24. «Dentro de Tus Llagas»
Reflexión bíblica. Alternando con el que dirige
Del libro de los Salmos. 21,1-18.
Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?…
Yo soy un gusano, no un hombre, vergüenza de la gente, deprecio del pueblo; al verme, se burlan de mí, hacen visajes, menean la cabeza diciendo:
«Acudió al Señor, que lo ponga a salvo; que lo libre, si tanto lo quiere»…
Me acorrala un tropel de novillos, me cercan los toros de Basan; abren contra mí las fauces leones que descuartizan y rugen… Tengo los huesos descoyuntados…
Mi garganta está seca como una teja, la lengua se me pega al paladar; me aprietas contra el polvo de la muerte.
Me acorrala una jauría de mastines, me cerca una banda de malhechores; me taladran las manos y los pies, puedo contar todos mis huesos, PALABRA DE DIOS.
Las llagas de Cristo, que consideramos hoy en sus dolores atrocísimos, son la fuerza, el refugio y el descanso de nuestras almas que luchan. La Iglesia aplicará a Jesús muchos pasajes de los Profetas y Salmos para hacernos ver lo terrible de los sufrimientos del Salvador.
Por ejemplo: «Fue llagado por causa de nuestras maldades» (Isaías 53,5).
Los pecadores «aumentaron más y más el dolor de mis llagas» (Salmo 68,27).
«Pondrán sus ojos en mí, a quien traspasaron», mientras se preguntarán: «¿Qué llagas son esas en medio de tus manos?».
Y oirán la respuesta: «Estas llagas me las abrieron en la casa de mis amigos» (Zacarías 12,10; 13,6)
Cuando miramos las llagas del Crucificado, nos dominan personalmente dos sentimientos profundos: el dolor y la esperanza.
Primero, el dolor. ¿Quién causó semejante carnicería? Yo, y nadie más que yo, como confieso con el poeta: «La piel divina os quitan – las sacrílegas manos: – no digo de los hombres, – pues fueron mis pecados».
Segundo, la confianza. ¿Qué puedo temer?
Nada. ¡Pues todo esto fue por mí, para dejarme patente la puerta de la Gloria!…
«Nadie tendrá disculpa – diciendo que cerrado – halló jamás el Cielo – si el Cielo va buscando.
– Pues Vos, con tantas puertas – en pies, manos y costado, – estáis de puro abierto – casi descuartizado».
Ha sido creencia común en la Iglesia que Jesucristo conserva en su cuerpo resucitado esas llagas ahora llenas de gloria, como nos dice San Ambrosio:
«Ha querido conservar hasta en el Cielo las heridas que recibió por nosotros, para corroborar nuestra fe y enardecer nuestra devoción; y porque quiere mostrar siempre a Dios el precio de nuestro rescate.
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A esto añade San Juan Crisóstomo: «Cristo conservó las llagas de su cuerpo para que en el día del Juicio den testimonio de su pasión contra los que niegan al Hijo de Dios Crucificado».
¿Qué excusa podrán presentar los condenados al ver en estas llagas lo que Cristo hizo por ellos?…
Y con estas llagas aparece Jesús ahora ante los ojos de mi fe aquí en el Sagrario. ¡Cuánto me amó Jesús! ¡Cómo me aseguran estas llagas que me sigue amando y que no cesa de interceder por mí ante el Padre!…
Hablo al Señor. Todos
¡Dentro de tus llagas, escóndeme!
¡Cuántas veces te lo he dicho, Señor!
Ahora te lo digo con más convicción que nunca.
En estas llagas tuyas hallo yo mi refugio.
Dentro de ellas no temo la prueba y la tentación.
En ellas encuentro mi fuerza al sentirme débil.
En ellas, el estímulo en las luchas de la vida
En ellas, mi descanso en las fatigas.
En ellas, el lenitivo en mi dolor.
En ellas, la seguridad de mi salvación.
Contemplación afectiva. Alternando con el que dirige
Jesús, llagado despiadadamente en tu pasión.
— Dentro de tus llagas, escóndeme.
Jesús, llagado en todo tu cuerpo por la flagelación.
— Dentro de tus llagas, escóndeme.
Jesús, llagado en tu sagrada cabeza por las espinas.
— Dentro de tus llagas, escóndeme.
Jesús, llagado en tus hombros por el pesado patíbulo.
— Dentro de tus llagas, escóndeme.
Jesús, llagado en la cruz por los clavos crueles.
— Dentro de tus llagas, escóndeme.
Jesús, llagado en tu costado por la lanza del soldado.
