22 Tema 19- El Sacrificio de Cristo

22. El Sacrificio de Cristo

Reflexión bíblica

Lectura, o guión para el que dirige

De la carta a los Hebreos. 10,5-18.

Jesús, al entrar en este mundo, dice:

«No quisiste sacrificio ni oblación, pero me has formado un cuerpo. Holocaustos y sacrificio por el pecado no te agradaron.

Entonces dije: ¡He aquí que vengo a hacer, oh Dios, tu voluntad!»…

En virtud de esta voluntad quedamos santificados, merced a la oblación de una vez para siempre del cuerpo de Jesucristo.

Todo sacerdote de la ley está en pie, día tras día, oficiando y ofreciendo reiteradamente los mismos sacrificios, que nunca pueden borrar pecados.

Él, Jesús, por el contrario, habiendo ofrecido por los pecados un solo sacrificio, se sentó a la derecha de Dios para siempre…

Ahora bien, donde hay perdón de las cosas, ya no hay más oblación por el pecado, PALABRA DE DIOS.

Israel tuvo un culto sacrificial impresionante. Eran incontables los animales domésticos que se ofrendaban a Dios matándolos en el altar.

Por el Holocausto, se mataba, quemaba y destruía a la víctima totalmente.

Por el Sacrificio Pacífico, el oferente entraba en comunión con Dios, le daba gracias, trababa amistad con Él cuando comía parte de la víctima en convite sagrado.

Por el Sacrificio de la Expiación, una sola vez al año en el día grande del Kippur, la víctima cargaba con todos los pecados del pueblo, era sacada fuera del campamento o de la ciudad, quemada totalmente, y así quedaban expiados todos los pecados de la muchedumbre.

Sacrificios inútiles contra el pecado, pero significaban la realidad de lo que preparaba Dios. Jesús, al entrar en el mundo, dice al Padre eso de la carta a los Hebreos:

Si todos los sacrificios han sido inútiles, el sacrificio de mi cuerpo un día en la cruz será la satisfacción plena ante tu justicia por todos los pecados del mundo…

Llegado el momento de ir a la cruz, dice resuelto Jesús: «Padre, para esta hora he venido, para glorificar tu nombre» (Juan 12,28)

Y, colgado en el madero, «se ofrece a sí mismo inmaculado a Dios, purifica nuestras almas, de modo que ya podemos nosotros dar culto al Dios vivo» (Hebreos 9,14)

Purifica nuestras conciencias, expía nuestros pecados y nos santifica a todos los hijos de Dios, que ahora podremos ofrecer también nosotros, en unión con Cristo, un sacrificio agradable a Dios, como nos dirá San Pablo:

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«Ofrezcan sus cuerpos, sus personas, como víctima viviente, santa, agradable a Dios» (Romanos 12,1), porque somos «un sacerdocio santo, que ofrece sacrificios espirituales gratos a Dios» (1Pedro 2,5)

La Eucaristía será el memorial perpetuo de este sacrificio de Cristo y también nuestro propio sacrificio, el de la Iglesia.

Al decirnos Jesús: «Tomen, mi cuerpo que se entrega.., mi sangre que se derrama.., hagan esto como memorial mío», se nos da y se pone en nuestras manos para que lo ofrezcamos y nos ofrezcamos con Él en un mismo sacrificio, que rinde a Dios «todo honor y toda gloria».

Hablo al Señor. Todos

Con tu Sacrificio, Jesús, das toda gloria al Padre

y salvas al mundo entero.

Pero te pones también en mis manos

para que yo me ofrezca contigo a Dios.

Con este único sacrificio de la cruz y del altar,

Tú nos santificas a todos

y haces de nuestra vida pecadora

una vida santa, inmaculada, y llena de amor.

Gracias por el don de la Eucaristía,

que así nos hace a todos dignos de Dios.

 Contemplación afectiva. Alternando con el que dirige

Jesús, Sacrificio de la Nueva Alianza.

Hazme, Señor, una hostia contigo.

Jesús, Víctima por los pecados del mundo.

Hazme, Señor, una hostia contigo.

Jesús, Cordero sin mancha inmolado por nosotros.

Hazme, Señor, una hostia contigo.

Jesús, que te ofreciste a impulsos del Espíritu Santo.

Hazme, Señor, una hostia contigo.

Jesús, el gran glorificador del Padre.

Hazme, Señor, una hostia contigo.

Jesús, Sacerdote, Víctima y Altar en el Calvario.

Hazme, Señor, una hostia contigo.

Jesús, Víctima asumida con gloria en el Cielo.

