35. «Jesucristo Rey»
Reflexión bíblica. Lector, o guión para el que dirige
Del Evangelio según San Juan. 18,33-37; 19,19.
Le preguntó Pilato: «¿Eres tú el rey de los judíos?». Respondió Jesús…: «Mi reino no es de este mundo. Si fuese de este mundo, mis huestes habrían luchado por mí. Pero mi reino no es de aquí». Le dice entonces Pilato: «Luego, ¿tú eres rey?».
Le contesta Jesús: «Sí, yo soy rey»…. Y Pilato escribió y puso el título sobre la cruz: «Jesús Nazareno, Rey de los judíos», PALABRA DEL SEÑOR.
«Sí, yo soy rey», afirma solemne Jesús ante Pilato, sabiendo que su confesión le va a costar la vida.
Pero antes ha aceptado de las turbas el homenaje: «¡Bendito el Rey que viene en nombre del Señor!» (Lucas 19,38)
Y describiendo su segunda venida, había dicho hacía pocos días nada más: «Se sentará en su trono… Entonces dirá el Rey… Y el Rey les responderá»… (Mateo 20,28)
Jesús es llamado por San Pablo «el único soberano, el Rey de los reyes y el Señor de los señores» (1 Timoteo 6,15)
Si es el Creador, «porque en él fueron creadas todas las cosas, y todo fue creado por él y para él», ¿hay algo que no sea suyo?
Si «él es también la cabeza del Cuerpo, de la Iglesia» (Colosenses 1,16-18), «conquistada con su sangre» (Hechos 20,28), ya que «hemos sido comprados a gran precio» (1 Corintios 6,20), ¿no es el Rey y dueño de todos los redimidos?
Y si «él debe reinar hasta que se le sometan todos sus enemigos» (1Corintios 15,25), ¿quién se escapa de su dominio universal?…
Al hablar así la Escritura, cualquiera pensaría que nos encontramos ante un Rey despótico, dictatorial, que nos infunde miedo y hasta verdadero terror… Pero es todo lo contrario, porque Jesús es un Rey de amor, que vuelca su Corazón divino sobre cada uno de los que somos suyos.
La Liturgia describe en el prefacio de la fiesta las características de su reinado: «un reino eterno y universal, el reino de la verdad y la vida, el reino de la santidad y la gracia, el reino de la justicia, el amor y la paz».
El reinado de Jesucristo, actuante ya en el mundo y que se consumará al final de los tiempos, exige de todos la fidelidad al Rey, la generosidad para trabajar por Él, la entrega a los más necesitados de entre sus subditos, para que en todos se manifieste la bondad del que es el dueño de todo.
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El reinado de Cristo se centra de modo muy particular en la Eucaristía, como lo proclamó el Papa Pío XI en su famoso radio mensaje al Congreso Eucarístico Internacional de Buenos Aires:
«Cristo, Rey eucarístico, vence; Cristo, Rey eucarístico, reina; Cristo, Rey eucarístico, impera; Cristo, Rey eucarístico, triunfa».
Hablo al Señor. Todos
Mi Señor Jesucristo, Rey de todo y de todos,
Rey de mi corazón, único dueño de mi alma, de mi mente,
de todas mis fuerzas, de todo mi ser, ¡yo te amo!
Te amo, sobre todo, en el Sacramento de tu amor,
en el que centras tu reinado de amor
para los tuyos que militamos aún en la tierra.
Si me glorío de militar bajo tus banderas,
mi servicio lo manifestaré trabajando por el Reino,
en el apostolado, en la justicia, en la caridad y la paz,
siempre más y más, siempre con más ardor, ¡por ti, mi Señor!
Contemplación afectiva. Alternando con el que dirige
Señor, Rey eterno y universal.
— Cristo Jesús, ven y vive en mi.
Señor, Rey Creador de todas las cosas.
— Cristo Jesús, ven y vive en mí.
Señor, Rey que nos conquistaste con tu Sangre.
— Cristo Jesús, ven y vive en mí.
Señor, iniciador y consumador del Reino de Dios.
— Cristo Jesús, ven y vive en mí.
Señor, a quien todas las cosas están sometidas.
— Cristo Jesús, ven y vive en mí.
Señor, que un día volverás como Rey triunfador.
— Cristo Jesús, ven y vive en mí.
Señor, que cerrarás la Historia como dueño de todo.
— Cristo Jesús, ven y vive en mí.
Señor, que eres Rey de justicia, de amor y de paz.
— Cristo Jesús, ven y vive en mí.
Señor, que reinas entre nosotros desde tu Sagrario.
