El Enviado del Padre
Reflexión bíblica. Lectura, o guion para el que dirige
Del Evangelio según San Lucas. 4,14-21.
Jesús vino a Nazaret, donde se había criado, entró en la sinagoga el día de sábado, le entregaron el volumen del profeta Isaías, y halló el pasaje donde estaba escrito:
«El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido para anunciar a los pobres la Buena Noticia.
Me ha enviado a proclamar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, para dar la libertad a los oprimidos y proclamar el año de gracia del Señor».
Enrolló el volumen, y comenzó a decirles: «Hoy se ha cumplido esta Escritura que acaban de oír», PALABRA DEL SEÑOR.
Cristo ha venido, viene y ha de venir… Son tres tiempos diferentes de una sola venida. Jesús confiesa que Él es «el enviado del Padre» (Juan 10,36).
Israel esperó durante muchos siglos al que tenía que venir, y vino en Belén. Ahora, viene cada día a su Iglesia de muchas formas, pero sobre todo por el Sacramento del Altar.
Sin embargo, aquella venida primera y la venida actual no son más que el signo y la promesa de la venida definitiva que se realizará al final de los tiempos, como dice el Señor en el Apocalipsis: «Miren, que vengo en seguida» (Ap. 22,12).
Entonces ya no habrá que esperar nada más, nada, porque se habrá realizado en todo y para siempre el plan de la salvación…
Jesús vino antes para revelarnos el amor de Dios nuestro Padre. Y vino para dar al mundo la Buena Noticia de la salvación, destinada a los pobres que lo fían todo de Dios.
Cristo viene ahora, en la Eucaristía especialmente, para darnos la vida: «He venido para que tengan vida, y la tengan abundante» (Juan 10,10).
Y vendrá al final para revelarnos en todo su esplendor la gloria del Padre:
«Yo les he dado la gloria que tú me diste» (Juan 17,22), «esperanza de la gloria de Dios» (Romanos 5,2), gloria definitiva, porque «cuando aparezca Cristo, entonces también ustedes aparecerán gloriosos con él» (Colosenses 3,4)
¿Hay alguien más grande, que el Dios que envía? ¿Y hay un embajador más digno y fiel que ese Jesús, enviado por el Padre, si es su propio Hijo, y Dios como su Padre?…
En la espera de Cristo al final de los tiempos, la esperanza más firme que tenemos es la Eucaristía, «garantía de la gloria», como la llama la Iglesia, conforme al encargo de San Pablo: «Cada vez que coman del Pan y beban del Cáliz, anuncien la muerte del Señor, hasta que venga» (1Corintios 11,26)
Jesucristo Sacramentado es el mismo que vino, el que viene continuamente a su Iglesia para santificarla y el que vendrá glorioso al final del mundo.
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Y la Eucaristía es el memorial que nos hace presente lo que pasó una vez y nos dice lo que vendrá definitivamente al fin. Por eso la Eucaristía es la fuente de donde brota y la cima en que acaba toda la vida cristiana.
Hablo al Señor. Todos
¡Cuánto que te esperó el mundo, Señor Jesús!
Y ahora, que te tiene consigo, se mantiene alejado de ti.
Lo peor es que te sientes muchas veces solo porque los tuyos no contamos contigo como debemos.
Viniste para revelarnos al Padre, y el mundo vive sin Dios.
Vienes ahora en el Sacramento, y los hombres no te reciben.
Volverás glorioso un día, y nos dices que no encontrarás fe.
¿A quién iremos, Señor, si no vamos a ti?.
Haz que te aceptemos ahora con fe y con amor.
¡Ven, Señor, que te abrimos las puertas de nuestro corazón!
Contemplación afectiva. Alternando con el que dirige
Jesús, que miste el Salvador prometido por el Padre.
— ¡Ven, Señor, a mi corazón!
Jesús, a quien esperaron anhelantes los siglos.
— ¡Ven, Señor, a mi corazón!
Jesús, que viniste un día al mundo y naciste en Belén.
— ¡Ven, Señor, a mi corazón!
Jesús, que viviste en la tierra como uno más de nosotros.
— ¡Ven, Señor, a mi corazón!
Jesús, que ahora nos visitas cada día en el Sacramento.
— ¡Ven, Señor, a mi corazón!
Jesús, que volverás glorioso al final de los tiempos.
— ¡Ven, Señor, a mi corazón!
Jesús, que eres nuestra única esperanza de salvación.
— ¡Ven, Señor, a mi corazón!
Jesús, que quieres encontrarnos en vela y oración.
