19 Tema 16- Jesús y su oración al Padre

19. Jesús y su oración al Padre

Reflexión bíblica

Lectura, o guión para el que dirige

Del Evangelio según San Lucas. 1,1; 1,9-13.

Estaba él orando en cierto lugar y, cuando terminó, le dijo uno de sus discípulos: «Señor, enséñanos a orar».

Él les dijo…:

«Yo les digo: Pidan y se les dará; busquen y hallarán;- llamen y se les abrirá. Porque todo el que pide, recibe; el que busca, halla; y al que llama, le abrirán.

¿Qué padre hay entre ustedes que, si su hijo le pide un pez, en lugar de un pez le da una culebra; o, si le pide un huevo, le dará un escorpión?

Si, pues ustedes, aun siendo malos, saben dar cosas buenas a sus hijos, ¡cuánto más el Padre del cielo  dará el Espíritu Santo a los que se lo pidan?». PALABRA DEL SEÑOR.

¿Qué hace Jesús en el Sagrario?

¿Tenemos curiosidad por saberlo?…

Unas palabras de la carta a los Hebreos nos lo dicen con elocuencia conmovedora:

«Por eso, Jesús puede perpetuamente salvar a los que por su medio se acercan a Dios, ya que está siempre vivo para interceder por ellos» (Hebreos 7,22-25).

Es decir, el Jesús del Sagrario, que es el mismo que el del Cielo y hace aquí lo mismo que allí, está siempre rogando por nosotros hasta que consigamos nuestra salvación definitiva.

Le repite al Padre lo del Cenáculo:

«Padre santo, guarda en tu nombre a los que me has dado». «Te ruego por todos los que creerán en mí».

«Padre, yo deseo que todos estos que tú me has dado estén conmigo donde esté yo, para que contemplen la gloria que me has dado».

«Les he dado a conocer quién eres, y continuaré dándote a conocer, para que el amor con que me amaste pueda estar también en ellos, y yo mismo esté también en ellos» (Juan 17,11-26).

Este Jesús del Cielo y del Sagrario, que así ruega por nosotros, tiene derecho a exigirnos la oración por nosotros mismos, a fin de que nuestra oración, unida a la suya, sea nuestra salvación.

La oración de alabanza, que a Jesús no se le caía de los labios, y que nos enseñó a nosotros: «¡Santificado, glorificado sea tu nombre!»…

La oración de gratitud.

Después de tanto beneficio, que no nos tenga que decir: «¿Nadie ha vuelto a dar gracias a Dios sino este samaritano?» (Lucas 17,17)…

La oración de perdón:

 «Perdónanos nuestras ofensas»… Finalmente, la de súplica: «Danos hoy nuestro pan de cada día»…

Jesús, Sacerdote nuestro, ora incesantemente, y nos dice con insistente seriedad: «Es necesario orar siempre sin desfallecer nunca» (Lucas 18,1).

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Insistencia la de Jesús, que arrancó a uno de los discípulos la petición bellísima: «Señor, enséñanos a orar». El Jesús del Sagrario está atento a nuestra oración. Pero, tanto o más que escucharnos, quiere orar con nosotros al Padre. ¿Le ayudamos?…

Hablo al Señor. Todos

Mi Señor Jesucristo,

Tú fuiste el hombre de más oración que ha existido.

Tú no podías pasar un rato sin hablar con el Padre.

Habías de desahogarte con Él. Eras su Hijo, el amado,

y no hubieras podido prescindir de la oración jamás.

Sumo Sacerdote nuestro, Tú debías redimir al mundo,

y rogabas y ruegas continuamente por nuestra salvación.

Hazme a mí, Señor, un alma de oración.

Que venga a tu Sagrario para adorar contigo al Padre,

y que mi oración ayude a la salvación de mis hermanos.

Contemplación afectiva. Alternando con el que dirige

Jesús, que sentiste como nadie la necesidad de orar.

Señor, enséñame a orar.

 Jesús, que te oxigenabas de continuo con oración incesante.

Señor, enséñame a orar.

 Jesús, que estabas siempre en comunicación con el Padre.

Señor, enséñame a orar.

 Jesús, que orabas como Mesías, para salvar al mundo.

Señor, enséñame a orar.

 Jesús, que oraste también para enseñarme a orar.

Señor, enséñame a orar.

 Jesús, que pasabas días y noches enteros en oración.

Señor, enséñame a orar.

 Jesús, que enseñaste a tus discípulos a orar.

