enséñame a ser humilde de corazón como Tú.

Enséñame a ser obediente al Padre como Tú.

Enséñame a sujetarme a todos como Tú.

Enséñame a no escaparme de ninguna ley justa como Tú.

Enséñame a aceptar las contrariedades de la vida como Tú.

Así fuiste Tú obediente al Padre, así nos salvaste,

y así espero salvarme yo por ti, si soy obediente como Tú.

Contemplación afectiva. Alternando con el que dirige

Jesús, Hijo de Dios, engendrado por el Padre Eterno.

Hazme obediente al querer de Dios.

Jesús, el Enviado por el Padre al mundo.

Hazme obediente al querer de Dios.

 Jesús, obediente desde tu entrada en el mundo.

Hazme obediente al querer de Dios.

 Jesús, anonadado como un esclavo desde la Encarnación.

Hazme obediente al querer de Dios.

 Jesús, sujeto y obediente a tus padres en Nazaret.

Hazme obediente al querer de Dios.

 Jesús, que nunca hiciste tus gustos sino el agrado del Padre.

Hazme obediente al querer de Dios.

 Jesús, que con tu obediencia mostrabas tu amor al Padre.

Hazme obediente al querer de Dios.

 Jesús, que aceptaste la cruz en acto de obediencia.

Hazme obediente al querer de Dios.

 Jesús, que nos redimiste por tu obediencia humilde.

Hazme obediente al querer de Dios.

 Jesús, que al morir pudiste decir: «¡Todo está cumplido!».

Hazme obediente al querer de Dios.

Jesús, que mereciste sentarte a la derecha del Padre.

Hazme obediente al querer de Dios.

 Jesús, modelo de obediencia para todos nosotros.

Hazme obediente al querer de Dios.

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TODOS

Señor Jesús, humillado y hecho obediente hasta la muerte y una muerte de cruz. Hazme la gracia de la humildad y la obediencia, virtudes fundamentales para agradar al Padre. Ante el ejemplo tuyo, y por más que me cueste, quiero vivir en sujeción amorosa a la voluntad de Dios.

Madre María, la humilde esclava del Señor, que por tu «Sí» obediente al Ángel arrancaste del seno de Dios a su Hijo atrayéndolo a tus entrañas benditas. Enséñame a ser dócil al querer divino y vivir como Tú en sencillez y obediencia a Dios.

En mi vida. Autoexamen

La humildad y la obediencia vienen a ser en el mundo de hoy unas aves muy raras, incluso entre los cristianos, los discípulos de Jesús…

Las ansias de sobresalir, la vanidad necia y la independencia orgullosa matan el amor, destrozan las familias, hacen imposible todo gobierno y nos enfrentan muchas veces con el mismo Dios, al querer echarnos de encima su Ley soberana, para todo lo cual invocamos la dignidad personal y el respeto que merece la persona humana…

¿Está esto conforme con el espíritu de Cristo?

El respeto y la dignidad personal, sí; la rebeldía contra Dios y la autoridad, no.

¿Acaso no tengo yo que aprender algo del humilde y obediente Jesús?…

PRECES

 Dios nuestro Padre ha mandado el Espíritu Santo para que sea fuente inagotable de luz y de fuerza a fin de que conozcamos el querer de Dios y lo sepamos cumplir. Por eso clamamos:

Ilumina a tu Iglesia y al mundo entero, Señor.

 Seas bendito, Dios nuestro, que nos muestras tu voluntad; – y haz que te sirvamos en santidad y justicia toda nuestra vida.

Ilumina la mente de los que rigen los destinos del mundo, – para que nunca legislen contra los principios de la moral y de la justicia enseñadas y exigidas por tu Ley.

Que llegue a todas las gentes la luz del Evangelio, la Buena Noticia que trae la salvación al mundo;

– y que, aceptándolo con gozo y con obediencia humilde, todos lleguen a la salvación.

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Danos ahora tu bendición amorosa a los que hemos pasado esta Hora en tu compañía;

— y a los hermanos difuntos dales el descanso eterno.

Padre nuestro.

Señor Sacramentado, el siempre atento a la voz de tu ministro, que te llama y acudes sin demora a ponerte en el Altar.

Haz que nosotros sepamos acudir puntuales adonde Dios nos llama, para ser también hostias vivientes, que, unidas a tu Sacrificio en cada Misa, demos contigo al Padre en el Espíritu «todo honor y toda gloria».

Tú que vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén.

Recuerdo y testimonio…

Cosas de almas místicas…

Santa Magdalena de Pazzi, que grita medio loca: «Venid a amar al Amor! ¡El Amor no es amado, el amor no es amado!»…

Santa Verónica Giuliani corre por la huerta entre los árboles, casi perdido el sentido: «¡Jesús mío, Jesús mío! ¡Amor, amor!». «¡Pongan fuego en este corazón!»…. Y pregunta después: «Díganme: ¿cuánto tiempo dura en el corazón este fuego que enciende la Comunión?»…

El capuchino Beato Félix de Nicosia iba tan encendido por dentro, que, al encontrar la lámpara del Sagrario apagada, la encendió con sólo tocarla con los dedos, mientras gritaba: «¡En una hoguera me puso el amor, me metió en una hoguera!»…

Santa Gema Galgani decía: «De la parte del corazón siento un fuego misterioso. Ha aumentado tanto, que voy a necesitar hielo para extinguirlo»…

San Francisco de Regis tuvo que inclinar más de una vez la cabeza debajo de las goteras para que el agua templase el ardor de su cuerpo…

Como San Pablo de la Cruz: «Siento arder las entrañas, tengo sed y quisiera beber; pero para apagar estos ardores necesitaría beber torrentes»…

 

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