27. «Jesús, el Ascendido al Cielo»
Reflexión bíblica. Lectura, o guión para el que dirige
Del Evangelio según San Lucas. 24,49-53.
Dijo Jesús a los apóstoles: «Permanezcan en la ciudad hasta que sean revestidos del poder de lo alto». Los sacó hasta cerca de Betania y, alzando sus manos, los bendijo. Y, mientras los bendecía, se separó de ellos y fue llevado al cielo. Ellos, después de postrarse ante él, se volvieron a Jerusalén con gran gozo». PALABRA DEL SEÑOR.
¿Quién es el que sube al Cielo?
San Pablo lo dice con frase lapidaria: Cristo, «el que bajó, es el mismo que ha subido a lo alto de los cielos para llenarlo todo» (Efesios 4,10). Bajó del Cielo a la Tierra sin dejar el Cielo, y sube de la Tierra al Cielo sin dejar la
Tierra. Muere Jesús, y desciende a lo más hondo del abismo para anunciar la gran noticia a los que habían muerto antes que Él:
«¡Aquí estoy! ¡Su liberación ha llegado por fin!». Esto es lo que «predicó a los que estaban en prisión» (1 Pedro 3,19)
Resucitado, se sube al Cielo con el botín inmenso de tantas almas que esperaban aquel momento dichoso: «Subió a lo alto, llevando consigo a los cautivos, y repartió dones a los hombres» (Efesios 4,8).
«Apareciéndose a los apóstoles durante cuarenta días, e instruyéndolos acerca del reino de Dios» (Hechos 1,3), «se elevó después al cielo, y se sentó a la derecha del Padre» (Marcos 16,19).
Allí «Jesucristo, habiendo ido al cielo, está a la diestra de Dios, y le han sido sometidos los ángeles» (1Pedro 3,22)
En la última aparición, «ven los discípulos cómo se ha elevado a las alturas, hasta que una nube se lo sustrajo a sus miradas» (Hechos 1,9).
No se ha olvidado de nosotros en su gloria, sino que allí está «siempre vivo para interceder por nosotros» (Hebreos 7,25)
Nada más ascendido al Cielo, empezó a repartir sus regalos a los hombres, regalos que no son más que el Espíritu Santo: «Vi al Cordero en el trono de Dios…, que enviaba el Espíritu septiforme a toda la tierra» (Apocalipsis 5,6).
A esto se refería Jesús, cuando dijo: «Les conviene que yo me vaya, pues, si no me voy, no vendrá el Espíritu sobre ustedes, pero, si me voy, se lo enviaré» (Juan 16,17)
Además, con la fuerza del mismo Espíritu se queda con nosotros en la Eucaristía. Lo tenemos aquí tan presente como lo tienen los Ángeles y los Santos en el Cielo. Lo creemos presente con el mérito enorme de la fe. Si lo viéramos, ¿qué mérito tendríamos?
No viéndolo, pero creyendo firmemente en su presencia, nuestra vidade la Tierra es en verdad el Cielo anticipado.
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«A Jesucristo lo aman sin haberlo visto; sin verle, creen; y se alegrarán con gozo inefable y radiante de gloria» (1 Pedro 1,8-9)
«¡Volverá!», dijeron los Ángeles a los apóstoles que miraban embobados a las alturas.
Volverá, visible y glorioso al final del mundo. Para nosotros, «vuelve» cada día cuando se nos pone en el Altar y se queda escondido en su Sagrario.
Hablo al Señor. Todos
Señor Jesús, hecho Hombre como nosotros,
ahora elevas nuestra naturaleza al Cielo
para hacernos partícipes de tu divinidad.
Nos inclinamos ante ti, y te proclamamos:
¡Cristo Jesús, Tú eres el Señor!
Los coros del Cielo y los coros de la Tierra
entonamos todos jubilosos a una voz:
«Al Cordero que está en el trono,
alabanza, honor y gloria,
y el imperio por los siglos de los siglos».
Contemplación afectiva. Alternando con el que dirige
Señor, vencedor con el triunfo más noble.
— Honor y gloria a ti, Señor Jesús.
Señor, que te subes gloriosamente al Cielo.
— Honor y gloria a ti, Señor Jesús.
Señor, que te llevas contigo a todos los justos.
— Honor y gloria a ti, Señor Jesús.
Señor, que te sientas a la derecha del Padre.
— Honor y gloria a ti, Señor Jesús.
Señor, a quien se someten todos los Angeles.
— Honor y gloria a ti, Señor Jesús.
