18 Tema 15- Jesucristo, Bandera

Jesucristo, Bandera

Reflexión bíblica

Lectura, o guión para el que dirige

Del Evangelio según San Juan. 3,14-17; 12,32-33.

Dijo Jesús: Así como Moisés elevó la serpiente en el desierto, así tiene que ser elevado el Hijo de Hombre, para que todo el que crea tenga la vida eterna.

Porque tanto amó Dios al mundo que le dio su Hijo unigénito…

Porque Dios no ha enviado su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él…

Y yo, cuando sea elevado de la tierra, atraeré a todos hacia mí. PALABRA DEL SEÑOR.

Al ver exaltada la Cruz pensamos sin más en las palabras de Isaías: «La raíz de Jesé se alzará como bandera para los pueblos».

Porque «el Señor alzará su estandarte en las naciones y reunirá a todos los pueblos en torno a la bandera» (Isaías 11,10-12).

Esta bandera no es otra que Jesucristo, y Jesucristo Crucificado.

Jesús acepta plenamente esta idea: «Cuando yo sea levantado en lo alto, atraeré a todos hacia mí». Por eso Cristo no podía morir sino en la cruz.

El Apocalipsis nos dice que «todos los ojos mirarán» a este Cristo-bandera (Apocalipsis 1,7).

Y al final, cuando vuelva triunfador al mundo, «aparecerá la bandera del Hijo del Hombre en el cielo, y lo verán venir con gran poder y majestad» (Mateo 24,30)

Esta bandera es triunfadora precisamente al salvar. «Alcen la bandera sobre los pueblos. Digan a la ciudad de Sión: ¡Mira, ya viene tu salvador!» (Isaías 62,10-11).

Pablo da gracias a Dios «porque nos ha dado la victoria por Jesucristo» (1 Corintios 15,75).

Por eso canta Prudencio, el antiguo poeta cristiano: «¡Desaparece de una vez, Satanás! La bandera que ya conoces aniquila a tus huestes».

Jesucristo es bandera que arrastra los corazones, como lo canta el himno de la Liturgia: «Alzado en el alto madero, todo lo atrajo por el amor».

Los escritores místicos lo han expresado de manera bellísima. Como nuestro clásico Francisco de Osuna:

«Oh mi dulce Jesús, a quien el Espíritu Santo encargó la bandera del amor. Tú eres la bandera del amor y eres el que la enarbola.

Me rindo a tu amor. Me alisto a tu milicia, a la milicia de la caridad».

Cruz y Eucaristía están unidas indisolublemente, desde que Jesús nos dejó la Eucaristía como memorial de su Cruz. Lo cual exige de nosotros un doble programa de amor y de sacrificio.

No debe darnos miedo la cruz, sino, al revés, enardecernos, como lo cantaba el mismo Prudencio:

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«Consagrado a semejante bandera, no me es lícito titubear».

Y cuando las fuerzas se nos debiliten en el seguimiento del Crucificado, entonces será el Sagrario, colocado siempre en la iglesia debajo o al lado de la Cruz, el que nos llenará de un amor que no sabe rendirse ante ningún deber cristiano.

 Hablo al Señor. Todos

Señor Jesucristo, tu bandera es signo de tu amor y, como toda bandera, está teñida de sangre, la tuya propia y la de todos los que luchan por ti.

Yo quiero alistarme bajo tu enseña gloriosa, y te digo y te repito mil veces que te amo y que por tu amor me sacrificaré en el cumplimiento fiel de todos mis deberes cristianos.

Si hoy participo contigo en todas las batallas por el Reino, cueste lo que me cueste, sé que un día participaré, también, con gozo indecible, en el triunfo glorioso que te mereciste con tu Cruz.

 Contemplación afectiva. Alternando con el que dirige

Cristo Jesús, bandera desplegada ante todas las naciones.

¡Gloria a ti, Señor Jesús!

 Cristo Jesús, bandera que tienes tu trono en el Calvario.

¡Gloria a ti, Señor Jesús!

Cristo Jesús, bandera que atraes todas las miradas.

¡Gloria a ti, Señor Jesús!

Cristo Jesús, bandera que arrastras todos los corazones.

¡Gloria a ti, Señor Jesús!

Cristo Jesús, bandera que en la Cruz eres nuestra victoria.

¡Gloria a ti, Señor Jesús!

Cristo Jesús, bandera que eres la paz de los pueblos.

¡Gloria a ti, Señor Jesús!

Cristo Jesús, bandera que en la Cruz eres nuestra fuerza.

¡Gloria a ti, Señor Jesús!

Cristo Jesús, bandera que nos das la alegría del triunfo.

¡Gloria a ti, Señor Jesús!