— Cristo Jesús, ven y vive en mí.
Señor, Rey que nos pides fidelidad absoluta.
— Cristo Jesús, ven y vive en mí.
Señor, a quien servir ya es reinar.
— Cristo Jesús, ven y vive en mí.
Señor, Rey que serás nuestro premio y gozo eternos.
— Cristo Jesús, ven y vive en mí.
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TODOS
Señor Jesús, que me admites, como una honra, a trabajar por ti en la extensión y consolidación de tu reinado, amándote a ti en tu divina Persona, amándote a ti en mis hermanos y trabajando por ti en ellos. Dame generosidad. Dame ardor. Dame ilusión. Por un Rey como Tú, ¡vale la pena vivir y morir!
Madre María, Reina que compartes con Jesucristo tu Hijo su reinado universal y eterno. Alcánzame la gracia que necesito para distinguirme, con verdadera gloria, como soldado fiel, en el servicio de Jesucristo, mi Rey y Señor, trabajando con ardor por El y por mis hermanos.
En mi vida. Autoexamen
«¿Ya sabéis cuál es la ley de la bandera?, decía a un grupo de jóvenes el Papa Pío XI?, o no se levanta, o, si se levanta, se muere por ella».
Muy bonito y muy exigente. Es muy fácil entusiasmarse por Cristo Rey en nuestros tiempos, ante el ejemplo arrollador de tantos mártires que han caído bajo las balas gritando ¡Viva Cristo Rey!…
Pero, ¿sé decir eso cada día en la realidad de la vida?
¿Lo digo ante cualquier sacrificio que me exige el deber para con mi Rey?
¿Lo digo, venciendo mi pereza, cuando se trata de trabajar por el Reino?
¿Lo digo cuando Él me llama desde su Sagrario, y yo no tengo ganas de ir a hacerle un ratito de guardia?…
PRECES
Señor Jesucristo, nosotros te confesamos Rey del Universo, y te pedimos con ansia viva: Venga a nosotros tu Reino, Señor.
Muchos pueblos de los que Tú redimiste vagan dispersos por el mundo, sin fe y alejados de Dios;
– congrégalos a todos bajo tu mando amoroso.
Señor Jesús, Tú eres nuestro guía y nuestro pastor;
– guarda con solicitud especial a los hermanos más necesitados:
a los pobres, a los enfermos, a los descarriados, a los desanimados, a los que andan perdidos sin esperanza, y dales a todos tu paz.
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Un día, Señor Jesús, vendrás a juzgar al mundo;
– haznos a todos unos fíeles seguidores tuyos para que merezcamos contarnos entre las ovejas de tu derecha.
Tu Iglesia, Señor, es signo y dispensadora de tu paz;
– haz que sus pastores sean fíeles administradores de los bienes eternos que les confiaste.
A nuestros hermanos difuntos,
– llévalos a la luz de tu Reino glorioso.
Padre nuestro.
Señor Sacramentado, que en el Sagrario tienes tu cuartel general para los que aquí militamos bajo tus banderas gloriosas.
Que en él encontremos el valor que necesitamos para trabajar por ti, para guardarte fidelidad, para no desanimarnos nunca, sabiendo que estás con nosotros ayudándonos en la lucha para ser después nuestro premio. Que vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén.
Recuerdo y testimonio…
- Caso muy conocido de servicio al Rey Jesucristo en su Sagrario. Un soldado de la guarnición de Orleans se escapa cada día del cuartel a la catedral en el tiempo libre, se adelanta hasta el presbiterio, y, en posición de firme, permanece inmóvil ante el Señor. Lo encuentra así un oficial:
– ¿Que haces aquí?
– Mi capitán, hago guardia al Señor. El rey la tiene en su palacio de París, y al Rey del Cielo no se la hace nadie.
- En agosto de 1936 el joven Antonio Molle Lazo, de 21 años, cae en manos de los rojos, que le cortan las dos orejas, le clavan gruesos clavos en los ojos y le machacan ferozmente la nariz.
Se desangra poco a poco, sin dejar de gritar hasta morir: ¡Viva Cristo Rey! El muchacho va camino de los altares…
Como el joven sacerdote Julio Béseos. Los rojos le dicen burlones ante las gentes curiosas de la calle, camino de la muerte:
– Canta ahora aquello de ¡Guerra, guerra contra Lucifer!…
En el campo, le tiran la primera descarga: – ¿Te duele? Ahora mismo te curamos. ¿No tienes nada que decir? –
Sí, tengo que decir algo: ¡Viva Cristo Rey!
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