Jesús, Luchador
Reflexión bíblica
Lectura, o guión para el que dirige
De la Carta a los Hebreos. 12,1-4.
Nosotros, teniendo en torno nuestro tan gran nube de testigos, sacudamos todo lastre y el pecado que nos asedia, y corramos con constancia la carrera que se nos propone, fijos los ojos en Jesús, el que inicia y consuma la fe, el cual, por el gozo que se le proponía, soportó la cruz sin miedo a la ignominia, y está sentado a la diestra del trono de Dios.
Fíjense en aquel que soportó tal contradicción de parte de los pecadores, para que no desfallezcan faltos de ánimo. No han resistido todavía hasta llegar a la sangre en su lucha contra el pecado, PALABRA DE DIOS.
Jesucristo es llamado por el profeta «Príncipe de la paz» (Isaías 9,6). Pero es un título que se ha ganado luchando y muriendo.
Lo vemos en el desierto luchando a brazo partido contra Satanás, que le propone una vida fácil, de comodidad, de ostentación, de orgullo, de poder político.
Todo esto le podía halagar al hombre Jesús, mientras que le asustaba en su viva imaginación la vida de austeridad, sacrificio, desprendimiento y humildad con que se había abrazado.
Pero resiste valientemente, y arroja fuera al enemigo:
«¡Márchate lejos de aquí, Satanás!». El demonio no se da por vencido, y lo deja «temporalmente, para un momento más oportuno», o sea, hasta la Pasión (Mateo 4,10; Lucas 4,13)
En Getsemaní, Jesús siente «tedio, asco, horror». Satanás aprovecha la debilidad humana de Jesús, pero Jesús se abraza con la voluntad del Padre: «Que no se haga como yo quiero, sino como quieres tú» (Mateo 26,37-39).
En su lucha contra el pecado, «queda bañado en sangre» (Lucas 22,44), de modo que el Apocalipsis lo verá «vestido con un manto de sangre» (Apocalipsis 19,23)
El mismo Jesús se gloriará de su victoria frente a Satanás.
«Llega el Príncipe de este mundo, que nada puede contra mí», y por eso, ese «Príncipe de este mundo será derribado y echado fuera», «porque al mundo yo lo tengo vencido» (Juan 14,30; 12,31; 16,33)
En el Imperio Romano se celebraba el triunfo de los vencedores subiéndolos al Capitolio y coronándolos de laurel.
El Padre asciende a Jesús hasta lo más alto del Cielo, adonde sube llevando como botín a todas las almas conquistadas con su sangre. (Efesios 4,8)
Cada uno de los redimidos es un despojo de su victoria y una joya que Él engasta en su corona inmortal.
Además, aunque subido al Cielo, sigue Jesús en la tierra para ser, con la Eucaristía sobre todo, la fuerza de los que luchan. Un himno de la Iglesia lo canta bellamente:
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Señor Jesucristo, valiente luchador.
Tú instituyes un Reino que padece violencia
y que solamente los esforzados pueden conquistar.
Mi vida en el Bautismo comenzó con un gesto victorioso,
cuando dije: ¡Renuncio a Satanás, al mundo, al pecado!
Hazme valiente en la lucha. Que no sea un alma cobarde.
Que mire, como Tú, el premio que el Padre me reserva.
Tú me enseñas a luchar y estás siempre a mi lado.
Si te recibo y te visito tanto en la Eucaristía,
¿qué enemigo me puede dar miedo alguno?…
Contemplación afectiva. Alternando con el que dirige
Jesús, vencedor del demonio, del pecado y de la muerte.
— Señor, dame valor para luchar por ti.
Jesús, guerrero y jefe de valientes y esforzados.
— Señor, dame valor para luchar por ti.
Jesús, Príncipe de la paz y héroe valeroso.
— Señor, dame valor para luchar por ti.
Jesús, vencedor del pecado porque lo clavaste en la Cruz.
— Señor, dame valor para luchar por ti.
Jesús, que expulsaste a Satanás, el príncipe del mundo.
— Señor, dame valor para luchar por ti.
Jesús, teñido de sangre por lo reñido de la batalla.
— Señor, dame valor para luchar por ti.
Jesús, que resististe hasta la sangre contra el pecado.
— Señor, dame valor para luchar por ti.
Jesús, que te sientas condecorado a la derecha del Padre.
— Señor, dame valor para luchar por ti.
Jesús, fundador de un Reino de valientes y de héroes.
— Señor, dame valor para luchar por ti.
