7 de Noviembre del 2021
Una Mirada Distinta
“ Lo que das, te lo das; lo que no das, te lo quitas” (Alejandro Jodorowsky)
Cuando uno se sienta en cualquier sitio -en el andén del metro, en un banco de la calle, ante la pantalla de un televisor o a la pueta de la iglesia, o cuando hojea las revistas y periódicos, las páginas web…- y presta atención a la gente, anda mirando «con otros ojos»:
Si hay alguien conocido, si es guapo/a, si tiene buen cuerpo, si tiene muchos fans y seguidores en las Redes, si tendrá una buena preparación (incluso si sus títulos y estudios serán auténticos), si sabrá hacer algo realmente meritorio aparte de hacer declaraciones estruendosas para salir en los titulares, si tendrá algo que esconder, si se cuenta algún rumor morboso…
Lo más frecuente en la mayoría de los casos es quedarse con las primeras impresiones (no pocas veces es lo que no pocos pretenden: «impresionar», dar una imagen, superficialmente, parcialmente).
Nos hemos acostumbrados a ello, y enseguida sacamos conclusiones, ponemos etiquetas, juzgamos: interesante, emigrante, indiferente, este es tonto, este no es de fiar, admirable, envidiable, buena o mala gente…
Lo malo es que esas primeras impresiones se impresionan tan profundamente… que nos condicionan y son difícilmente corregibles, son como una especie de gafas que nos hacen valorar en función de las «primeras impresiones».
Bien que lo sabían algunos de los personajes que aparecen en el Evangelio de hoy y a los que Jesús critica con dureza:
Se pasean con amplios y llamativos ropajes (¡no sólo de tela!) para diferenciarse y resaltar sobre los demás, y que les hagan reverencias o les traten de manera «distinta» (podríamos decir: que les aplaudan, que parezcan importantes y con algún tipo de autoridad, que se dirijan a ellos con títulos del tipo «excelencia», «ministro», «señoría», «alteza», a veces incluso con el «ex» por delante: ex-presidente, ex-diputado, ex-secretario, ex-pareja… y otros.
También ocurre en el terreno eclesiástico, claro. No hace falta poner ejemplos.
Y sigue denunciando Jesús que buscan los asientos de honor, y los primeros puestos en los banquetes, en los eventos, en los palcos, en las listas electorales, en los platós, en los titulares…
La manera de mirar de Jesús es muy diferente de las nuestras, tan superficiales. Jesús procura comprender el corazón y la vida de las personas con las que se cruza.
Es la suya una mirada calmada, contemplativa, abierta a la sorpresa, que no juzga de primeras, que acaricia con ella, que da confianza, que busca lo valioso de cada cual.
Va mucho más allá de lo que hoy llamamos «empatía» y «simpatía».
Aquella mujer viuda (prototipo de pobreza y abandono en la sociedad judía: por mujer y por viuda), sin derechos, sin nombre, sigilosa, que se mueve ante las puertas del Templo, es «enfocada» por Jesús entre la «gente guapa», rica, sabia, importante, bien vestida, y prestigiosa (como los escribas o letrados que hemos mencionado antes)…
Parece que casi sólo la ve a ella, y seguro que, mientras la miraba con ternura, en su corazón brotó alguna oración al estilo de «te doy gracias, Padre, porque hay gente así, buena, generosa… ».
Y aprovecha la ocasión e invita a los discípulos a fijarse en ella, mirándola con «otros ojos», y se la propone como modelo. Una mujer que estaba cumpliendo generosamente con lo que ella consideraba su obligación.
Quizás podría haber pensado: ¿para qué echar estos dos céntimos al rico Templo?, ¿qué son estas dos monedillas comparadas con las cantidades que echa toda esa gente importante?
Podría haber considerado que ella las necesitaba más que nadie («para vivir», ha dicho Jesús). Pero ella sentía que tenía que dar ese poco/mucho, como signo de su confianza y de su entrega a Dios.
Probablemente conocéis este relato de Rabindranath Tagore:
Iba yo pidiendo, de puerta en puerta, por el camino de la aldea, cuando tu carro de oro apareció a lo lejos, como un sueño magnífico. Y yo me preguntaba, maravillado, quién sería aquel Rey de reyes.
Mis esperanzas volaron hasta el cielo, y pensé que mis días malos se habían acabado. Y me quedé aguardando limosnas espontáneas, tesoros derramados por el polvo.
La carroza se paró a mi lado. Me miraste y bajaste sonriendo. Sentí que la felicidad de la vida me había llegado al fin.
Y de pronto tú me tendiste tu diestra diciéndome: “¿Puedes darme alguna cosa?”.
¡Ah, qué ocurrencia la de tu realeza! ¡Pedirle a un mendigo! Y yo estaba confuso y no sabía qué hacer. Luego saqué despacio de mi saco un granito de trigo, y te lo di.
Pero qué sorpresa la mía cuando al vaciar por la tarde mi saco en el suelo, encontré un granito de oro en la miseria del montón. ¡Qué amargamente lloré de no haber tenido corazón para dártelo todo!
No, ella no sacó un granito de trigo de su saco, porque no tenía saco. Y entregó sus dos últimos céntimos.
Seguramente, si aquella buena mujer hubiera podido escuchar las palabras de Jesús, se habría quedado sorprendida: «Si yo sólo he dado un par de moneditas, y porque no tengo más… ».
Este Evangelio me invita a abrir los ojos a la muchísima gente que hay a mi alrededor, que es como esta mujer: héroes en su vida cotidiana, generosos en el cumplimiento de lo que consideran su obligación, y sin darse la más mínima importancia:
«Pero si esto es lo que tengo que hacer, no me sentiría tranquilo/a haciéndolo de otro modo.., si es lo que haría cualquiera…».