Cristo Jesús, bandera que nos impulsas a la generosidad.

¡Gloria a ti, Señor Jesús!

Cristo Jesús, bandera que en la Cruz nos atas al amor.

¡Gloria a ti, Señor Jesús!

Cristo Jesús, bandera que nos quitas el horror al sacrificio.

¡Gloria a ti, Señor Jesús!

Cristo Jesús, bandera que serás nuestra mortaja gloriosa.

¡Gloria a ti, Señor Jesús!

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Todos

 Señor Jesús, que llamas voluntarios a tu seguimiento y quieres que yo me distinga en fidelidad a ti.

Dame generosidad para seguir tu bandera hasta dondequiera que Tú la enarboles.

Enciéndeme en tu amor, para que llegue hasta el fin, sin desanimarme nunca ante cualquier dificultad.

Madre María, modelo y guía de los que siguen a Jesús hasta la cima del Calvario.

Contigo quiero estar al pie de la Cruz, amando a Jesús y gozándome con El en todas las pruebas de la vida, porque sólo así mereceré los gozos de la Gloria que me espera.

En mi vida. Autoexamen

Es siempre actual la máxima del Kempis: «Jesús tiene muchos que aspiran a su reino celestial, pero pocos que estén dispuestos a llevar su cruz».

Rinden honores a la bandera triunfadora, pero no se alistan bajo sus pliegues para ir a la guerra.

¿Soy yo de los que rehusan el sacrificio?

¿Me niego al cumplimiento austero de mi deber?…

Ante mis resistencias, ¿me doy cuenta de que lo que me falta es amor?

Me lo dice a continuación la misma Imitación de Cristo: «¡Oh, cuánto puede el amor a Jesús!»…

Si amo, todo me resultará fácil. Ante cualquier sacrificio, sabré decir con generosidad:

«¡Por ti, Jesús!»… «¡Todo por ti, Corazón Sacratísimo de Jesús!»…

Preces

 Mirando a Jesucristo, bandera que Dios ha desplegado a la faz de las naciones e ideal supremo de perfección, le decimos:

Señor Jesús, que todo el mundo te bendiga y te ame.

Que los cristianos manifestemos con nuestra vida el signo de la

Cruz recibido en el Bautismo, – a fin de que todos los que nos miren se sientan arrastrados hacia Jesucristo y su Evangelio.

Que mirando a Jesucristo Crucificado el mundo descubra la bandera

blanca de la paz; – y cesen las guerras, el terrorismo, la violencia y todo lo que aflige al mundo de nuestros días.

Por los pobres, los enfermos y todos los que sufren, — para que mirando a Jesucristo encuentren alivio en sus penas y en nosotros ayuda generosa.

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Por nosotros, que hemos pasado esta Hora con el Señor aquí presente; – que Él nos bendiga, nos llene de su gracia, y a nuestros difuntos les dé el descanso en su gloria.

 Padre nuestro.

 Señor Sacramentado, que te encierras en el Sagrario de las iglesias, cobijado siempre por la sombra de la Cruz.

Queremos aprender la lección que nos impartes desde aquí: el amor, sólo el amor de que nos llenas cuando nos postramos a tus pies y te hacemos compañía, nos hará amar nuestra cruz de cada día y gloriarnos en ella.

Tú que vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén.

Recuerdo y testimonio…

 Santa Ángela de la Cruz, la monja sevillana, se propone para su vida:

    1. «El monte Calvario. Nuestro Señor clavado en la Cruz, y la Cruz levantada de la tierra. Otra cruz a la misma altura, pero no a la derecha ni a la izquierda, sino enfrente y muy cerca».

Así Sor Angela, así el cristiano, como el soldado ante la bandera..

    1. Santa Catalina de Siena, Doctora de la Iglesia, oye a Jesús, que le dice: «El alma, cuando recibe este Sacramento, está en mí y yo en ella.

Así como un pez está en el mar, y el mar en el pez, así yo estoy en el alma y el alma en mí».

Penetrada de este pensamiento, le grita al sacerdote su confesor:

«¡Padre, tengo hambre! Por amor de Dios, da de comer a mi alma!».

La Comunión fue durante días su único alimento. Todo lo demás que tragaba, lo devolvía. Invadida así por el amor a Cristo, podía dar este consejo:

«Sigue adelante con valor. Clávate en la cruz con Cristo crucificado.

Recréate en las llagas de Cristo crucificado». ¿En qué iba a desembocar este amor y esta ansia de seguir al Señor?

Lo expresa ella misma: «Si viésemos al Crucificado, nuestro corazón ardería de fuego de amor y sentiríamos hambre de tiempo, porque el tiempo es eternidad».

Para ella, todo era Eucaristía y Crucifijo…

 

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