— Dentro de tus llagas, escóndeme.
Jesús, llagado para demostrarnos tu infinito amor.
— Dentro de tus llagas, escóndeme.
Jesús, llagado para ser el perdón de nuestros pecados.
— Dentro de tus llagas, escóndeme.
Jesús, llagado para encontrar en ti nuestro refugio.
— Dentro de tus llagas, escóndeme.
Jesús, llagado para ser nuestra fuerza en la lucha.
— Dentro de tus llagas, escóndeme.
Jesús, llagado para ser Tú nuestro descanso.
— Dentro de tus llagas, escóndeme.
Jesús, llagado para que te amemos como Tú nos amas.
— Dentro de tus llagas, escóndeme.
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TODOS
Señor Jesús, tus llagas, ahora cinco soles en el Cielo, le están diciendo al Padre lo mucho que me amas y has hecho por mí. Ellas expían mis pecados.
¡Perdónalos, Señor! Ellas son mi esperanza.
¡Sálvame, Señor! Ellas son mi amor. ¡Haz que te quiera, Señor!
Madre María, no podemos imaginar tu dolor cuando contemplabas en el Calvario las llagas que destrozaron el cuerpo de tu Jesús. Hago mías las palabras de ese himno tan bello: «Clava en mí las llagas del Crucificado, divide conmigo tus penas atroces».
En mi vida. Autoexamen
El Papa Inocencio VI escribió: «¿Qué cosa más saludable que estas llagas, de las cuales procede nuestra salvación, y en las cuales pueden curarse siempre las almas?».
Y el Padre Nieremberg dice emocionadamente:
«¿Qué son esas cinco llagas sino otras tantas bocas que están jurando que Vos me amáis?».
Entonces, puedo y debo hacerme dos preguntas.
¿Lavo con frecuencia las manchas de mi alma en la Sangre que fluye de las llagas de Cristo, sobre todo en el Sacramento de la Penitencia?
¿Puedo jurarle yo con mis sacrificios a Cristo que le amo, lo mismo que Él me jura su amor a mí?…
PRECES
Contemplando el cuerpo de Jesucristo atravesado por llagas profundas,
pedimos al Padre:
Señor Dios nuestro, ten piedad de tu pueblo.
Tú, Señor Jesús, que secabas las lágrimas de todos los que lloraban y acudían a ti:
— Pon tus ojos de bondad en los pobres y en todos los que sufren.
Escucha de modo especial los gemidos de los agonizantes:
— Y mándales tus santos ángeles que los conforten y lleven a ti, junto con aquellos que les precedieron con el signo de la fe.
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Que los que viven alejados de tu gracia con peligro de su salvación:
— Vuelvan confiados sus ojos a ti, que salvas a todos los que redimiste con tus llagas benditas.
Y a nosotros danos tu bendición:
– Para que perseveremos en tu gracia y en tu amor.
Padre nuestro.
Señor Sacramentado, aquí en la Santa Hostia nos ofreces tus llagas, igual que a los apóstoles el día de la Resurrección, como fuentes del agua viva del Espíritu.
¡Llagas benditas, que fuisteis nuestra salvación! Os adoramos, os besamos con pasión y en ellas saciamos y agotamos nuestra sed de Dios.
Así sea.
Recuerdo y testimonio…
1. Santa Coleta, al levantarse la Hostia en la consagración, vio a Jesús todo llagado, mientras decía:
«¡Padre! Mira mis heridas, mi cuerpo desangrado, mis dolores y mi muerte.
¡Todo por los hombres pecadores! Que mi sacrificio no sea en vano. ¡Sálvalos por mi amor, por mis dolores, por mis espinas y por mis llagas!».
2. Jesucristo imprime místicamente en nosotros sus cinco Llagas, conforme a lo de Pablo: «Llevo grabadas en mí las llagas de Jesús».
Lo expresó maravillosamente Santa Verónica Giuliani al narrarnos cómo se le imprimieron a ella:
«Vi salir de las cinco Llagas de Jesús cinco rayos brillantes que se dirigían hacia mí. Luego se convirtieron en pequeñas llamas.
En cuatro de ellas vi los clavos y en el quinto una lanza de oro toda candente.
La lanza me atravesó el corazón de parte a parte, los clavos me atravesaron manos y pies.
Sufrí dolores indecibles y me sentí como transformada en Dios. Luego que me quedé llagada, volvieron los rayos de luz otra vez a las Llagas de Jesús».
En cada Comunión se reitera místicamente en nosotros esta gracia, iniciada en el Bautismo…
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