21 Tema 18- El Siervo de Yahvé

21. El Siervo de Yahvé

Reflexión bíblica

Lectura, o guión para el que dirige

Del profeta Isaías. 42,1-4; 46,4-6.

«He aquí a mi siervo, a quien yo asisto, mi elegido en quien me complazco. En él habitará mi Espíritu.

El anunciará la verdad a las naciones. No romperá la caña cascada, ni apagará la mecha que humea. Predicará el mensaje de la verdad sin voces ni griterío.

Proclamará con firmeza su testimonio. No descansará ni desmayará hasta que haga triunfar el plan divino en la tierra. Las naciones esperan su doctrina».

«Carga con nuestras deudas. Soporta nuestros dolores. Es herido por nuestras rebeldías.

Su castigo nos trae la paz. Por sus heridas somos curados.

Ovejas errantes, cada cual por su camino, hasta que Yavé descargó sobre él toda nuestra culpa», PALABRA DE DIOS.

La Biblia da a Jesús el título de «Siervo de Yahvé». Es decir, un elegido de Dios para salvar a su pueblo.

Los judíos se imaginaron siempre al Mesías, o el Cristo que había de venir, como un rey triunfador, que avasallaría a todos los pueblos, los cuales serían unos asociados de segunda categoría y unos tributarios de Israel.

Durante el destierro, los deportados reflexionan, cambian de opinión, y los discípulos o continuadores de Isaías nos describen a un Mesías paciente, que carga con todos los dolores de la humanidad; un Mesías saturado de oprobios y entregado a los tormentos.

Nos sabemos bien la pasión de Jesús y cómo aquella célebre profecía se cumplió trágicamente al pie de la letra. La salvación nos vino por un camino de dolor que nadie se imaginaba.

El mismo profeta nos traza con rasgos imborrables lo que sería la pasión salvadora del Cristo futuro: «No tenía apariencia ni presencia.

Despreciado, marginado, hombre doliente y enfermizo, como de taparse el rostro para no mirarle.

Eran nuestras dolencias las que él cargaba y nuestros dolores los que soportaba.

Lo vimos azotado, como herido de Dios y humillado. Él ha sido herido por nuestras rebeldías, molido por nuestras culpas.

Él soportó el castigo que nos trae la paz, y con sus heridas hemos sido curados.

Yahvé descargó sobre él las culpas de todos nosotros. Fue oprimido y él se humilló y no abrió la boca» (Isaías 53,2-7)

Como memorial y recuerdo perenne de su pasión y muerte redentoras, Jesús nos dejó la Eucaristía. Pasión de Jesús y Eucaristía son inseparables.

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Igual que los sacrificios que nosotros queramos ofrecer por la salvación de los hombres nuestros hermanos:

Son nuestra propia cruz y, unidos a los de Cristo en el Altar, son también de un valor inmenso en la presencia divina.

En la Iglesia hay muchos continuadores de la misión de Jesús el Siervo de Yahvé.

Son aquellos que se unen generosamente con el sacrificio de cada día lo mismo con la enfermedad que con el trabajo, con el deber costoso cumplido a cabalidad que con las renuncias voluntarias a la pasión y muerte salvadora de Jesucristo.

Hablo al Señor.

Todos

Jesús humilde y paciente, siempre dispuesto a hacer la voluntad del Padre.

Tú eres el ejemplo de nuestra actitud ante Dios.

Dame la humildad del corazón, la bondad, la piedad.

Yo me quiero unir a ti para salvar al mundo, y al mundo solamente lo salvan los santos, esos santos que, como Tú, saben ofrecerse a Dios negándose a sí mismos y dándose a los hermanos con sacrificio, con generosidad, con amor, como te diste Tú en la Cruz y te das en el Altar.

Contemplación afectiva. Alternando con el que dirige

Jesús, el Siervo, el Elegido, el Predilecto del Padre.

Enséñame a hacer la voluntad del Padre.

 Jesús, Hijo humilde y obediente de Dios.

Enséñame a hacer la voluntad del Padre.

 Jesús, Salvador manso y humilde de corazón.

Enséñame a hacer la voluntad del Padre.

 Jesús, hecho obediente hasta la muerte de cruz.

Enséñame a hacer la voluntad del Padre.

 Jesús, con cuyos dolores hemos sido salvados.

Enséñame a hacer la voluntad del Padre.

 Jesús, anunciador de la salvación a los pobres.

Enséñame a hacer la voluntad del Padre.

 Jesús, hecho servidor de todos nosotros.

Enséñame a hacer la voluntad del Padre.