Hazme, Señor, una hostia contigo.

Jesús, que te ofreces cada día a Dios en tu Iglesia.

Hazme, Señor, una hostia contigo.

Jesús, que unes nuestro sacrificio al tuyo.

Hazme, Señor, una hostia contigo.

Jesús, que nos ofreces contigo al Padre.

Hazme, Señor, una hostia contigo.

Jesús, que intercedes por nosotros siempre ante Dios.

Hazme, Señor, una hostia contigo.

Jesús, sacrificio perenne de tu Iglesia en la Eucaristía.

Hazme, Señor, una hostia contigo.

 

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TODOS

 Señor Jesús, que, por tu generosidad sin límites, te ofreciste a Dios como víctima pura e inocente por nosotros, los verdaderos culpables, para salvarnos del pecado y de la muerte eterna.

Hazme vivir siempre en esa gracia y santidad que nos mereciste con tus dolores en la Cruz.

 Madre María, que asististe a Jesús en su sacrificio del Calvario y te uniste a Él en una sola oblación a Dios.

Dame tu generosidad, Madre Dolorosa, para ofrecer a Dios todos los sacrificios de mi vida, sabiendo que, al participar de los dolores de Cristo, participaré también de los gozos de su Resurrección.

En mi vida. Autoexamen

Jesús predijo a la Samaritana que los verdaderos adoradores darían culto al Padre en espíritu y en verdad, y no en un lugar determinado del mundo, sino en todas partes.

Dondequiera que está Dios y esté yo, en todo lugar y a toda hora, mi vida, en unión con el sacrificio de Cristo, es un sacrificio de alabanza a Dios.

¿Vivo de hecho esta realidad cristiana?

¿Conservo mi cuerpo como una hostia pura, por la castidad guardada fielmente, por la austeridad en mis costumbres, por los sacrificios que sé ofrecer al Señor?

¿Sé permanecer en la cruz de mi deber, como una víctima voluntaria, que Dios acepta siempre con agrado?…

PRECES

Ante Jesucristo que muere por nosotros pidiendo perdón, nosotros nos dirigimos a Dios con su misma palabra:

Perdón, Padre, pues no sabíamos lo que hacíamos.

 Queremos, Señor, estar junto a tu cruz como tu Madre María,

— y así participar de tus dolores que nos salvan.

Haz que nuestras vidas, cuando se gastan en el cumplimiento de la voluntad del Padre,

— sean aceptadas como un solo sacrificio con el tuyo en la cruz.

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Que sostengas a los trabajadores mal remunerados, a los enfermos,a los detenidos, a todos cuantos sufren,
— y sirva su sacrificio para ordenar el mundo en la justicia y la paz.

Señor Jesucristo, antes de despedirnos de ti,
– te pedimos nos bendigas a nosotros aquí presentes, a nuestras familias, a todos nuestros seres queridos, y acojas a los difuntos en la paz de tu Reino.

Padre nuestro.

 Señor Sacramentado, que perpetúas en el Altar tu sacrificio de la Cruz.

Nosotros queremos unirnos a ti en tu oblación para glorificar plenamente contigo al Padre, para ayudarte con nuestra aportación a salvar al mundo, para expiar nuestras propias faltas e infidelidades, y para llenarnos abundantemente de toda tu gracia. Amén.

 Recuerdo y testimonio… 

  1. San Guillermo, Arzobispo de Bourges:»Cuando veo que Jesucristo se ofrece sobre el altar como víctima a su Eterno Padre, siento el mismo dolor que si le viese morir con los brazos extendidos en la cruz sobre el Calvario».Y San Leonardo de Porto Maurizio:

«Soy del parecer de que, si no hubiéramos tenido el Santo Sacrificio de la Misa, ya hubiera desaparecido el mundo por no poder soportar más el peso de tantos pecados». 

  1. San Miguel Febres Cordero, Hermano de La Salle, ecuatoriano y pedagogo excepcional, que sabía muy bien lo que era unir nuestro sacrificio al de Jesús, les propuso a los niños sus alumnos: por cada pequeño sacrificio que hicieran habían de tomar un grano de trigo y depositarlo en una ánfora grande que tenía preparada.

Cuando se llenaba, molía todo el trigo, confeccionaba hostias con la harina, y ellas servían para la Misa en que todos comulgaban, después de ofrecer la propia vida en una sola oblación con la de Cristo.

  1. Preguntado el convertido Padre Liebermann sobre cuál era la mejor manera de participar en la Misa, respondía: «Sacrificándose, sacrificándose!»…

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