32 Tema 29- «El Corpus Christi»

32. «El Corpus Christi»

Reflexión bíblica. Lectura, o guión para el que dirige Del Evangelio según San Juan. 6,52-66.

Discutían entre sí los judíos: «¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?».

Jesús les dijo: «El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, y yo le resucitaré en el último día.

Porque mi carne es verdadera comida, y mi sangre es verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y yo en él. Lo mismo que el Padre que vive y me ha enviado, y yo vivo por el Padre, también el que me come vivirá por mí»…

Muchos de sus discípulos dijeron: «Muy duro es este lenguaje. ¿Quién puede escucharlo?»…

Desde entonces, muchos de sus discípulos se volvieron atrás y ya no andaban con él…

Jesús preguntó entonces a los Doce: «¿También ustedes quieren irse?

Pero Simón Pedro respondió: «Señor, ¿a quién vamos a ir? Tú tienes palabras de vida eterna», PALABRA DEL SEÑOR.

¿Qué significó la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén, aclamado por el pueblo, montado sobre un asnillo, y recorriendo los caminos, alfombrados con ramos verdes y con las vestiduras de sus entusiastas seguidores?…

Allí se juntaron la grandeza con la humildad, la fe con la incredulidad, el amor de unos con el odio de otros…

Allí se reveló ya lo que iba a ser la presencia de Jesucristo, el «Dios hecho hombre», en medio de su pueblo cuando se quedase con nosotros en la Santa Eucaristía.

Unos iban a rodear su Sagrario mientras lo adornan con las flores más bellas y entonan en torno suyo las canciones más ardientes.

Otros lo iban a desconocer de la manera más incomprensible, y habría muchos que lo aborrecerían con odio satánico y cometerían contra Él unos sacrilegios inconcebibles también.

La Palabra de Dios puede iluminar este hecho singular, cuando le dice a Israel: «No hay nación tan grande que tenga sus dioses tan cercanos como Yahvé, nuestro Dios, lo está de nosotros» (Deuteronomio 4,7).

Y, con Jesús ya en el mundo, viene la acusación del Bautista en el Jordán:

«En medio de ustedes está uno a quien no conocen» (Juan 1,26)

Dos realidades que vivimos en la Iglesia. Por una parte, Jesús, el «Dios con nosotros», no puede estar más cercano. ¿Qué más podemos pedirle si se ha quedado día y noche en la morada de su Sagrario, quieto sin moverse nunca, esperando a todos y recibiendo a cuantos desean visitarlo?…

Por otra parte, el Jesús del Sagrario es el gran desconocido. Para muchos católicos, como si no existiera. Para otros cristianos, negado en el Sacramento.
Ante estas actitudes, se alza la nuestra de verdaderos creyentes, por la gracia de Dios. Creemos en la presencia de Jesús, y lo adoramos.
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Creemos, y nos unimos a Él en el Altar. Creemos, y lo recibimos en la Comunión. Creemos, y lo acompañamos en su Sagrario.

Creemos, y hoy lo paseamos triunfalmente por nuestras calles, para que bendiga nuestros pueblos, nuestras casas, a nuestras familias y a todos los conciudadanos nuestros, creyentes y no creyentes, llevando a todos su salvación…

Hablo al Señor. Todos

Señor Jesucristo, el manso y humilde de Corazón,

hoy quieres que te tributemos un honor espléndido,

digno de tu majestad infinita.

Lo que en el Jueves Santo

nos impiden hacer las lágrimas por tu Pasión,

hoy se nos convierte en gozo desbordante.

Nosotros queremos agradecerte en este día

el amor inmenso que te movió en la Ultima Cena

a quedarte Sacramentado hasta el fin del mundo.

Aquí estamos, Señor, mirándote, amándote,

y unidos a toda la Iglesia que hoy te aclama jubilosa.

Contemplación afectiva. Alternando con el que dirige

Jesús, Dios cercanísimo que moras entre nosotros.

¡Honor y gloria a ti, Rey de la Gloria!

Jesús, Pan de los Ángeles, hecho Pan de los hombres.

¡Honor y gloria a ti, Rey de la Gloria!

Jesús, Amor de los amores, Dios que estás aquí.

¡Honor y gloria a ti, Rey de la Gloria!

Jesús, manso y humilde, que aceptas nuestros homenajes.

¡Honor y gloria a ti, Rey de la Gloria!

Jesús, desconocido del mundo y vivo para los creyentes.

¡Honor y gloria a ti, Rey de la Gloria!

Jesús, Hostia pura de nuestros Altares.

¡Honor y gloria a ti, Rey de la Gloria!

Jesús, alimento nuestro en la comunión.