Sin aplausos, con humildad, sin hacer ruido. En ningún caso buscan el reconocimiento, que los vean. Son personas anónimas, como las dos viudas de hoy: Porque tienen muchísimos nombres, gracias a Dios.
Y me hace pensar en esos actos generosos con luces y taquígrafos que a todos nos gustan, esas alabanzas que andamos buscando, ese reconocimiento (muchas veces justo) por lo bien que lo hemos hecho y que refuerza nuestra autoestima.
No es que esto sea malo, a veces es necesario…
Pero en el Banco del Reino las «acciones» que más valen son aquellas que hacemos generosamente y que nadie valora, alaba, aplaude ni reconoce, o que incluso desprecian o critican… ¿Cuántas de estas cosas encontrarán los ojos de Cristo en mi vida?
Aquella mujer agradó mucho a Jesús, porque se sintió identificado con ella:
Va acercándose su final y le queda dar lo poco que le queda: las dos humildes monedas de su propia vida, para expresar su entrega absoluta a Dios y el abandono en sus manos, su amor sin condiciones y sin espera de recompensas, aunque para aquel sacrificio no tenga valor para los que no saben mirar como Dios.
En conclusión: aprendamos la mirada de Jesús, identifiquemos y agradezcamos a Dios tantos héroes anónimos. Ojalá yo sea uno de ellos… simplemente porque doy y hago lo que tengo que hacer.
Darme, entregarme. No dejarme enredar ni engañar por las falsas apariencias de tantos que se dan (y les damos) tanta importancia. Hacer lo que las dos mujeres, hacer lo que Jesús… ¡en memoria suya! Sin que se me quede en el saco ningún granito de trigo…
por Enrique Martínez de la Lama-Noriega, cmf
Oracion:
Oración a San José
Del papa León XIII
A Vos recurrimos en nuestra tribulación, bienaventurado San José, y después de implorar el auxilio de vuestra Santísima Esposa, solicitamos también confiadamente vuestro Patrocinio.
Por el afecto que os unió la Inmaculada Virgen María, Madre de Dios, por el amor paternal que profesasteis al Niño Jesús, humildemente os suplicamos que volváis benigno los ojos a la herencia que con su que Jesucristo conquistó con su Sangre y que nos socorráis con vuestro poder en nuestras necesidades.
Proteged, oh prudentísimo Custodio de la Sagrada Familia, el linaje escogido de Jesucristo; preservadnos Padre amantísimo, de todo contagio de error y corrupción, sednos propicio y asistidnos desde el Cielo, poderosísimo Protector nuestro, en el combate que al presente libramos contra el poder de las tinieblas.
Y del mismo modo que, en otra ocasión, librasteis del peligro de la muerte al Niño Jesús, defended ahora a la Iglesia Santa de Dios de las asechanzas de sus enemigos y contra toda adversidad.
Amparad a cada uno de nosotros con vuestro perpetuo patrocinio; a fin de que, siguiendo vuestros ejemplos y sostenidos por vuestro auxilio, podamos vivir santamente, morir piadosamente y obtener la felicidad eterna del Cielo. Amén.
Oración al Espíritu Santo
Dirigiéndonos al Espíritu Santo decimos:
“Señor, no puedo orar adecuadamente. Soy débil; soy humano; soy frágil.
Me distraigo con facilidad, pensando en mi mismo y en el mundo.
Pero tu Señor, me llevas más allá de eso.
Ayúdame a rezar debidamente.
Ayúdame a centrarme en el Padre, en el Hijo y en Ti Espíritu Santo, para que mi alma pueda recibir la gracia que está ahí para todos los que rezan.
Amén.
Video de la Semana
Séllanos Con Tu Sangre – Destellos Musicales – Instrumentos de Jesús y María
Adoración Nocturna
Adoración nocturna todos los viernes de 8PM a 8AM.
Lugar: Capilla de Guadalupe
Todos son bienvenidos (pueden enviar un texto a Rafael, con las horas que deseen participar 831-210-2364.)
Night Adoration Is Every Friday 8PM to 8AM in the Guadalupe chapel, everyone is welcomed, (please send a text to Rafael with times you’ll be participating 831-210-2364).
EVANGELIO EN AUDIO
Sábado de la 31ª Semana Tiempo Ordinario
6 noviembre, 2021 Radio Palabra
Lucas 16,9-15 : Si con las riquezas de este mundo malo no os portáis honradamente, ¿quién os confiará las verdaderas riquezas?
RadioPalabra.org/
Oración a la Santísima Virgen María
Gracias por ser Santa María.
Gracias por haberte abierto a la gracia,
y a la escucha de la Palabra, desde siempre.
Gracias por haber acogido en tu seno purísimo
a quien es la Vida y el Amor.
Gracias por haber mantenido tu “Hágase”
a través de todos los acontecimientos de tu vida.
Gracias por tus ejemplos dignos de ser acogidos
y vividos.
Gracias por tu sencillez, por tu docilidad,
por esa magnífica sobriedad, por tu capacidad de escucha,
por tu reverencia, por tu fidelidad, por tu magnanimidad,
y por todas aquellas virtudes que rivalizan en belleza
entre sí y que Dios nos permite atisbar en Ti.
Gracias por tu mirada maternal, por tus intercesiones,
tu ternura, tus auxilios y orientaciones.
Gracias por tantas bondades.
En fin, gracias por ser Santa María, Madre del Señor Jesús
y nuestra.
Amén.