— ¡Ven, Señor, a mi corazón!
Jesús, que eres la prenda de nuestra resurrección.
— ¡Ven, Señor, a mi corazón!
Jesús, que vienes para llevarnos al Padre.
— ¡Ven, Señor, a mi corazón!
Jesús, que vienes para darnos vida inmortal.
— ¡Ven, Señor, a mi corazón!
Jesús, que nos buscas para tenernos siempre contigo.
— ¡Ven, Señor, a mi corazón!
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TODOS
Señor Jesús, nosotros no te hacemos falta a ti, pero nosotros sin ti nos hubiéramos perdido y por eso viniste a buscarnos para darnos la vida.
Cada día nos visitas de nuevo con tu Gracia y te haces presente entre nosotros con la Eucaristía. ¡Que sepamos aceptarte cada vez con más amor!
Madre María, que con tu «¡Sí!» generoso trajiste el Salvador al mundo y nos lo sigues trayendo a nuestros corazones. Haz que sepamos recibirlo con la misma fe y amor con que Tú le diste cabida en tu Corazón Inmaculado. Sólo así podremos corresponder al amor infinito con que el Hijo de Dios e hijo tuyo vino a salvarnos.
En mi vida. Autoexamen
Si Cristo vino al mundo y está en el mundo, ¿no merecemos el reproche del Bautista: «En medio de ustedes está uno a quien no conocen?»…
El esperado de los siglos está ahora con nosotros en su Sagrario, ¿y vamos a Él, y sabemos llevar a todos los hermanos hacia ese Jesús, que es ahora nuestra salvación y mañana será nuestra gloria?
Al venir al mundo, el Dios invisible se hizo carne en las entrañas de María. Ahora está entre nosotros con apariencia de pan.
¿Nos habrá de repetir el Evangelista que viene a los suyos y los suyos no le reciben?…
PRECES
Invocamos a Jesucristo, el Enviado del Padre para nuestra salvación, y le decimos:
Bendícenos y santifícanos, Señor.
Jesús, Señor nuestro, que sigues ofreciendo y dando tu vida a los pobres que vienen a ti;
— nosotros queremos acogerte siempre en nuestros corazones.
El mundo busca anhelante un salvador, sin reconocer que el Salvador verdadero eres Tú, el Enviado de Dios;
— haz que todos te reconozcan y den contigo en sus vidas.
Ante los campos con la cosecha ya en sazón;
— suscita en tu Iglesia muchos evangelizadores, que anuncien a todos los pueblos la salvación que Tú nos has traído y sigues ofreciendo por tu Iglesia.
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Que se elimine la injusticia y la guerra de la faz del mundo;
– y todas las naciones se dispongan con más facilidad a acoger el mensaje del amor que cada día nos ofreces como una novedad con tu presencia viva en el Sacramento del Altar.
Padre nuestro.
Señor Sacramentado, aquí en la Eucaristía repites sin cesar el prodigio de amor con que un día viniste a nosotros en Belén.
Allí no encontraste más corazones que te amasen sino los de María, José y unos cuantos pastores.
Aquí queremos que halles cabida en todos nosotros, que te amamos y te recibimos con brazos muy abiertos.
Tú que vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén.
Recuerdo y testimonio…
1. El Papa Juan Pablo I se acerca a su Secretario particular, que nos cuenta el diálogo sostenido con el Santo Padre.
– Padre, ¿puedo pedirle un favor? ¿Puede celebrar mañana la Misa por mí?
– Sí, Santidad. Con frecuencia la celebro por Vuestra Santidad.
– ¡Oh, no! No se trata de eso. ¿Puede celebrarla usted, y hacerle yo de monaguillo? Me gustaría ayudarle la Misa…
El Secretario Mons. Magee quedó desconcertado. Y siguió el Papa:
– No tenga miedo. Hago esto por mi bien espiritual. Tengo necesidad de hacerlo. Esto me hace mucho bien.
Y el Papa ayudaba la Misa y recibía después humildemente la bendición del sacerdote. Por tres veces, en sólo 33 días de pontificado, repitió este gesto de humildad y de fe. Y añadía a su Secretario:
«Cuando ayudo su Misa estoy seguro de servir a la Persona de Cristo».
2. Federico Ozanam, el gran caballero cristiano Fundador de las
Conferencias de San Vicente de Paúl, no dejaba nunca la Misa. Y era frase
suya: «Conviene ‘perder’ diariamente media hora en asistir a la Misa para ganar todas las veinticuatro horas del día».
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