28. «Jesús, el Señor»
Reflexión bíblica. Lectura, o guión para el que dirige
De la carta de San Pablo a los Colosenses. 1,15-20.
Jesús es imagen del Dios invisible, primogénito de toda criatura; porque por medio de él fueron creadas todas las cosas:
celestes y terrestres, visibles e invisibles, Tronos, Dominaciones, Principados y Potestades; todo fue creado por él y para él.
Él es anterior a todos, y todo se mantiene en él. Él es también cabeza del cuerpo: de la Iglesia.
Él es el principio, el primogénito de entre los muertos, y así es el primero en todo.
Porque en él quiso Dios que residiera toda la plenitud. Y por él quiso reconciliar consigo todos los seres: los del cielo y los de la tierra, haciendo la paz por la sangre de su cruz, PALABRA DE DIOS.
«¡Señor mío y Dios mío!», exclamó Tomás al ver las llagas del Resucitado (Juan 20,28).
Y San Pablo nos dirá que «nadie puede decir: Jesús es Señor sino con la fuerza del Espíritu Santo». (1 Corintios 12,3).
¿Por qué?… «Señor» es el nombre trascendente de Dios. Decir que Jesús es «Señor» es confesarlo DIOS: Dios-Salvador-Señor.
No podemos decir de Jesús nada más grande. Es lo que cantamos con el antiquísimo himno cristiano: «Porque solo Tú eres Santo, solo Tú Señor, solo Tú Altísimo, Jesucristo».
Jesús, mientras estuvo en el mundo, ocultó los esplendores de la Divinidad bajo la condición de un cuerpo mortal.
Pero, una vez resucitado, fue constituido «Señor», sentado a la derecha del Padre, con igual poder y majestad que Dios. San Pablo pudo escribir: a los de Filipos:
«Toda lengua confiese que Jesucristo es Señor en la gloria del Padre» (Filipenses 2,11)
Esta fue también la confesión de Esteban, el primer mártir de la Iglesia: «Veo los cielos abiertos y a Jesús a la diestra de Dios»
(Hechos 7,56). Incluso antes de morir y resucitar, Jesús se dio a Sí mismo este título sagrado: «Ustedes me llaman el Señor, y dicen bien, pues lo soy» (Juan 13,13)
Esto lo dijo Jesús después de haber lavado los pies a los apóstoles en la Ultima Cena. Y antes les había dicho: «Todos ustedes son hermanos» (Mateo 23,8).
Con ello quedaba bien claro y para siempre que en la Iglesia somos todos iguales y servidores del único que manda y es el dueño, Jesús, El Señor.
Ahora en la Eucaristía, Jesús oculta también los esplendores de la Divinidad y de su Cuerpo glorificado.
Pero nuestra fe adivina toda la Majestad que le circunda, adorado y cantado por los Ángeles que le hacen guardia permanente.
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«Cantemos al Amor de los amores, cantemos al SEÑOR.
Dios está aquí. Venid, adoradores, adoremos a Cristo Redentor.
¡Gloria a Cristo Jesús! Cielos y tierra, bendecid al SEÑOR!»…
Es lo mismo de los apóstoles Judas y Pedro: Jesús, «el único Dueño y Señor nuestro. A él la gloria y el poder por los siglos eternos»…
(Judas 4; 1Pedro 5,11)
Hablo al Señor. Todos
¡Señor mío Jesucristo! ¡Cuántas veces te llamo así!…
Pero yo quisiera que esta palabra, «Señor»
no fuera una expresión baldía de mi lengua,
y ni tan siquiera un sentimiento vacío del corazón.
¿Quisiera? y dame Tú la gracia para conseguirlo.
Que fuera una realidad en todos los actos de mi vida.
Que seas Tú el dueño de mi amor.
Que seas Tú el dueño de mis sentimientos.
Que seas Tú el dueño de todas mis acciones.
Que nada sea mío y todo sea tuyo, ¡Señor!…
Contemplación afectiva. Alternando con el que dirige
Jesús, Dios de Majestad infinita.
— ¡Tú solo Señor, Tú solo Altísimo, Jesucristo!
Jesús, único Dios y Señor, con el Padre y el Espíritu Santo.
— ¡Tú solo Señor, Tú solo Altísimo, Jesucristo!
Jesús, que, siendo Señor, viviste como siervo de todos.
— ¡Tú solo Señor, Tú solo Altísimo, Jesucristo!
Jesús, que te humillaste hasta la muerte de cruz.
— ¡Tú solo Señor, Tú solo Altísimo, Jesucristo!
Jesús, que ascendiste como Señor a la derecha del Padre.
— ¡Tú solo Señor, Tú solo Altísimo, Jesucristo!
Jesús, ante cuyo nombre se inclinan el Cielo y la Tierra.
— ¡Tú solo Señor, Tú solo Altísimo, Jesucristo!
Jesús, aclamado por los Angeles como su Señor.