 Jesús, Señor y Maestro que te pones el último de todos.

Enséñame a hacer la voluntad del Padre.

 Jesús, que das tu vida por la multitud de los pecadores.

Enséñame a hacer la voluntad del Padre.

 Jesús, tratado en tu pasión como un criminal.

Enséñame a hacer la voluntad del Padre.

 Jesús, Cordero inocente que nos redimes con tu sangre.

Enséñame a hacer la voluntad del Padre.

 Jesús, Víctima glorificada por el Padre en la Resurrección.

Enséñame a hacer la voluntad del Padre.

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TODOS

Señor Jesús, manso, humilde y obediente de corazón, y que me quieres como eres Tú.

Enséñame a dominar mi orgullo, mi autosuficiencia, mi rebeldía, para glorificar al Padre con mi obediencia y darme a mis hermanos con amor y sencillez.

Madre María, Virgen sencilla y humilde, esclava del Señor, modelo de todos los hijos de la Iglesia en el servicio y entrega total a Dios y a los hombres.

Yo quiero ser como Jesús y como Tú, para decir a Dios, ahora como en la hora de mi muerte: ¡Que se haga siempre en mí tu voluntad!

En mi vida. Autoexamen

En el mundo moderno surgen por doquier muchos mesías prometiendo una salvación que no pueden dar. Y que ni quieren dar.

Porque ninguno de ellos acepta el plan de Dios, de salvar por la cruz. No se salva matando, sino muriendo. Así lo hizo Jesús, y Dios no cambia de planes…

¿Acepto yo ser en mi propia vida como Jesús?

¿Cumplo la voluntad de Dios, como actitud primera de quien quiere agradar al mismo Dios?

¿Sé aceptar los pequeños sacrificios de cada día y ofrecerlos en la Misa a Dios, en unión con Jesucristo, para la salvación de muchos hermanos míos?

¿Recuerdo que esto es lo que la Virgen nos pedía a todos en Fátima?…

PRECES

Ante el Jesús de la Cruz, que sufre y muere por nosotros, decimos con fe profunda:

 Dios nuestro, por tu Hijo querido, ten piedad y perdona.

 Señor Jesucristo, no lleves cuenta de nuestros delitos;
— sino mira lo que sufriste por nosotros y haz que tu sangre no resulte vana para los más necesitados de tu misericordia.

Ahora que, como premio de tu pasión y muerte, estás sentado a la derecha del Padre todopoderoso;
— haz que todos los hombres alcancen por ti la salvación que van buscando y no pueden encontrar sino en ti.

Cuando comemos tu Cuerpo y bebemos tu Sangre anunciamos, Señor, tu muerte hasta que vuelvas;

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– acepta el dolor de los enfermos, de los pobres y los oprimidos como una participación en los sufrimientos con que nos salvaste.

Señor Jesucristo, que nos esperas a todos en tu gloria;
– acoge a nuestros hermanos difuntos en tu gozo, y danos tu bendición a los que te hemos hecho compañía en esta Hora feliz.

Padre nuestro.

Señor Sacramentado, que aquí en la Eucaristía ocultas tus esplendores bajo las apariencias humildes del pan y del vino, para que nos acerquemos a ti sin miedo alguno.

A ti venimos, con alma abierta, y nos entregamos a Dios, como una sola hostia contigo, para gloria del Padre en el Espíritu Santo. Así sea.

Recuerdo y testimonio…

El Padre Schruller, misionero entre los pieles rojas de Idaho, en Norteamérica, nos cuenta su historia con el indio Ciprá, que se ha hecho un corte en la mano al trabajar.

Ante el peligro de infección, le hace emprender un largo viaje en busca del médico, el cual, ante la gravedad del caso, le manda quedarse unos días para hacerle una cura radical, antes de que se extienda la gangrena. Y el indio:

– No puedo detenerme. Mañana es Primer Viernes y tengo que ir con los demás de mi tribu a la Misión a recibir la Comunión de manos del «vestidura negra». Ya volveré después.

– Pero después será demasiado tarde, y habré de cortarte la mano.

– No importa. Me cortarás la mano. Pero Ciprá no faltará a la Comunión del Primer Viernes con los demás de la tribu.

No hubo manera de convencer a aquel indio cabezón. Marchó.

Recibió la Comunión del «vestidura negra», como llamaban al Padre con sotana, y, al volver, la cosa ya no tenía remedio.

– Ya te lo dije… Ahora es necesario amputarte tres dedos al menos.

Y el cacique simpático:

– ¡Pues, corta los tres dedos, que no valen lo que una Comunión!…

 

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