3 de Abril del 2022
Un Perdón Que No Condena, Reconstruye
Los letrados y fariseos eran considerados (por la gente y por ellos mismos) los responsables de la moralidad pública.
Estudiaban y se conocían al dedillo las normas, los criterios morales, los comportamientos inaceptables, lo que dictaban las autoridades religiosas. Incluso hablaban «en el nombre de Dios», cuya voluntad conocían perfectamente puesto que estaba recogida en las normas oficiales.
Pretendían acabar con la corrupción social y religiosa. No era un mal propósito. Y andaban «a la caza» para pillar, denunciar y condenar.
Eso sí: procuraban que fueran otros los que aplicaran las sentencias. Ellos conservaban sus manos «limpias» y su conciencia tranquila, al haber conseguido reducir la inmoralidad y el pecado.
En la escena de hoy la mujer realmente no pinta gran cosa. El objetivo es Jesús.
Lo cierto es que Moisés mandaba apedrear a los adúlteros. Al hombre y a la mujer: ¿y él dónde está?
Cuando se pone la ley/norma al lado de un pecado concreto, la sentencia adquiere rigor matemático. Pero las cosas cambian cuando al lado de la ley se coloca a una persona concreta. Esto pocas veces lo hacemos.
Algunos prefieren «cargarse» a la persona antes que cuestionar la ley, o plantearse si es justa.
Les resulta impensable sospechar que quizá la Ley no haya que aplicarla como ellos la entienden. Están deseando «tirar piedras».
Esta gente que rodea a Jesús, «armada» con una mujer a la que han «pillado» pecando, se siente representante de la Institución Judía y del mismo Dios, y pretenden ponerle una trampa:
A ver si se atreve a decir algo en contra de «lo que está escrito», de sus sagradas leyes (es decir: de Dios).
A ver si así deja de una vez de hablar de «misericordia» y de comprensión en el nombre de Dios. Nada de tener manga ancha con los débiles y pecadores. Hay que cumplir lo que ha mandado Moisés.
Todo está a punto: el delito evidente, los testigos, las piedras en las manos y la Ley que mandaba matar. Jesús: «¿tú qué dices?«.
Pero Jesús no dice, «hace». Y lo primero que hace es callar, dar tiempo al silencio, esperar.
Da una oportunidad a los acusadores a ver si son capaces de mirar la situación de otro modo, con calma, con otros ojos, a ver si alguien tiene algo «nuevo» que aportar.
Pero es inútil. Todo está muy claro; están seguros de tener razón. Para ellos no hay otro camino. S
on un ejemplo de aquel dicho: «Sabes muy bien dónde mirar: por eso no consigues encontrar a Dios«.
Porque Dios es imprevisible, original, sorprendente. Si crees que entiendes, es señal de que no entiendes nada.
Pero a esta mentalidad educada y dependiente de preceptos, normas, leyes, definiciones, juicios y condenas… le resulta casi imposible dar el salto.
No saben nada de Dios. Han hecho a Dios a su imagen.
Precisamente aquello que está tan prohibídisimo en el primer mandamiento, el más importante: hacerse imágenes de Dios (Éxodo 20, 2-5).
El Maestro pide a todos aquellos señores con vocación de jueces que dejen de acusar, que no miren a los demás siempre desde arriba, que se pongan al nivel de todo el mundo, que traten de experimentar de algún modo la debilidad de los demás, y que recuerden sus propias incoherencias y pecados.
Él mismo optó entrar en nuestro mundo «bajando», poniéndose a nuestra altura, hasta el punto de rebajarse hasta morir en una cruz. Por eso, tal vez, ante estos señores «tan altos», tan prepotentes, tan intransigentes, tan subidos en su verdad y en su cátedra, él se baja, se echa al suelo, donde está tirada la mujer.
Sólo desde donde está ella se puede hacer un juicio justo. ¡Pobre del que no se acuerda de esto: más pronto o más tarde terminará lanzando piedras!
El que se olvida de sus propios pecados y de la misericordia que han tenido con él, al final no será capaz de resistir la tentación de apedrear a cualquier pecador que se le ponga por delante.
El diálogo final entre Jesús y la mujer tiene una ternura especial. Ella necesita, por encima de todo, que la reconstruyan: Está destrozada. No ha abierto la boca. Y esta es la tarea que asume el Señor.
Como si recordara esas palabras de Isaías que hoy hemos escuchado: «No recordéis lo de antaño, no penséis en lo antiguo». Lo importante no es lo que ha pasado, sino lo que tiene que brotar, lo nuevo. Ella necesita un camino en su desierto, un río en su vida seca.
¿Cómo llegó a tan lastimosa situación?
¿Qué pasaría en su vida de pareja para que haya tenido que ir a buscar cariño a otro sitio?
¿Qué ganamos con apedrearla? Lo que debiera importarles e importarnos es que se rehaga, que se encuentre a sí misma, que sea una persona nueva…
¿Habéis visto aquí la «penitencia» que Jesús pone ante un pecado evidente? ¿Habéis visto cómo riñe a la mujer?
