Conociendo al Señor Jesús
Reflexión bíblica. Lectura, o guion para el que dirige Del Evangelio según San Mateo. 16,13-16.
Llegado Jesús a la región de Cesárea de Filipo, hizo esta pregunta a sus discípulos: «¿Quién dice la gente que es el Hijo del hombre?».
Ellos dijeron: «Unos, que Juan el Bautista; otros, que Elías; otros, que Jeremías o uno de los profetas».
Entonces él: «Y ustedes, ¿quién dicen que soy yo?».
Simón Pedro contestó: «Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios vivo». Le contestó Jesús:
“¡Dichoso eres, Simón, hijo de Jonás, porque no te ha revelado esto la carne o la sangre, sino mi Padre que está en los cielos!”.
Del Evangelio según San Juan, 17, 1-3:
Jesús dijo: «Esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y al que tú has enviado, Jesucristo», PALABRA DEL SEÑOR.
Los Apóstoles tenían clara noción de lo que significaba conocer a Jesucristo. San Pablo les dice a los de Corinto:
«Me propuse no saber otra cosa que a Jesucristo» (Corintios 2,2). Y pide para los de Éfeso:
«Que puedan comprender, junto con todos los creyentes, cuál es la anchura, la longitud, la altura y la profundidad del amor de Cristo; un amor que supera todo conocimiento y que les llena de la plenitud misma de Dios» (Efesios 3,18-19)
Hay que entender el verbo «conocer» en ese sentido bíblico de un conocimiento lleno de amor, que lleva a la intimidad con la persona conocida y a hacerse una sola cosa con ella.
Por lo mismo, aquí se trata de conocer y amar a Jesucristo con una intensidad insospechada.
Pero, ¿cómo y dónde llegaremos a conocer a Jesucristo? Nunca nos dispensará Dios nuestro esfuerzo, y es necesario el estudio según la capacidad y oportunidad de cada uno: con la Biblia, con libros sobre la Fe. Pero es más, mucho más importante la oración.
El Papa Juan Pablo I decía en una de sus famosas catequesis:
«Teólogo no es sólo el que habla de Dios, sino sobre todo el que habla a Dios»…
Se aprende mucho más hablando con Dios que estudiando a Dios.
San Claudio de la Colombiére, el director de Santa Margarita María, escribía:
«En cuanto a mí, si hubiera de empezar ahora la teología, daría mucho más tiempo a la oración que al estudio».
Santa Teresa del Niño Jesús nos cuenta su experiencia propia:
«Jesús no tiene necesidad de libros ni de doctores para instruir a las almas. Él es el Doctor de los doctores. Enseña sin ruido de palabras.
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Nunca le oigo hablar, pero sé que está en mí y me guía y me inspira en cada instante».
Es cierto que toda oración nos llevará al conocimiento de Jesús;
pero no habrá ninguna como la oración reposada, ferviente, íntima,
que gastamos ante su Sagrario, con Él presente ante nosotros.
Hablo al Señor. Todos
Mi Señor Jesucristo:
Sabiduría eterna de Dios que te hiciste hombre para ser luz del mundo, porque en ti residen todos los tesoros de la ciencia y sabiduría divinas.
Hazme conocer las insondables riquezas de tu amor.
Si te conozco a ti, ¿qué más me faltará por saber?
Si te amo a ti, ¿qué más dicha me podrá dar el mundo?
Lléname con tu Palabra, que me da vida;
con esa Palabra que es eterna, que da esperanza, y que me hace libre al enseñarme la Verdad.
Contemplación afectiva.
Alternando con el que dirige Jesús, Palabra eterna de Dios.
— Que te conozca profundamente, Señor.
Jesús, Sabiduría de Dios hecha hombre.
— Que te conozca profundamente, Señor.
Jesús, tesoro de la ciencia y sabiduría de Dios.
— Que te conozca profundamente, Señor.
Jesús, que nos das testimonio de toda verdad.
— Que te conozca profundamente, Señor.
Jesús, que iluminas las mentes y enciendes los corazones.
— Que te conozca profundamente, Señor.
Jesús, que sacias nuestra hambre y sed de la verdad.
— Que te conozca profundamente, Señor.
Jesús, que te abres a los humildes que te ansían.
— Que te conozca profundamente, Señor.
Jesús, oculto a los soberbios y revelado a los pequeños.
— Que te conozca profundamente, Señor.
Jesús, que nos descubres los secretos de tu Corazón.
— Que te conozca profundamente, Señor.
Jesús, que nos haces conocer al Padre al conocerte a ti.