Señor, enséñame a orar.

 Jesús, que orabas al Padre con el amor de Hijo.

Señor, enséñame a orar.

 Jesús, que te dirigiste al Padre como Sacerdote nuestro.

Señor, enséñame a orar.

 Jesús, que oras en el Sagrario como Salvador nuestro.

Señor, enséñame a orar.

 Jesús, que me quieres ante el Sagrario orando contigo.

Señor, enséñame a orar.

 Jesús, que me encargas orar siempre sin desfallecer.

Señor, enséñame a orar.

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Todos

 Señor Jesús, que te dedicaste a la oración como primera tarea de tu vida y sigues orando siempre por nosotros en el Sagrario.

Enséñame a orar. Llámame a tu Sagrario para orar contigo. Y haz que sienta la necesidad de comunicarme con el Padre como la sentías Tú, mi modelo de oración.

Madre María, que estuviste siempre en oración única por tu trato continuo con Jesús, pues tu hablar con Él fue siempre una amorosa oración.

Enséñame a orar, y haz que ore siempre. Atrae sobre mí el Espíritu Santo, que, como a ti, me mantenga en oración continua y fervorosa.

En mi vida. Autoexamen

La oración es la respiración del alma. Es la ocupación más grande del día. La más importante, la más necesaria. Jesús me da ejemplo admirable. Y en su misma vida sacramental, Jesús es el modelo máximo que puedo encontrar…

¿Hago yo de la oración el respirar de mi espíritu?

¿Me esfuerzo en avanzar cada día por el camino de la oración?

¿Tengo el convencimiento profundo de que la oración es la ocupación máxima, la primerísima a que debo dedicarme?

¿Y me doy cuenta de que la oración, que puedo practicar en todo lugar, tiene su puesto más privilegiado en la presencia del Señor Sacramentado?…

PRECES

Sabiendo que el Padre nos escucha siempre, porque nuestra oración está acompañada por Jesús e impulsada por el Espíritu Santo, le decimos:

Señor Dios nuestro, bendecimos tu santo Nombre.

Por el Papa, los Obispos y los Sacerdotes, le pedimos al Señor: — que sean nombres de oración y nos enseñen siempre a dirigirnos a ti.

Para que el mundo sepa que en el Cielo hay un Padre que vela por todos, le pedimos al Señor:

— que crezcan los grupos de oración, como testimonio para todos los hombres de la importancia que tiene el acudir siempre a Dios.

Para que los niños aprendan desde las rodillas de sus madres la importancia de la oración, le pedimos al Señor:

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— que los niños y los jóvenes, junto con el estudio, recen siempre como tarea principal de sus años de formación.

Y a nosotros que te hemos acompañado en esta Hora, Señor Jesucristo, — enséñanos a orar siempre más y mejor.

Padre nuestro.

Señor Sacramentado, que oras siempre como Sumo Sacerdote nuestro.

Infúndenos el espíritu de oración. Danos ganas de orar.

Sobre todo, ganas de orar en tu presencia y contigo. Así nuestra vida entera será, como la tuya, una adoración continua al Padre en el Espíritu Santo, y un orar como Tú y contigo por la salvación del mundo.

Tú que vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén.

Recuerdo y testimonio…

    1. El célebre Cardenal Mercier, ante la apatía con que oramos tan poco, sobre todo ante el Sagrario, excusándonos en nuestras muchas ocupaciones, dijo:

«He llegado ya a viejo, y me he convencido de que es necesario trabajar y orar. Y orar, mucho más que trabajar».

    1. Pío XI, el Papa que en nuestros días asombró al mundo por su trabajo abrumador, era un reloj en su vida. No se acostaba hasta las dos de la noche, para levantarse después a las seis en punto.

Pero a las once de la noche, sin fallar un día siquiera en su vida de Cardenal Secretario de Estado y de Papa, interrumpía el trabajo, se iba a su capilla privada, se hincaba en el reclinatorio, y para el Señor del Sagrario era la última hora entera del día que se acababa.

A las doce regresaba al escritorio para reanudar el trabajo hasta las dos… Lo atestigua quien le acompañó durante cuarenta años.

    1. El Venerable Ollier expresaba esta oración ante el Santísimo con una comparación bella:

«¿Por qué, Dios mío, habéis puesto sangre y no aceite en mis venas? ¡Ah! Si en mis venas yo tuviese aceite en vez de sangre, lo derramaría gota a gota en las lámparas que arden delante del Santísimo Sacramento».

 

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