— ¡Tú solo Señor, Tú solo Altísimo, Jesucristo!
Jesús, Rey de reyes y Señor de los que dominan.
— ¡Tú solo Señor, Tú solo Altísimo, Jesucristo!
Jesús, único Señor entre nosotros tus hermanos.
— ¡Tú solo Señor, Tú solo Altísimo, Jesucristo!
Jesús, Señor, a quien servir es reinar.
— ¡Tú solo Señor, Tú solo Altísimo, Jesucristo!
Jesús, constituido Señor de vivos y muertos
— ¡Tú solo Señor, Tú solo Altísimo, Jesucristo!
Jesús, Señor y dueño de la Historia y del Universo.
— ¡Tú solo Señor, Tú solo Altísimo, Jesucristo!
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TODOS
Señor Jesús, que moriste y resucitaste para ser el Señor de vivos y muertos, y en vida y en muerte Tú eres mi Señor.
Yo quiero pertenecerte sólo a ti. Sé Tú, Jesús, el único dueño de mi existencia, ahora en la Tierra, mañana en la Gloria.
Madre María, Madre del que es el Señor del Universo. Tú te declaraste esclava del Señor, y al Señor Jesús, siendo hijo tuyo, le serviste con amorosa humildad.
Enséñame a servir a Jesús, en su Persona con mi alabanza, y en los hermanos con las obras de un amor sincero. Sólo así será Jesús el Señor de mi vida.
En mi vida. Autoexamen
¿Me resulta fácil con la gracia del Espíritu? confesar que Jesúses «Señor». Lo repito con la fe de Tomás, y con más fe que él:
«¡Señor mío y Dios mío!».
Pero debo hacerlo con el testimonio de las obras, más que con el de las palabras. Jesús, para la salvación de mis hermanos, necesita mi colaboración.
¿Me presto a su servicio?…
Jesús me dice que Él es el único Señor y que todos nosotros somos hermanos.
¿Les sirvo a ellos, como lo haría con el mismo Jesús en su Persona?…
En mi profesión, en mi cargo, en mi relación con los demás, ¿soy consciente de que no soy superior a nadie, porque es Jesús, el Señor, el único que manda?…
PRECES
El Padre ha puesto todas las cosas en manos de Jesús, y lo ha constituido «Señor» del Universo.
Nosotros le decimos: Señor Jesucristo, guíanos siempre hacia ti.
Que la Iglesia, sometida siempre a Jesucristo el Señor, — sea la servidora de todos para llevar a todos hacia Jesucristo.
Que los pueblos de la tierra, sus gobernantes y todos los ciudadanos, acepten a Jesucristo como Señor, — y reconozcan que los derechos de Jesucristo son imprescriptibles, aunque no quitan nada a los derechos que Dios ha dado a la sociedad.
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Que los pueblos ricos no acaparen las riquezas que son de todos, y sabiendo que Dios quiere el bienestar de todos sus hijos,
– no opriman a los pueblos en desarrollo, sino que los ayuden a alcanzar una vida digna de Jesucristo, el Señor de todos los hombres.
Que Dios nos bendiga a los que en esta Hora le hemos adorado como Señor nuestro,- y dé también el descanso a los fíeles difuntos.
Padre nuestro.
Señor Sacramentado, aquí en la Hostia divina te aclamamos mil veces como Señor.
Te aclamamos «¡Señor!» con todo el corazón, Tú lo sabes. Pero te lo queremos demostrar, sobre todo, con nuestra fidelidad a la Misa, a la Comunión y al Sagrario.
Esto quieres Tú de nosotros. Y en esto queremos demostrar el humilde servicio que prestamos a nuestro Señor en la Eucaristía.
Así sea.
Recuerdo y testimonio…
- Jesús se aparece al santo Padre José Surín, jesuíta, y le hace ver que ya tiene «un espíritu nuevo y un alma nueva, que era como el alma de su alma, de modo que veía en sí mismo a Jesús como un segundo YO».
De tal modo se transformó el bendito Padre en Jesucristo, que un día su rostro se cambió en el rostro del Señor.
- «¡Y así estaremos siempre con el Señor!», escribe San Pablo pensando en la vuelta de Jesucristo.Pero algunos santos han interpretado de manera muy bella ya durante esta vida ese «estar siempre con el Señor»…
Por ejemplo, el Obispo Beato Manuel González, gran apóstol de la Eucaristía, que dirigía a Jesús esta chispeante jaculatoria:
«Corazón de Jesús, hazme tan chico, que pueda entrar por el agujero de la llave de tu Sagrario, y, ya dentro, tan grande que no pueda salir nunca».
O como el famoso jesuita Padre Petit que, ancianito y enfermo, ya no podía ir a la capilla, y le encargaba a su Ángel Custodio:
«Jesús está completamente solo en el Sagrario. Vete, y dile de mi parte que le amo».
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