23. «Que Tome Su Cruz»
Reflexión bíblica Lectura, o guión para el que dirige
Del Evangelio según San Lucas. 23,23-32.
Insistían pidiendo a grandes voces que fuera crucificado y arreciaban en sus gritos.
Pilato sentenció que se cumpliera su demanda. Soltó, pues, al que habían pedido, al que estaba en la cárcel por motín y asesinato, y a Jesús se lo entregó a su deseo.
Cuando le llevaban, echaron mano de un cierto Simón de Cirene, que venía del campo, y le cargaron la cruz para que la llevara detrás de Jesús.
Le seguía una gran multitud del pueblo y de mujeres, que se dolían y se lamentaban por él…
Llegados al lugar llamado Calvario, lo crucificaron allí a él y a los malhechores, uno a la derecha y otro a la izquierda, PALABRA DEL SEÑOR.
Hay en el Evangelio una palabra de Jesús que a muchos les da miedo oír, pero que se convierte en fuente de paz cuando es meditada y es aceptada con amor.
Nos dice el Señor: «El que quiera venir detrás de mí que se niegue a sí mismo, que tome su cruz de cada día y que me siga» (Lucas 9,26)
Palabra que parece dura, pero es dura sólo en apariencia. San Pablo, ante la ciencia orgullosa de los griegos, se ufanará de no conocer «más que a Jesucristo, y a un Jesucristo crucificado» (1 Corintios 2,22).
Hasta llegar a decir: «Lejos de mí gloriarme sino en la cruz de nuestro Señor Jesucristo, por quien el mundo está crucificado para mí y yo para el mundo» (Gálatas 6,14).
¿Por qué será?… Porque de la Cruz de Cristo cuelga nuestra salvación. Y es por la cruz propia de cada uno cómo nosotros, igual que el mismo Cristo y unidos a Él, entramos en la gloria que Dios nos reserva.
La Eucaristía está íntimamente relacionada con la Cruz.
Los hombres somos muy olvidadizos de los favores que se nos hacen.
Y hubiéramos olvidado el mayor de los beneficios como fue la Redención si el mismo Jesús no nos hubiera dejado un recuerdo excepcional.
Recuerdo que es Él en persona, al quedarse con nosotros en el Sacramento, del que nos dice: «Hagan esto como memorial mío».
Lo mismo que nos encargará San Pablo: «Cada vez que coman de este pan y beban de este cáliz, anunciarán la muerte del Señor, hasta que él vuelva» (1 Corintios 11,26).
Nosotros no podemos disociar el misterio de la Eucaristía y el misterio de la Cruz.
Por otra parte, la Eucaristía es la gran fuerza con que contamos para aceptar y llevar cada uno nuestra propia cruz.
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Esta cruz puede que sea una enfermedad, el trabajo, la oración pesada a veces, la lucha contra el pecado, la pobreza, un fracaso amoroso, u otra contrariedad inevitable en la vida.
Pero llevamos generosamente nuestra cruz, unidos siempre a Cristo.
Entonces la cruz de la vida se nos hace ligera, porque primero la llevó Jesús y aún ahora la sigue llevando en nosotros y con nosotros.
Hablo al Señor. Todos
Tu Cruz, Jesús, es bandera en las manos de los valientes.
Enséñame a aceptar mi cruz, que quiero llevar por ti.
No quiero que vaya dirigido a mí el reproche famoso:
«Cristo encuentra muchos amadores de su banquete
y son muy pocos los que quieren seguirlo con la cruz».
Dame a mí la generosidad necesaria para seguirte ahora
cuando vas penosamente hacia el Calvario,
sabiendo que es también el camino que me lleva a tu Gloria
Tu Cuerpo y tu Sangre, que recibo en la Eucaristía,
me darán la fuerza y me prestarán el mayor auxilio.
Contemplación afectiva. Alternando con el que dirige
Señor, a quien veo cargado con la cruz.
— Quiero seguirte fielmente, Jesús.
Señor, que vas delante de todos con tu cruz.
— Quiero seguirte fielmente, Jesús.
Señor, que me invitas a llevar mi cruz.
— Quiero seguirte fielmente, Jesús.
Señor, que nos haces conocer los tesoros de la Cruz.
— Quiero seguirte fielmente, Jesús.
Señor, que, Crucificado, eres nuestra gloria.
— Quiero seguirte fielmente, Jesús.
Señor, que unes inseparablemente Eucaristía y Cruz.
— Quiero seguirte fielmente, Jesús.