— Que te conozca profundamente, Señor.
Jesús, que por tu Espíritu nos revelas toda verdad.
— Que te conozca profundamente, Señor.
Jesús, que eres la Vida Eterna para los que te conocen.
— Que te conozca profundamente, Señor.
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TODOS
Señor Jesús, cuyo conocimiento supera el saber de todas las ciencias humanas. Hazme profundizar cada vez más en el misterio insondable de tu Persona y de tu misión, para que, saciada mi mente y encendido mi corazón, alcance la Vida Eterna con una dicha inenarrable.
Madre María, que conociste como nadie a Jesús y lo haces conocer cada vez más a los que acuden a ti. Enséñame a mirarlo, a observarlo, a estudiarlo, para que, penetrando más y más en su misterio, lo ame también cada vez más profundamente y consiga así la dicha mayor que puede llenar mi alma.
En mi vida. Autoexamen
El crecimiento en el saber humano es un deber, no un lujo. Nos causa pena honda un pobrecito analfabeto, así como nos subyuga una mente brillante y cultivada.
Pero, ¿sé aplicar esto a la vida del Espíritu?
Hay cristianos que no saben dar razón de su esperanza, porque son verdaderos analfabetos en las cosas de Dios.
La sabiduría cristiana se cifra toda en conocer la Persona de Jesucristo y su misterio salvador, por el estudio del Evangelio y por esos libros salidos de las mejores plumas de la Iglesia.
Ese conocimiento lleva a un amor intenso, que se nutre con la oración y la Eucaristía.
¿Estudio, oro y me apego al Sagrario para conocer más a Jesucristo?…
PRECES
Junto a Jesús al caer de la tarde, y llenos de fe y de ilusión al sentir tan presente su divina Persona, le decimos:
Guárdanos, Señor, fieles a tu gracia y tu amor.
Te pedimos por todos los que aún no tienen el don de la fe; — haz que lleguen a conocerte, Jesús, como el único camino de la Vida Eterna.
Pedimos por los que rigen los pueblos, para que con un gobierno justo preparen los caminos del Reino; — dales, Señor Jesús, que como Tú promuevan la justicia y la paz para todos los hombres.
Ante tantos hermanos nuestros que sufren por la enfermedad, la pobreza, la falta de trabajo, pedimos con insistencia;
– Señor, mira a esos miembros tuyos dolientes, alívialos, y danos generosidad para ayudarlos según nuestras fuerzas.
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Por nosotros aquí reunidos ante el bendito Tabernáculo:
– Senos Jesús, mantén en nuestras mentes la luz y el fuego en nuestros corazones para que seamos tuyos en todo y para siempre.
Padre nuestro.
Señor Sacramentado, toda tu Persona adorable, infinita y eterna, se encierra en esta Hostia Santa para darte y estar siempre con nosotros.
Te adoramos y te amamos. Y te pedimos nos hagas conocerte cada vez más, para amarte cada vez más también, y para llenarnos de dicha al confesarte con ardor: “Hijo de Dios, Cristo Jesús, Señor!”… Amén.
Recuerdo y testimonio…
Matt Talbot, obrero irlandés de Dublín, es un borracho perdido y sin esperanzas.
Pero, un fracaso con los compañeros de vicio le hace reflexionar.
Sin esperar un solo día, se confiesa, recibe la Comunión y hace el voto de no tomar ni un trago más.
Su cristiana madre le previene con prudencia:
– No hagas ese voto, que no lo vas a poder cumplir. Si lo haces, que sea sólo por tres meses.
Lo hizo contra el parecer de la madre, y los tres meses se convirtieron ¡en cuarenta años!…, porque decía: – Sí que podré, pues cuento con la Comunión.
Así, hasta su muerte, ocurrida el 7 de Junio de 1925, en plena calle al salir de comulgar.
Un día se ve arrastrado misteriosamente por dos veces hacia atrás desde el comulgatorio sin poder recibir al Señor. Conoce que es cosa del demonio.
Acude a la Virgen, y el enemigo huye…
A partir de entonces, desde las cinco de la mañana hasta la hora del trabajo, y acabado el trabajo por la tarde hasta que cierran por la noche, Matt se pasa todo el tiempo en la iglesia haciendo compañía a Jesús.
Renuncia a casarse a fin de quedar libre para las cosas del Señor.
Se forma su biblioteca, y por la noche pasa largos ratos encima de los libros.
Entre el estudio y la oración ante el Sagrario, este obrero santo, peón en el puerto, se llena de la ciencia divina…
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