Con Humildad y Desinterés
Las lecturas de este domingo nos presentan dos actitudes que parecen haber desaparecido de nuestros diccionarios, y que nos harían mejores personas, y más parecido al Hijo de Dios, a quien hemos aceptado como maestro de vida: humildad y desinterés.
La primera lectura del libro del Eclesiástico/Sirácida comenzaba así: “Hijo mío, en tus asuntos procede con humildad”.
Esta palabra «humildad» suele asociarse con una persona apocada, encogida, alguien «modosito» que nunca se opone a nada ni a nadie, que se conforma fácilmente y lo aguanta todo, como si tal cosa.
En tiempos recientes y en ciertas espiritualidades con escaso apoyo bíblico, se ha malinterpretado la humildad como humillación,“resignación”, con aguantarlo todo y tragárselo todo, con callarse sin rechistar cuando a uno le pisan, con rebajarse…
Así, ciertos malos directores espirituales han fomentado personas pasivas, sometidas, dóciles marionetas, despersonalizadas… en lugar de personas maduras, libres, responsables y con dignidad. El caso es que en nuestra cultura no está bien vista, no es una virtud que se aprecie o despierte admiración.
La humildad es una virtud exclusiva del cristianismo. No se encuentra en otras religiones. Ni siquiera lo que encontramos en el Antiguo Testamento, coincide con el modo en que la vive y explica Jesucristo.
Cuando él proclama en el Sermón de la Montaña «dichosos a los humildes», o cuando dice de sí mismo “aprended de mí que soy manso y humilde de corazón”, de ninguna manera nos está invitando a la resignación, o a callarnos o a consentir pasivamente con todo lo que pase delante de nuestros ojos, o lo que nos puedan hacer a nosotros mismos, ni a dejarnos pisotear ni humillar, perdiendo nuestra dignidad y derechos… porque él no fue ni actuó así, ni propuso semejantes cosas a nadie.
– La humildad es lo contrario del orgullo, de atreverse a mirar a los demás por encima del hombro; es lo contrario de la arrogancia, la autosuficiencia, o servirnos de los demás para ventaja nuestra.
– Humildad es una forma concreta de ponerse delante de Dios y de los hombres, como aquel publicano de la parábola que oraba en la parte de atrás del templo, y cuya oración fue escuchada por Dios, reconociendo nuestra verdad.
– Humilde es el que sabe ponerse a la altura del otro, y cuando hace falta, aún más abajo, como Jesús cuando se echó al suelo para lavar los pies a sus discípulos. El Maestro, el Hijo de Dios, se rebajó -como dice San Pablo- para ponerse al nivel de los que estaban más abajo, solidarizándose con ellos.
– Humilde es el que se acepta como es, sin darse importancia, pero reconociendo sus valores y talentos. Es decir, no podemos llamar «humilde» al que dice de sí mismo: «yo no puedo, yo valgo menos que los demás, yo no merezco, lo que he hecho no tiene importancia»….
No es «humilde» el que cree que los demás son siempre mejores que yo, tienen más cualidades y recursos que yo.
No es humilde el que se valora poco, y cree que cualquiera lo haría mucho mejor, que no merece reconocimiento o aplausos por sus logros.
Esto más que humildad sería «falta de autoestima» y no le vendría mal la ayuda de algún especialista.
– Humilde es el que está siempre dispuesto a aprender de los demás, porque de todos se puede siempre aprender algo. El humilde no se encierra en sí mismo, y se atreve a pedir ayuda, no pretende resolver él solito todos sus problemas; el que procura consultar a los demás antes de tomar sus decisiones.
Seguramente si te preguntara si «eres humilde», e incluso si ser humilde te parece una virtud que hay que fomentar…, te resultaría difícil responder:
– ¿No te has sentido a veces mejor que los demás, tratándolos con cierto desprecio? ¿No has mirado a nadie por encima del hombro?