Señor, que con la cruz diste al Padre toda la gloria.
— Quiero seguirte fielmente, Jesús.
Señor, que con la cruz nos mereciste la salvación.
— Quiero seguirte fielmente, Jesús.
Señor, que en la cruz nos unes y pacificas a todos.
— Quiero seguirte fielmente, Jesús.
Señor, que en tu cruz recibirás mi último beso.
— Quiero seguirte fielmente, Jesús.
Señor, que cubrirás con tu cruz mis despojos mortales.
— Quiero seguirte fielmente, Jesús.
Señor, que me pides gloriarme sólo en la cruz.
— Quiero seguirte fielmente, Jesús.
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TODOS
Señor Jesús, que, cargado con la cruz, eres nuestro Salvador y Redentor. Tú sabes que muchas veces me cuesta aceptar la cruz, a pesar de que en la cruz mía unida a la tuya tengo yo mi salvación.
Enséñame, Jesús, a amar la cruz, regalo que me alarga tu mano bondadosa.
Madre María, que seguiste a Jesús hasta la cruz en el Calvario.
Tú eres el modelo de los que siguen a Jesús adondequiera que Él va.
Acompáñame en mi caminar, para que, con tu ayuda, quiera llevar mi cruz con generosidad, sabiendo que la cruz es el camino de la Gloria.
En mi vida. Autoexamen
El dolor, el vencimiento propio, la contradicción, son ley inevitable de la vida. Hablando en cristiano, son la cruz nuestra de cada día.
De mí depende el sobrellevarlo todo a regañadientes, aguantando a más no poder, o el llevarlo como una cruz bendita que me une ahora a los sufrimientos del Señor y después a su gloria.
¿Qué escojo?… Sobre todo, ¿soy consciente de que esos pequeños o grandes sacrificios de la vida son el aporte que yo puedo y debo llevar al Altar cuando acudo a la celebración de la Eucaristía?
Que no vaya nunca a ella con las manos vacías, cuando me es tan fácil el llevarlas llenas para gloria de Dios y mucho mérito mío…
PRECES
Mirando la Cruz, necedad para los sabios y escándalo para los ignorantes, nosotros descubrimos la sabiduría, la fuerza y el amor de Dios.
Por eso decimos:
Enséñanos, Dios nuestro, a bendecir la Cruz salvadora.
Haz, Señor Jesús, que no nos dejemos engañar por las apariencias del mundo que pasa,
— sino que nos afirmemos fuertemente en la roca donde se levanta tu Cruz.
Al amar tu Cruz y nuestra propia cruz que llevamos contigo y por ti,
— danos la esperanza firme de que un día saldremos a su encuentro cuando vengas glorioso con ella a juzgar al mundo.
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Acepta, Señor Jesús, esta Hora que pasamos contigo,
– y nos dé fuerza y alegría para cumplir todos nuestros deberes
cristianos.
Acoge bondadoso a nuestros hermanos difuntos,
– y dales la paz y el descanso que les mereciste con tu Cruz.
Padre nuestro.
Señor Sacramentado, memorial de la Pasión y Cruz que sufriste por nosotros.
Pensando en ti, ofreciéndonos contigo en el Altar, recibiéndote en la Comunión y acompañándote en tu Sagrario, sabremos llevar contigo la cruz que amorosamente nos ofreces.
Que vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén.
Recuerdo y testimonio…
- El Señor pidió a Santa Margarita María:
«En adelante, todas las semanas, la noche del jueves al viernes, practicarás la Hora Santa, para hacerme compañía y participar en mi oración del Huerto».
- El Padre Charles de Foucauld ha sido una figura grande en la espiritualidad moderna.
Internado voluntariamente en lo más pobre y abandonado del desierto del Sahara, su casa no pasa de ser un tugurio.
Tiene el permiso de guardar consigo el Santísimo Sacramento, y dispone su pobrecita casa de manera que pueda reservar «con dignidad» la Eucaristía, colocada sobre el humilde altar al final del estrecho pasillo.
Una cortina sencilla separa el Sagrario de la mesa en que trabaja y el catre en que duerme.
Al caer bajo las balas asesinas el «Marabú blanco» sobre la arena, la Santa Hostia fue encontrada junto al cadáver de su amigo, como dando Jesucristo a entender que la amistad que los unía a los dos ante el Sagrario se prolongaba mucho más allá de la muerte…
- San Pedro Julián Eymard compendia todos sus amores en sólo estas palabras: «¡Un Sagrario…, y basta! ¡Jesús está allí…, luego todos a Él!».
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