La Gracia de Respetarnos

Jesucristo, Señor y hermano nuestro.

Pon un candado a la puerta de nuestro corazón para no pensar mal de nadie, no prejuzgar, no sentir mal, para no suponer ni interpretar mal,  para no invadir el santuario sagrado de las intenciones.

Señor Jesús, lazo unificante de nuestra fraternidad.

Pon un sello de silencio en nuestra boca para cerrar el paso a toda murmuración o comentario desfavorable, para guardar celosamente hasta la sepultura las confidencias que recibimos o las irregularidades que observamos, sabiendo que  la primera y concreta manera de amar es guardar silencio.

Siembra en nuestras entrañas fibras de delicadeza.

Danos un espíritu de alta cortesía para reverenciarnos unos a otros como lo haríamos contigo mismo.

Y danos, al mismo tiempo, la exacta sabiduría para enlazar convenientemente esa cortesía con la confianza fraterna.

Señor Jesucristo, danos la  gracia de respetarnos.

Así  sea.

 

 

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