– ¿Crees que nadie te va a enseñar nada, que tienes tus ideas muy claras y casi siempre tienes la razón? También se puede preguntar así:
¿De quiénes aprendes, quiénes te enseñan cosas cada día, y las acoges con agradecimiento?
¿Qué es lo último que has aprendido, de alguien? ¿De quién?
– ¿Te gusta darte importancia, te haces el centro de las conversaciones, procuras que todos se enteren de tus éxitos? ¿Eres capaz de ponerte en la piel del otro?
Pero hay que vigilar también el otro extremo. A algunos les falta justamente lo contrario: quererse un poco, valorarse, reconocer sus valores y cualidades, con gozo, con espíritu de servicio, con valentía para asumir responsabilidades y tomar decisiones, estar a gusto con mi forma de ser, aunque siempre sea mejorable.
Aquella famosa definición de Santa Teresa de Jesús: «humildad es andar en verdad».
Y mi verdad es que tengo muchos dones y talentos, porque todos somos hijos de Dios, y a todos nos ha hecho bien, valiosos, únicos.
La humildad bíblica implica valorarse a sí mismo y valorar en su justo término a los demás, y así ni lo inferior de uno mismo abruma, ni nos molesta lo superior que vemos en los otros (en tantas cosas los otros son mejores que yo, bueno ¿y qué?).
La humildad de Jesús y la que nos propone le llevó a complicarse la vida por los demás, a defender a los humillados, a ponerse de su parte, a su «altura» (o quizás bajura).
Lo cierto es por todas partes nos invitan a ser el primero, el más guapo, el más elegante, el más famoso, el que más sale en los medios, el que saca el primer puesto, el que gana las oposiciones, el que más dinero gana, el que tiene el mejor piso, el que es «amigo de» y «conoce a» y… Pero no consta que todo eso nos haga más felices: a menudo nos hace esclavos y obsesionados de la opinión de los demás, y no pocas veces frustrados cuando no lo conseguimos.
Un segundo aviso o invitación contra-corriente es: El desinterés.
¡Cuántos nos cuesta hacer las cosas desinteresadamente!
Casi siempre esperamos respuesta, que nos correspondan de alguna manera, que nos lo paguen; y con demasiada frecuencia buscamos nuestro interés por encima del de los demás.
Incluso a veces hacemos el bien para «sentirnos bien», y no por convencimiento o responsabilidad.
Pues ahí tenemos el estilo diferente de Jesús: «No invites a tus amigos y parientes y amigos ricos, porque te corresponderán y quedarás pagado».
Es decir: Invierte a fondo perdido; regala y regálate…porque así es y actúa tu Padre Dios y desea que te parezcas a él.
Hazlo así porque es urgente que cambiemos este mundo de intereses, en el que se hacen las cosas para sacar algo a cambio.
Jesús nos invita y recomienda lo que él mismo hizo y hará: «Cuando des un banquete invita a los pobres, a los ciegos, a los que no pueden, ni tienen, ni valen».
Sentarles en mi mesa sería sinónimo de hacerles un hueco digno en mi vida: no es un simple asunto «gastronómico», no es sólo darles de comer, sino que coman conmigo. Se trataría de acoger, interesarnos, atender, darles nuestro tiempo y cercanía…
La Eucaristía siempre se ha considerado el «banquete del Señor», la Cena festiva de los hermanos. Una mesa en la que nunca tenemos derechos ni méritos suficientes como para sentarnos a ella.
Como dice esa oración antes de comulgar: «no soy digno de que entres en mi casa». Pero sin merecerlo, sin tener derecho a estar en esta mesa, siendo un pecador… el Señor continuamente me invita…. para que hagamos nosotros lo mismo.