¡Honor y gloria a ti, Rey de la Gloria!

Jesús, Amigo nuestro en la intimidad de tu Sagrario.

¡Honor y gloria a ti, Rey de la Gloria!

Jesús, Rey amoroso en el esplendor de nuestras Custodias.

¡Honor y gloria a ti, Rey de la Gloria!

Jesús, que gozas con nuestras flores y nuestros cantos.

¡Honor y gloría a ti, Rey de la Gloria!

Jesús, reconocido por la fe viva que nos infundes.

¡Honor y gloria a ti, Rey de la Gloria!

Jesús, a quien esperamos ver sin velos en la Gloria.

¡Honor y gloria a ti, Rey de la Gloria!


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TODOS

Señor Jesús, que en este admirable Sacramento te has quedado presente Tú mismo para que nos sea un imposible olvidarnos de ti.

Haz que yo viva pendiente de tu presencia adorable, para corresponder con amor al amor inmenso que has derrochado al darte en Pan de Vida y al hacerte el compañero de nuestra peregrinación.

Madre María, en cuyo seno se amasó el Pan celestial que ahora nos comemos en la Comunión.

Tú, que en la primitiva Iglesia eras comensal asidua cuando los Apóstoles de Jesús partían el Pan, enséñame a tener hambre de este manjar del Cielo y a hacer compañía al Jesús que se queda en el Sagrario.

 En mi vida. Autoexamen

La crítica de hoy en la Iglesia ha hecho que muchos católicos dejen de lado el culto solemne y clamoroso al Señor Sacramentado.

Ciertamente, que Dios quiere ante todo nuestro culto íntimo, serio, más que el que se queda en simples y vanas exterioridades.

Pero, ¿quiere decir esto que está mal el homenaje espléndido y sincero

que tributamos al Señor en la Eucaristía?…

¿Soy yo de esos que no participan en las solemnidades por creerlas de gente vulgar o poco preparada?…

¿No coopero a la alegría del culto con mis cantos, las flores y el entusiasmo que derrochan los pobres y sencillos, que suelen ser los mayores amantes de Jesús?…

 PRECES

Cristo nos invita a todos a su cena, en la cual entrega su Cuerpo y su Sangre para la vida del mundo. Nosotros le decimos ahora:

Cristo, Pan celestial, danos la vida eterna.

Cristo, maná del cielo, que haces que formemos un solo cuerpo todos los que comemos del mismo pan,

– refuerza la paz y la armonía de todos los que creemos en ti.

Cristo, médico celestial, que por medio de tu Pan nos das un remedio de inmortalidad y una prenda de resurrección,

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– devuelve la salud a los enfermos y la esperanza viva a los pecadores.

Cristo, Rey venidero, que mandaste celebrar tus misterios para

proclamar tu muerte hasta que vuelvas,
– haz que participen de tu resurrección todos los que han muerto en ti.

Padre nuestro.

 Señor Sacramentado, Pan de los Ángeles y Pan nuestro celestial, que te nos das como prenda del banquete del Reino y que permaneces con nosotros día y noche en tu Sagrario.

Nosotros queremos vivir de ti para que nos llene la vida de Dios. Jesús, si nuestra fe te ve ahora oculto en los velos sacramentales, que un día te veamos cara a cara en los esplendores de la Gloria. Así sea.

 Recuerdo y testimonio…

 Es conocida la ilusión que la procesión del Corpus le causaba a Santa Teresa del Niño Jesús:

«Me encantaban sobre manera las procesiones del Santísimo Sacramento.

¡Qué dicha sembrar flores al paso de Dios!

Pero antes de dejarlas caer, las lanzaba lo más alto que podía; y cuando mis rosas deshojadas tocaban la sagrada custodia, mi felicidad llegaba al colmo».

Un alma tan escogida tuvo que sentir algo muy especial al recibir por primera vez a Jesús.

«Mi Primera Comunión ha quedado grabada en mi vida como un recuerdo sin nubes…

El más hermoso de los días, fue una jornada de Cielo…

No me cansaba de repetir interiormente las palabras de San Pablo:
«¡Ya no vivo yo; es Jesús quien vive en mí!»…

El Profesor Clot Bay, fundador de la Facultad de Medicina en Egipto, va por las calles de Marsella acompañado por un grupo de discípulos y topan con el sacerdote que lleva el Viático.

Bay se detiene y hace una profunda inclinación, que suscita el comentario de un alumno descreído:

– ¿Pero, usted cree que el Todopoderoso puede estar en las manos de un sacerdote?

A lo que contesta el insigne Profesor:

– Sí, lo creo. Ustedes sólo conocen el poder de Dios, pero no su amor.

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