Señor, centro del Universo y Rey de los siglos.
— Honor y gloria a ti, Señor Jesús.
Señor, que reinas ya para no morir jamás.
— Honor y gloria a ti, Señor Jesús.
Señor, que vives intercediendo por nosotros.
— Honor y gloria a ti, Señor Jesús.
Señor, que arrastras contigo nuestros corazones.
— Honor y gloria a ti, Señor Jesús.
Señor, que repartes a manos llenas tus dones.
— Honor y gloria a ti, Señor Jesús.
Señor, que subes para enviarnos tu Espíritu Santo.
— Honor y gloria a ti, Señor Jesús.
Señor, que te has ido para prepararnos una morada.
— Honor y gloria a ti, Señor Jesús.
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TODOS
Señor Jesús, al considerar tu gloriosa Ascensión, sólo sé recordarte que te fuiste al Cielo a prepararme una estancia para mí.
Espero que un día me lleves a tu Gloria. Y haz que tenga firme mi corazón allí donde están los gozos verdaderos.
Madre María, que te llenaste de gozo inmenso al ver a tu Jesús ascender triunfante a la Gloria.
Haz que yo viva ya en la Tierra aquellas realidades celestiales, como Tú, Madre, que tuviste fijo el Corazón allí donde estaba Jesús, centro único de tu amor.
En mi vida. Autoexamen
Tengo que hacer mío lo de Pablo: Si Dios, con la resurrección de Jesús, me ha «conresucitado con Cristo y me ha hecho sentar ya con Cristo en los cielos», debo «buscar las cosas del cielo, no las de la tierra».
¿Y qué hago yo? ¿No vivo siempre con mucho apego a tonterías de acá, que ni van ni vienen, sin pensar en el Jesús del Cielo, ni en el Jesús que está conmigo aquí en la Eucaristía, esperándome en su Sagrario e ilusionado por venir a mí en la Comunión, ni en el Jesús de los hermanos para hacer algo por Él?…
Jesús, Tú eres el centro del Universo, ¿por qué no eres también el centro de mi vida entera?…
PRECES
Aclamamos alegres a Jesucristo, que se sentó a al derecha del Padre, y le decimos:
Tú eres el Rey de la gloria, Cristo Jesús.
Señor Jesucristo, que con tu ascensión has glorificado la pequeñez de nuestra carne elevándola hasta las alturas del cielo,
— purifícanos de toda mancha y devuélvenos nuestra antigua dignidad.
Tú, Señor Jesús, que por el camino del amor descendiste hasta nosotros,
— haz que nosotros, por el mismo camino del amor, ascendamos hasta ti.
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Señor nuestro Jesucristo, que con nuestro corazón y nuestro deseo vivamos ya en el cielo,
– donde nos esperas para glorificarnos con la misma gloria tuya, después de haber trabajado por ti, en la dilatación del Reino y haciendo el bien a los hermanos.
Sabemos que un día volverás triunfador para juzgar al mundo,
– haz que podamos contemplarte misericordioso en tu majestad, junto con nuestros hermanos difuntos, para los que te pedimos el descanso eterno.
Padre nuestro.
Señor Sacramentado, que estás con nosotros aquí en la Tierra tan realmente presente como lo estás en el Cielo. Haznos vivir de ti, para que, cuando nos llames, contemplemos cara a cara, con felicidad inenarrable, lo que ahora descubrimos con la fe en este augusto Sacramento. Que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
Recuerdo y testimonio…
1. San Antonio María Claret, agotado por el sufrimiento y por las tareas del Concilio Vaticano I, se centra del todo en Jesús:
«Mis pensamientos, afectos y suspiros se dirigen al Cielo. No hablaré, ni escucharé, sino cosas de Dios y que me lleven al Cielo. Deseo morir y estar con Cristo y con María, mi dulce Madre. Los miembros tienden a unirse con su cabeza, el hierro al imán, y yo a Jesús. Deseo unirme a Él en el Sacramento y en el Cielo».
Es lo mismo de Ignacio de Loyola allí en Roma, cuando contemplaba entre lágrimas suaves el firmamento tachonado de estrellas: «¡Oh, qué triste me parece la tierra cuando contemplo el cielo!»…
- Napoleón, preso en Santa Elena: «Yo he enardecido a millares y millares que murieron por mí. Pero ahora estoy aquí, atado a una roca, ¿y quién lucha por mí?…
¡Qué diferencia entre mi miseria y el reinado de Cristo, que es predicado, amado y adorado por todo el mundo y vive por siempre!»…
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