¿Habéis visto qué condiciones le pone para perdonarla? Si recordáis la parábola del domingo pasado:
¿Le echo aquel padre alguna «bronca» al hijo derrochador, desobediente y cabeza loca? ¿Recordáis que le dijera: «vas a tener que demostrar que estás arrepentido»?
Incluso le defiende ante el juicio objetivo e implacable de su hermano. Su perdón es sin condiciones, un «regalo», que es lo que significa «per-dón», un gran regalo inmerecido.
Y es que Dios cuando se encuentra con el pecado, sólo le inquieta una cosa: ¿Qué hacemos para vencerlo? ¿Cómo superarlo?
No importa lo que ha pasado, lo que hemos hecho: «Yo tampoco te condeno«. Él lo que procura es hacer que surja algo nuevo en nosotros. Porque la peor situación es la desesperanza, el sentirse «malo», superado, humillado, vencido.
Así no hay progreso espiritual ni revitalización cristiana ni eclesial, ni salvación. Y el hombre/mujer se pierde.
Necesitamos escuchar la voz que Dios quiere dirigirnos en nuestro pecado y ante el pecado que descubrimos en los otros: Necesitamos sentirnos nuevos, que se nos abran los caminos.
Necesitamos escuchar muchas veces de sus labios: «Yo tampoco te condeno, anda y no peques más», y se nos caerán todas las piedras de las manos.
por Enrique Martínez de la Lama-Noriega, cmf
Oracion:
Oración a San José
Del papa León XIII
A Vos recurrimos en nuestra tribulación, bienaventurado San José, y después de implorar el auxilio de vuestra Santísima Esposa, solicitamos también confiadamente vuestro Patrocinio.
Por el afecto que os unió la Inmaculada Virgen María, Madre de Dios, por el amor paternal que profesasteis al Niño Jesús, humildemente os suplicamos que volváis benigno los ojos a la herencia que con su que Jesucristo conquistó con su Sangre y que nos socorráis con vuestro poder en nuestras necesidades.
Proteged, oh prudentísimo Custodio de la Sagrada Familia, el linaje escogido de Jesucristo; preservadnos Padre amantísimo, de todo contagio de error y corrupción, sednos propicio y asistidnos desde el Cielo, poderosísimo Protector nuestro, en el combate que al presente libramos contra el poder de las tinieblas.
Y del mismo modo que, en otra ocasión, librasteis del peligro de la muerte al Niño Jesús, defended ahora a la Iglesia Santa de Dios de las asechanzas de sus enemigos y contra toda adversidad.
Amparad a cada uno de nosotros con vuestro perpetuo patrocinio; a fin de que, siguiendo vuestros ejemplos y sostenidos por vuestro auxilio, podamos vivir santamente, morir piadosamente y obtener la felicidad eterna del Cielo. Amén.
Oración al Espíritu Santo
Dirigiéndonos al Espíritu Santo decimos:
“Señor, no puedo orar adecuadamente. Soy débil; soy humano; soy frágil.
Me distraigo con facilidad, pensando en mi mismo y en el mundo.
Pero tu Señor, me llevas más allá de eso.
Ayúdame a rezar debidamente.
Ayúdame a centrarme en el Padre, en el Hijo y en Ti Espíritu Santo, para que mi alma pueda recibir la gracia que está ahí para todos los que rezan.
Amén.
Video de la Semana
Tuyo Soy – Instrumentos de Jesús y María
Podrías modificar una sentencia de muerte
Padre Santillán
Adoración Nocturna
Adoración nocturna todos los viernes de 8PM a 8AM.
Lugar: Capilla de Guadalupe
Todos son bienvenidos (pueden enviar un texto a Rafael, con las horas que deseen participar 831-210-2364.)
Night Adoration Is Every Friday 8PM to 8AM in the Guadalupe chapel, everyone is welcomed, (please send a text to Rafael with times you’ll be participating 831-210-2364).
Oración a la Santísima Virgen María
Gracias por ser Santa María.
Gracias por haberte abierto a la gracia,
y a la escucha de la Palabra, desde siempre.
Gracias por haber acogido en tu seno purísimo
a quien es la Vida y el Amor.
Gracias por haber mantenido tu “Hágase”
a través de todos los acontecimientos de tu vida.
Gracias por tus ejemplos dignos de ser acogidos
y vividos.
Gracias por tu sencillez, por tu docilidad,
por esa magnífica sobriedad, por tu capacidad de escucha,
por tu reverencia, por tu fidelidad, por tu magnanimidad,
y por todas aquellas virtudes que rivalizan en belleza
entre sí y que Dios nos permite atisbar en Ti.
Gracias por tu mirada maternal, por tus intercesiones,
tu ternura, tus auxilios y orientaciones.
Gracias por tantas bondades.
En fin, gracias por ser Santa María, Madre del Señor Jesús
y nuestra.
Amén.
MEDITAMOS EL EVANGELIO CON MARIA VALTORTA
Capítulo 39. La Mayoría de edad de Jesús
Capítulo 40. Jesús examinado en su mayoría de edad
PARA MEDITAR
Reza esta jaculatoria después de cada decena del Rosario:
«Quiero Atar a mis Hijos a tu Corazón»