Jesús, estímulo de los que luchan como Tú y por ti.
— Señor, dame valor para luchar por ti.
Jesús, tentado por mí para enseñarme a vencer como Tú.
— Señor, dame valor para luchar por ti.
Jesús, vencedor hasta del último enemigo, la muerte.
— Señor, dame valor para luchar por ti.
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TODOS
Señor Jesús, presente aquí entre nosotros, y que desde tu Sagrario sigues los combates de los que luchamos por ti.
Hazme, como Tú, audaz contra el enemigo, sabiendo que contigo soy siempre una mayoría aplastante.
Desde tu Sagrario, continúas animándome siempre:
– ¡Venga! ¡Sé valiente! ¡No te canses, y yo seré tu premio!
Madre María, Madre Dolorosa, que de pie junto a la Cruz animabas secretamente a tu Hijo a luchar hasta el fin.
Sé mi amparo, mi auxilio y mi fuerza en los combates por la virtud cristiana.
Contigo a mi lado, como te tuvo Jesús, ¿por qué no he de perseverar hasta el fin?…
En mi vida. Autoexamen
La vida cristiana es lucha. Los enemigos nos acechan a todos y nos combaten sin cesar.
¿En qué bando me coloco yo?
¿En el de Jesucristo o en el de Satanás?
¡En el de Jesucristo, por supuesto!
Pero, ¿tengo realmente la decisión de vencer?
¿Me porto en las tentaciones con valentía y con generosidad?
¿Titubeo?
¿Dudo?
¿Coqueteo con el pecado?
¿Gasto muchas energías para avanzar en la vida de la Gracia?
¿Me contento con la medianía, porque rehuyo todo esfuerzo?
Que no sea yo, Señor Jesús, una de esas almas apocadas, superficiales, hasta hipócritas, que quieren poseer el Cielo sin ganarlo…
Jesús luchador, que yo sea un alma digna de ti.
PRECES
Sabiendo que la vida cristiana es lucha, ponemos nuestra esperanza en Jesucristo, el valiente luchador, y le decimos:
¡Señor, nosotros confiamos en ti!
Por la Iglesia, para que en todos sus hijos sepa resistir a la tentación del dinero, de la ostentación y del poder;
– Señor, que nuestra fuerza sea la palabra de Dios.
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Para que todos los que creemos en Cristo amemos su Palabra divina,
– y sepamos vivirla con la fuerza del Espíritu.
Por los que sufren a causa de la enfermedad, la pobreza u otra clase de opresión física y moral;
– que tengan, Señor, la fuerza necesaria para no abatirse ante los males que cesarán un día.
Que todos nosotros, con el vigor que nos comunica la presencia del Señor en la Eucaristía,
– superemos victoriosamente todas las pruebas de la vida, como las vencieron los hermanos que nos dejaron para irse a la Gloria.
Padre nuestro.
Señor Sacramentado, sabemos que en el Altar, en el Comulgatorio y en el Sagrario tenemos la fuerza máxima para luchar y vencer.
Contemplándonos desde la Hostia Santa, sé Tú, Señor, nuestro estímulo en los combates; haznos sentir tu presencia, y danos después el premio que tienes reservado a los vencedores. Así sea.
Recuerdo y testimonio…
Los Mártires Annamitas mostraban tal valor ante la muerte que los verdugos y las autoridades estaban convencidos de que la Eucaristía era un anestésico que tomaban contra los tormentos, de modo que publicaron esta bando:
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- «Se prohibe llevar los cristianos en la cárcel el pan encantado que los hace impasibles».
Aquellos cristianos legaron a sus hijos un amor ardiente a la Eucaristía, de modo que el Vicario Apostólico de Tonkín, Monseñor Gendreau, escribía a raíz del decreto de San Pío X sobre la Comunión de los niños:
«Es conmovedor ver cómo estos niños se preparan para la Primera Comunión y la avidez con que se acercan a la Sagrada Mesa».
Son esos católicos vietnamitas que en nuestros días han admirado al mundo en medio de la persecución comunista.
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- San Ignacio de Loyola, en Manresa, quiere dejar todas sus penitencias, oraciones y la vida que ha emprendido.
Oye una voz misteriosa:
– ¿Cómo podrás resistir todo esto durante setenta años que vas a vivir?
Comprende que es sugerencia del diablo, y responde con audacia:
– ¡Miserable! Dame una cédula asegurándome una hora, y yo cambio de vida. Satanás se batió en retirada…
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