1 de Enero del 2023
Para Que Sea Un Año Nuevo
JORNADA MUNDIAL DE LA PAZ: Nadie puede salvarse solo.
Recomenzar desde el COVID-19 para trazar juntos caminos de paz

¿Llevas la cuenta de las veces que has dicho estos días lo de «feliz año nuevo»?
Quizá sea un simple estribillo, una frase hecha sin mayor contenido, un saludo de cortesía, o también (¡ojalá!) un buen y sincero deseo…
Pero creo que el Señor, por medio del Misterio de la Navidad (un nacimiento siempre supone novedad), y de las lecturas de este día, quiere que de verdad sea para nosotros un año «nuevo-nuevo».
¿Qué hace que un año sea de veras nuevo? No lo va a ser porque hayamos tomado «religiosamente» las doce uvas y haya corrido el cava. No lo será por haber arrancado la última hoja del calendario, y haber colocado uno para estrenarlo (si es que he tenido tiempo de buscar uno nuevo).
No será nuevo porque empecemos a acostumbrarnos a cambiar el «22» del final por un «23». Ahí no está la novedad, y sabemos por la experiencia acumulada al paso de los años, que luego viene la misma cuesta de Enero, las mismas caras, los mismos horarios, las mismas manías…
Escribía León Felipe (Autorretrato):
Qué pena si este camino fuera de muchísimas leguas
y siempre se repitieran
los mismos pueblos, las mismas ventas,
los mismos rebaños, las mismas recuas!
¡Qué pena si esta vida tuviera
-esta vida nuestra- mil años de existencia!
¿Quién la haría hasta el fin llevadera?
¿Quién la soportaría toda sin protesta?
¿Quién lee diez siglos en la Historia y no la cierra
al ver las mismas cosas siempre con distinta fecha?
Los mismos hombres, las mismas guerras,
los mismos tiranos, las mismas cadenas,
los mismos farsantes, las mismas sectas
y los mismos poetas!
¡Qué pena, que sea así todo siempre,
siempre de la misma manera!
Sí, qué pena si todo sigue igual: las mismas cosas, con distintas fechas. Las mismas manías, las mismas guerras que tenemos montadas contra fulanito/a, las mismas ideas fijas, los mismos políticos de siempre, los mismos programas de la tele, los mismos «famosos» que nos debieran importar tres pepinos, las mismas heridas abiertas en las que no dejamos de hurgar, el peso de los recuerdos y añoranzas que nos atascan y no nos dejan vivir el presente con sus novedades y posibilidades…
Y también esas otras guerras enquistadas y que parecen irresolubles. Y la crisis económica y la inflación, y los virus y, los problemas sanitarios, y…
RENOVAR EL ROSTRO DE DIOS
La novedad no nos viene de lo que pasa o deja de pasar, ni de probar cosas nuevas. La novedad no está en que cambiemos de ropa, de vajilla, de casa o de coche, de lugar de veraneo, o de bar donde tomar el aperitivo, o incluso de «pareja», de trabajo, de jefe, de partido político…

La novedad nos viene de un Dios que nos dice su palabra de bendición
. Y su palabra es capaz de hacer todas las cosas nuevas. Como allá en la Creación, cuando Dios se dedicó a «decir»… y se apartaron las tinieblas, se separaron las aguas que todo lo inundaban, y fue la luz, lo seco, la vida… ¡y todo era muy bueno!
♠ Podríamos empezar este nuevo año, renovando el rostro de Dios. Hace más de dos mil años, hubo una serie de personajes que tenían un rostro de Dios ¡tan viejo!, ¡tan gris!, ¡tan lleno de polvo, de normas, de prohibiciones…!, ¡se lo tenían tan sabido!… que no fueron capaces de reconocerlo cuando este Dios se vino de acampada a nuestra tierra, a una cueva perdida en un rincón del Imperio Romano.
– Si nuestro Dios está ahí arriba, allá lejos, alejado fuera de nuestra vida cotidiana, sin que apenas tenga nada que ver con nuestra vida familiar, laboral, política, monetaria, etc.
Si lo tenemos «subido» en las alturas, haciéndole de vez en cuando algún un hueco para decirle las mismas oraciones de siempre… sin que nos hayamos enterado de que es un «Dios-con-nosotros» que se ha venido a nuestra tierra para que lo encontremos en las cosas que nos pasan y hacemos, que no tiene inconveniente en poner su cuna en cualquier pesebre que encuentre libre, para llenarlo todo de luz y de gloria, de sentido… ¿Te animas a hacerle más sitio en tu tiempo, en tu vida, en tu corazón?
– Si nuestro Dios vive todavía de las rentas de nuestros años de catequesis, y de lo que podemos «cazar» en alguna homilía, sin preocuparnos apenas de abordar las preguntas pendientes, de adaptar nuestra fe a las nuevas circunstancias sociales, históricas, eclesiales, teológicas…
En definitiva: empezar a ponernos realmente al día, arrinconando lo que es evidente que ya no nos sirve.
– Si todavía se nos caen los palos del sombrajo de la fe cuando se presenta una epidemia, o una guerra, o cuando se nos muere alguien, o nos visitan desgracias encadenadas, y no sabemos qué pinta nuestro Dios en todo ese berenjenal…
– Si todavía nos sentimos incómodos cuando nos ponemos a orar, y nos parece que este Dios debe estar muy enfadado con nosotros por «lo que hemos hecho», y todavía nos da miedo, y le vemos llevando la cuenta de nuestros pecados (¿cuántas veces? ¿y por qué?).
Si todavía andamos con «cumplimientos» en nuestra vida cristiana… (pero ¿me vale la misa? ¿pero es obligatorio?…)
– Si todavía nuestro Dios es un conjunto de ideas y de prácticas, pero no es un Tú que nos calienta el corazón en nuestros encuentros con él por medio de la oración… Y le regateamos nuestro tiempo, y nuestra dedicación…
Quiere decirse que necesitamos sorprendernos del rostro de Dios. Como se sorprendieron los pastores en la Nochebuena, como se sorprendieron José y María, que guardaban todas esas cosas en su corazón.