Hacer de nuestra vida, de nuestras relaciones, de nuestro corazón una mesa universal abierta a todos… y especialmente a los que menos se lo merecerían. Porque lo de «merecer»… es algo que Dios ha quitado de su diccionario…. y del nuestro.
por Enrique Martínez de la Lama-Noriega, cmf
Oracion:
Oración a San José
Del papa León XIII
A Vos recurrimos en nuestra tribulación, bienaventurado San José, y después de implorar el auxilio de vuestra Santísima Esposa, solicitamos también confiadamente vuestro Patrocinio.
Por el afecto que os unió la Inmaculada Virgen María, Madre de Dios, por el amor paternal que profesasteis al Niño Jesús, humildemente os suplicamos que volváis benigno los ojos a la herencia que con su que Jesucristo conquistó con su Sangre y que nos socorráis con vuestro poder en nuestras necesidades.
Proteged, oh prudentísimo Custodio de la Sagrada Familia, el linaje escogido de Jesucristo; preservadnos Padre amantísimo, de todo contagio de error y corrupción, sednos propicio y asistidnos desde el Cielo, poderosísimo Protector nuestro, en el combate que al presente libramos contra el poder de las tinieblas.
Y del mismo modo que, en otra ocasión, librasteis del peligro de la muerte al Niño Jesús, defended ahora a la Iglesia Santa de Dios de las asechanzas de sus enemigos y contra toda adversidad.
Amparad a cada uno de nosotros con vuestro perpetuo patrocinio; a fin de que, siguiendo vuestros ejemplos y sostenidos por vuestro auxilio, podamos vivir santamente, morir piadosamente y obtener la felicidad eterna del Cielo. Amén.
Oración al Espíritu Santo
Dirigiéndonos al Espíritu Santo decimos:
“Señor, no puedo orar adecuadamente. Soy débil; soy humano; soy frágil.
Me distraigo con facilidad, pensando en mi mismo y en el mundo.
Pero tu Señor, me llevas más allá de eso.
Ayúdame a rezar debidamente.
Ayúdame a centrarme en el Padre, en el Hijo y en Ti Espíritu Santo, para que mi alma pueda recibir la gracia que está ahí para todos los que rezan.
Amén.
Video de la Semana
Amor de los Amores – Instrumentos de Jesús y María
El que vive con doblez se convierte en otro Judas.
Padre Santillán
Adoración Nocturna
Adoración nocturna todos los viernes de 8PM a 8AM.
Lugar: Capilla de Guadalupe
Todos son bienvenidos (pueden enviar un texto a Rafael, con las horas que deseen participar 831-210-2364.)
Night Adoration Is Every Friday 8PM to 8AM in the Guadalupe chapel, everyone is welcomed, (please send a text to Rafael with times you’ll be participating 831-210-2364).
Oración a la Santísima Virgen María
Gracias por ser Santa María.
Gracias por haberte abierto a la gracia,
y a la escucha de la Palabra, desde siempre.
Gracias por haber acogido en tu seno purísimo
a quien es la Vida y el Amor.
Gracias por haber mantenido tu “Hágase”
a través de todos los acontecimientos de tu vida.
Gracias por tus ejemplos dignos de ser acogidos
y vividos.
Gracias por tu sencillez, por tu docilidad,
por esa magnífica sobriedad, por tu capacidad de escucha,
por tu reverencia, por tu fidelidad, por tu magnanimidad,
y por todas aquellas virtudes que rivalizan en belleza
entre sí y que Dios nos permite atisbar en Ti.
Gracias por tu mirada maternal, por tus intercesiones,
tu ternura, tus auxilios y orientaciones.
Gracias por tantas bondades.
En fin, gracias por ser Santa María, Madre del Señor Jesús
y nuestra.
Amén.
MEDITAMOS EL EVANGELIO CON MARIA VALTORTA
Capítulo 79. Volviendo donde los pastores. Las Joyas de Áglae
Capítulo 80. En el monte del ayuno y en la peña de la tentación
PARA MEDITAR
Reza esta jaculatoria después de cada decena del Rosario:
«Quiero Atar a mis Hijos a tu Corazón»